¿Qué es lo que vemos tras la encuesta de Unitel del domingo? La respuesta sólo puede ser una: dilución del poder. ¿Qué significa? El peruano Alberto Vergara, brillante profesional del área política, contrasta esa dilución con el concepto más afamado: la concentración del poder. La dilución es su antípoda. La concentración es el gordo y la dilución es el flaco. Este lúcido profesional suelta una provocativa tesis: ambos escenarios son peligrosos para la estabilidad democrática. Ya sabemos que el escenario de Evo Morales, Rafael Correa o Hugo Chávez fue el de la concentración del poder. Este escenario traza el panorama típico de América Latina presidido por un caudillo que concentra el poder y destruye las instituciones a su paso, llámese el poder legislativo, el poder judicial, la prensa libre y un largo etcétera, fagocitándose el poder para sí. Si lo ponemos en porcentajes podríamos decir que el magnánimo líder concentra al menos dos tercios del poder.
Sin embargo, Vergara entiende que este escenario de concentración del poder se ha quebrado. Ya no es un solo sujeto el portador del poder. ¿Buena noticia? Claro, podríamos creer que el poder ya no pertenece a un individuo. O, para decirlo bajo el ejemplo boliviano, el poder ya no está centrado en el líder cocalero. Ya no. Podríamos alegrarnos. Sonreír ante la noticia. Finalmente, el caudillo habría sido relegado. ¿Verdad? Sí, pero su desaparición (u ocultamiento en el Chapare) no es el fin del problema. Lamentablemente lo que muestra la encuesta de Unitel nos hace aterrizar en el otro polo del problema: el poder ya no está concentrado. Todo lo contrario: está altamente desconcentrado. Hemos pasado de la concentración del voto en un sujeto a su dilución en múltiples candidatos. Los dos candidatos con mayor posibilidad, Samuel y Tuto, suman junto un 38% de los votos. Si le añadimos al conteo al tercer contrincante, don Manfred Reyes Villa, alcanzamos una cifra del 46% de los votos. Pensemos que el inútil presidente Luis Arce tuvo solito el 55% de los votos. Ergo: de los dos tercios de la concentración pasaríamos a un tercio de la dilución. De dos tercios de apoyo nos iríamos a los dos tercios de rechazo.
Podemos explicar esta situación, de acuerdo a Vergara, por la existencia de tres fenómenos: la fragmentación, el amateurismo político y el distanciamiento de los candidatos con la sociedad. Vale decir, lo que tenemos entre manos es un panorama de aparición de un montón de candidatos, rodeados de una tropa de novatos y, para yapar, alejados de la gente. Los candidatos están abogando por subir a un techo un poquito mayor del 20%. O sea, hay un 80% de gente que no votaría por ellos. En la disputa presidencial entre Alan García y Ollanta Humala sumaron entre ambos el 65% de los votos. No había una concentración, pero es cierto que no había la dilución que tuvo lugar en la elección disputada entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo, quienes sumaron poco más del 30%. Pasamos, pues de un extremo al otro: de la concentración a la dilución. Y es eso lo que muestra la encuesta de Unitel para Bolivia.
¿Amateurismo? Los candidatos son políticos de vieja data, aunque acompañados de políticos de experiencia política casi nula. La hermana de Tuto o el hijo de Luis Vásquez como candidatos a diputados lo demuestran tanto como una variedad de nombres verdaderamente desconocidos. La excepción es la repetición de políticos de Comunidad Ciudadana que se integran a algún bando político. Son excepciones menores y de escasa relevancia que no desdicen la tesis central: aparecen nuevos políticos “atados” a viejos o nuevos políticos sin el menor conocimiento de la política como el candidato vicepresidencial de Tuto (por dar un ejemplo) o el mismo Jaime Dunn. En todo caso, la renovación está sujeta a la última palabra de los líderes supremos. Ese es el peor amateurismo: aquel que funciona como novedad sólo para encubrir la “vejez” de nuestros candidatos opositores decidiendo férreamente sobre los candidatos a senadores y diputados que los acompañarán.
¿Y el último rasgo? Aparece con toda contundencia: la distancia con la gente. La razón es simple: no hay partidos políticos con arraigo en las ciudades, barrios, comunidades. Los partidos son máquinas electorales con escasa penetración social. Cualquier apoyo es provisional, cortoplacista y tenue. Unitel lo muestra con datos descarnados: sólo un 28% tiene “el voto decidido”. Un 36% “tiene dudas sobre su voto” y un 31% afirma que “ninguno lo ha convencido”, o sea 67%, dos tercios de los bolivianos, están lejos de estos proponentes. Grave.
Concluyo: de la concentración autoritaria pasaríamos, pues, a una dilución no menos autoritaria, aunque de distinto rostro. Un rostro callejero aunado a un congreso frágil y a muchas poblaciones pululando en las calles.
Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.