“Cada persona que pasa por nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros”
Jorge Luis Borges
“Se fue sin despedirse porque no tuvo tiempo” nos dice la gran Amalia Pando compartiendo la única noticia que no quería comunicar. José Manuel, su hijo de 38 años ya no está entre nosotras. La peor injusticia, la que nos hace renegar de dios, la que nos deja en ese estado sin nombre.
Ella ha escrito unas palabras donde expresa lo que José Manuel le deja: Su alegría, su sonrisa, su amor por la vida, por su compañera, por las flores, por los gatos. Manuel era inteligente y con un gran sentido de justicia. Con él tuvo una vida dichosa. El viernes en el entierro nos arrancó lágrimas y sonrisas a todos quienes la acompañamos.
¿Qué se lleva él de Amalia? Es probable que no se lleve todo, el sabrá escoger lo más lindo, la ternura, el amor, aquellos momentos que sólo ellos pudieron compartir. Yo me animo a pensar en lo que yo me llevaría de Amalia con quien compartimos recuerdos entrañables: nuestro papás tomando cafecito en la calle Potosí, nuestras mamás trabajando en el comedor universitario donde un revolucionario dirigente estudiantil armaba bochinches por la comida; me llevaría los recuerdos de ida al colegio –éramos vecinas– la política, el exilio, la distancia, el desencanto, la esperanza y los chismes sobre amores fallidos.
A Manuel le diría que se lleve la valentía de su madre, su persistencia y terquedad en su lucha contra la adversidad, su capacidad para enfrentar los desafíos, defender sus ideas y cambiarlas cuando está convencida, los tragos amargos que bebió para reemplazarlos por dulces victorias; que se lleve su capacidad de reinventarse, su capacidad de amar como lo amó a él y a la pequeña. Que se lleve sus convicciones y sus reflexiones, que la recuerde en las innumerables ocasiones en que enfrentó el autoritarismo y su pasión por la justicia.
Perder un hijo no tiene nombre, pero estoy segura que, como nos ocurre a todas las madres que vivimos ese dolor, Manuel ya está dentro de ella. Los hijos que mueren, Amalita no te miento, se refugian en tu cuerpo y en tu alma, como si te embarazaras de nuevo y te patean la barriga y el pecho cada vez que ves el helado que le gustaba, cuando escuchas la música que tarareaba, cuando ves la fruta que le gustaba, cuando ves un chico con sus pantalones caídos, cuando te enojas con el micrero que te salpica barro y cuando no quieras botar sus zapatos olvidados en tu casa.
La muerte es definitiva, pero la memoria es más grande. Y todas las que te queremos te estamos acompañando. Te quiero.