A tres décadas de haber dado inicio a la descentralización, es preciso saber qué queda del proceso inaugurado en 1994. Téngase en cuenta que en aquel tiempo la democracia se democratizó. Se amplió hasta el último confín rural, se construyó una sociedad civil representada por la OTB (las organizaciones territoriales de base: la junta vecinal, el pueblo indígena, la comunidad campesina), se crearon mecanismos de control social (el comité de vigilancia). Hoy, ¿existe todavía algo de eso? Lo dudo. El MAS arrasó con este escenario tan prometedor.
Es necesario entender que no hubo una centralización como solemos repetir hasta el hartazgo viendo las cifras ciertamente proclives a que pensemos así: del 100% de la inversión en 2005, el 49% iba a gobiernos subnacionales y el 51% al gobierno central. Con el MAS esta cifra se invirtió en poco tiempo y fue del 16% invertido subnacionalmente y el 84% en/por el Gobierno central. ¿Centralismo? No, lo que creo que fue es una suerte de concentración sin centralización. Concentración de la plata para transferirla hacia los aliados del Gobierno, de los que muchos vivían en espacios rurales/locales. El MAS hizo el mayor esfuerzo por quebrar el legado de Gonzalo Sánchez de Lozada, tomando el dinero y distribuyéndolo a su regalada gana. El MAS inició su propia descentralización (o, mejor dicho, su desconcentración sin descentralización, o sea más plata “hacia abajo”, pero con el poder político descansando en la Plaza Murillo).
Además, los gobiernos municipales dejaron de ser entes públicos. ¿Qué sucedió, entonces? El gobierno municipal fue como un banco del que puedes sacar plata. Vale decir, los recursos no sólo se ampliaron en cuatro o cinco veces gracias a los precios mejorados de los hidrocarburos, sino que las autoridades tuvieron el “derecho” de usarlos a su gusto sin la corroboración social en canchas, coliseos, etc. Los billetes fueron a parar a empresas, consultoras, ONG, de las que las autoridades locales obtuvieron onerosos porcentajes. O, mejor aún, muchas de estas autoridades abrieron sus propios emprendimientos y ¡ganaron las convocatorias! El pacto con el MAS fue contundente: “ganen toda la plata que puedan en su municipio, pero apoyan al hermano Evo”. ¿Resultado? Se facilitó el surgimiento de élites locales empoderadas económicamente.
Asimismo, la sociedad “beneficiada” ya no fue aquella conformada por las OTB. Ahora fueron los socios del MAS: federaciones sindicales, repentinas militancias, consultores locales, empresarios locales de la construcción, autoridades políticas. ¿Para qué sirvieron los gobiernos municipales? Como espacios de canje transaccional: “nosotros apoyamos al MAS, ustedes nos dejan usar los pesitos municipales”. Por ende, las mejoras ya no fueron sociales, fueron políticas. La sociedad civil ya no fue sociedad civil, fue sociedad política, siempre aupada bajo las palabras mágicas del momento: “los hermanos de la Federación…”. Esa fue una técnica de legitimación, aunque, en verdad, no más de un 1 al 5% de los ciudadanos “hermanos”, hayan sido celestialmente tocados por la varita mágica de los recursos públicos, ahora privatizados. El otro 99 al 95% sigue pobre.
También se debe saber que para refrendar este uso privado de los recursos públicos se creó el famoso “Evo Cumple”. No fue un programa aislado. Hay que entenderlo como la cereza a la torta en este proceso de apropiación privada. Se transfería plata a los leales. Tan simple como eso. Aquellos que no eran del MAS no recibían recursos de ese programa a no ser que prometieran modificar sus “malos” comportamientos. ¿Qué es, pues, lo que se logró? La descentralización, como un hecho público, pasó a ser una desconcentración unipersonal y privada gracias al corazón enorme y bondadoso de nuestro presidente, regalador de dineros ajenos como nunca antes en la historia.
Como cierre, podemos afirmar que pasamos de una descentralización para el desarrollo con mejor vida para la población, a una descentralización de “familia” (familia extendida) con mejor vida para los militantes o simpatizantes del MAS. Estos últimos son los denominados “movimientos sociales”, aunque, en verdad, son nuevas élites políticas y económicas.
Diego Ayo es cientista político.