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Mirada pública | 02/12/2023

La hidrodiplomacia, una necesidad urgente

Javier Viscarra
Javier Viscarra

La Cancillería boliviana enfrenta desafíos operativos evidentes. El limitado accionar durante la gestión de Rogelio Mayta en los últimos tres años muestra el periodo de mayor oscuridad en la historia diplomática boliviana de la vida contemporánea del país. Ante este vacío, han surgido nuevas voces en lo que parece ser una paradiplomacia emergente, enfocada en la protección del agua, la biodiversidad y sus entornos territoriales.

Recientemente, una coalición de organizaciones de Bolivia, Argentina y Chile estableció una “Alianza por la Defensa de los Humedales Andinos”. La inacción de las autoridades sobre los cuerpos de agua, especialmente los transfronterizos, ha generado preocupación y un creciente sentido de indignación. Es indudable que Bolivia carece de una hidrodiplomacia o una política exterior de aguas.

Este 1 de diciembre se cumplió el primer año del fallo sobre las aguas del Silala y la respuesta de Bolivia sigue siendo inexistente. Curiosamente, incluso las voces desde Potosí, otrora vehementes en la defensa de estas aguas en la región de Sur Lipez, al suroeste del país, han permanecido notablemente silenciosas.

En el caso ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) relacionado con estas aguas, Bolivia logró un resultado limitado: Chile no se opuso al potencial desmantelamiento de los canales de drenaje dentro del territorio boliviano, construidos a principios del siglo XX para mejorar el flujo de esas aguas en su tránsito de Bolivia a Chile.

La defensa de Bolivia en La Haya, en las etapas finales del juicio, fue cuestionable. El propio fallo de la Corte reveló la posición cambiante de Bolivia, que abandonó sus posiciones iniciales e incluso contradijo sus propias contrademandas. Bolivia se allanó por completo a la posición chilena respecto a la utilización y naturaleza de las aguas del Silala.

Estas aguas, entonces y ahora, continúan fluyendo de Bolivia a Chile a una tasa constante de aproximadamente 170 a 180 litros por segundo. Las llamativas demostraciones de líderes del MAS, sumergiendo sus pies en las aguas como un supuesto acto de confirmación de soberanía, ahora son meros recuerdos sin un seguimiento diplomático sustancial.

Diremar y, lamentablemente, la Cancillería, no han diseñado una estrategia para aprovechar estas aguas, cuando el mundo y Bolivia también vive una preocupante escasez de agua. Tampoco hay un plan para desmantelar los canales, ni siquiera con intención de revertir estos humedales a su estado natural.

Claro que este esfuerzo requeriría un argumento bien estructurado que navegue con cautela sobre la aquiescencia demostrada por Bolivia durante un siglo en el uso de estas aguas. El plan bien podría alinearse con las recomendaciones Ramsar ya que estos humedales y ojos de agua se encuentran dentro de los sitios identificados por la Convención a la que Bolivia se adhirió en 1990. Este enfoque podría buscar “mantener el carácter ecológico de un humedal logrado a través de enfoques basados en ecosistemas en el contexto del desarrollo sostenible”, como recomienda la Convención Ramsar, además de varios otros acuerdos multilaterales para la protección de los humedales y la biodiversidad.

Asimismo, existen varios asuntos urgentes que requieren atención, como un pequeño bofedal compartido con Perú cerca del hito 14 entre los brazos del río Raya o Cololo, a pocos kilómetros al norte del lago Titicaca. Lamentablemente, no ha habido progreso en este punto, dejando en desventaja a los campesinos bolivianos que viven en los alrededores y que se encuentran inmersos en disputas constantes con sus pares peruanos.

Con Brasil, el tema es mucho más serio todavía. La línea de frontera es de 3.400 kilómetros, de los cuales 2.672 km, casi el 80%, corresponden a cuerpos de agua, entre los que se cuentan ríos, lagunas, pantanos y humedales. Con Argentina, Chile y Paraguay la cantidad de aguas transfronterizas también es significativa. En conjunto estos cuerpos de agua representan casi la mitad de todo el perímetro de 7.000 kilómetros de frontera con los cinco países vecinos.

Es fundamental elaborar una política exterior de aguas, una hidropolítica. Sin embargo, la Cancillería parece más empeñada en no dialogar con países que no comparten su ideología, en un comportamiento cuestionable que nos está conduciendo a un aislamiento y que nos alejan cada vez más del escenario diplomático global.

Una tarea crucial es desarrollar capacidades para gestionar de manera eficiente, sostenible y equitativa los recursos hídricos compartidos, como señala el Manual de Derecho Internacional del Agua en América Latina. Participar activamente en foros o debates permanentes como los de la VI Comisión de las Naciones Unidas, que viene trabajando en “el derecho de los acuíferos transfronterizos” desde hace más de dos décadas. Interactuar activamente es esencial para evitar sorpresas con resoluciones que puedan comprometer los intereses de Bolivia; comprender términos como cooperación y el nuevo concepto en evolución de soberanía en el ámbito de las aguas compartidas, son asignaturas urgentes.

La pregunta es ¿cómo hacerlo? Nuestra diplomacia se maneja hoy de modo tan chapucero que hace unas semanas el chofer de la misión en Nueva York pronunció un discurso en Naciones Unidas a nombre de Bolivia. Esto es apenas un ejemplo revelador del deterioro de nuestras representaciones, debido al enfoque discriminatorio que el gobierno aplica a la gestión de la Cancillería.

Es necesario recordar los comentarios despectivos del excanciller Mayta hacia los profesionales de la Academia Diplomática, calificándolos como individuos de “narices respingadas” y afirmando que solo personas con “apellidos del pueblo” formarían parte del cuerpo diplomático. Estas declaraciones han impactado profundamente la percepción pública sobre los diplomáticos, afectando de paso la capacidad del país para defender sus intereses.



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