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De media cancha | 17/10/2024

Iván Lima, los chivos expiatorios y Jeanine Áñez

Diego Ayo
Diego Ayo

El exministro Iván Lima se confesó, sin cura de por medio, aunque con similar talante de pecador arrepentido. Lo hizo ante los medios con esa voz meliflua con la que suele confundir en sus arrebatos mediáticos plagados de jerga judicial. ¿Qué es lo que se atrevió a testimoniar? La verdad que todos conocíamos, pero no podíamos develar: Evo Morales ordenó que Jeanine sea puesta tras las rejas. Lima entendió perfectamente y se encargó de defenestrar a la expresidenta con argucias de legalidad inventada. ¿Lo sabíamos? Sí y no necesito alargarme en ese argumento. Lo relevante de esta reflexión es mostrar que lo sucedido con Jeanine no es una excepción. Es la regla. Una regla de degeneración judicial perfectamente armada por el señor Morales y sus huestes autoritarias. La regla de los chivos expiatorios. ¿Cuándo ocurre y quiénes fueron sentenciados bajo el mismo molde? Aquellos que se atrevieron a desafiar el modelo de la corrupción: Jeanine, Marco Antonio Aramayo, José María Bakovic y/o Zvonko Matkovic. ¿Qué tienen en común estos personajes encarcelados? Todo, y es eso lo que quiero exponer.   


Uno, estos personajes se atrevieron a denunciar delitos magnánimos: el fraude electoral, la pérdida de “la moral indígena” aupada a los cuatro vientos por el gobierno, la corrupción en el sector gubernamental más lucrativo y/o el juego político del gobierno fabricando terroristas/secesionistas. No fueron denuncias menores. Fueron los ámbitos más “vendibles” del gobierno: la pureza competitiva del MAS, ¡la mayor fuerza electoral de nuestra historia!; la celestialidad de los indígenas, los incorruptibles-genéticos frente al envilecimiento neoliberal; la pujanza obrística del gobierno abriendo rutas por Bolivia y la perversidad de los secesionistas atentando contra la unidad boliviana. ¡Estos personajes se atrevieron a tocar el alma del modelo del “proceso de cambio”! ¿Cómo osaron?


Dos, la infame maquinaria masista entró en caja cuarta, logrando que los acusadores sean acusados. Parece mentira, pero los que tuvieron el mérito de hacer un fraude, convertir al Fondo Indígena en la billetera de los “hermanos” leales, emprender una carrera obrística para llenarse los bolsillos con los inmensos diezmos de la infraestructura caminera, aniquilar el espíritu combativo de la cruceñidad, quedaron libres. Y eso es lo de menos. Acusaron a los acusadores de ser ellos los verdaderos tramposos, saqueadores y asesinos.


Tres, el guion invertido avanzó: el mal se condensó en una o pocas personas. Ese es el quid del asunto. No se puede acusar a cientos de bolivianos por denunciar el fraude, el uso dispendioso del Fondo Indígena, la corrupción en caminos y/o el terrorismo cruceño. La estrategia obliga a condenar “sólo a uno o a pocos” y la táctica masista cumple ese designio empuñando la ley contra, a lo sumo, una decena de culpables. Es el fenómeno político conocido como “condensación política”.


Cuatro, el asunto debe espectaculizarse. ¿Querías ir a ver alguna película de asesinos o violadores? Mejor ve esta película de corruptos, asesinos y golpistas. Un ethos de magnificencia teatral se consolida de la mejor manera: ¡gratis! Ese es el objetivo que se logra con notable pulcritud: los golpistas quisieron matarnos en Sacaba y Senkhata (no se dice que la verdad es exactamente inversa: delincuentes masistas iban a dinamitar ese espacio con el riesgo de ocasionar 10 mil muertos), la derecha quiere ensuciar el prestigio de nuestros hermanos que manejaron el Fondo porque nos odia, ese croata/extranjero se ha embolsillado millones impidiendo que hagamos caminos, esos cambas se quieren separar de Bolivia. ¿Se entiende? La espectacularización vino y viene de la mano de la estupidización: consignas fáciles de digerir como propulsoras de odios copiosamente ventilados.


Cinco, se hegemoniza el manejo de la “cosa pública”. Es “nuestro” Estado y podemos hacer lo que queramos. No debemos rendir cuentas. Hemos venido a quedarnos y los que se sientan “tocados”, pueden irse. Esa es la hegemonía que se estabilizó en Bolivia. Una hegemonía perversa: si te exculpas, te insultan; si pides perdón, te pisotean, si argumentas, te juzgan de “neoliberal”, “camba”, “golpista”. ¿Qué significa eso? Que la voz pública ha sido silenciada. No hay diálogo: tenemos la razón y ustedes se callan. Ese es el tenor diseminado durante ya casi dos décadas. Pero, ¿y si quiero argumentar? Te arriesgas a entrar detrás de la Jeanine y el Matkovic o te arriesgas a morir como Bakovic o Aramayo. Mejor muditos, nos vemos más bonitos.


Seis, se gobierna con el miedo: “tú eres el siguiente” parece resplandecer un cartel a medio metro de tu habitación. Es ese miedo que carcome. Y para que se asiente con toda eficiencia, ¡debemos meter a inocentes a la cárcel! Ese es el secreto del modelo: meter a gente no sólo inocente sino valiosa, aguerrida y ética con tal de dar el ejemplo. Así funcionan los regímenes autoritarios del presente: no atestan las cárceles con presos. No, claro que no: seleccionan a los reclusos debidamente, condensan el mal en estos personales y los estrujan impiadosamente. El miedo se difumina. ¡El ejemplo ya ha sido puesto sobre el tablero!


Y, siete, la corrupción se hace dominante: ya nadie puede aventurarse a decir algo, ya los medios están copados por el gobierno, ya la plata fluye clandestinamente. ¿Queda algo por hacer? Sí, beneficiarse de los recursos públicos a regalada gana: pegas, viajes, programas en canal 7 y/o ATB son la regla. La corrupción es el sello del modelo y ni los cambas (Matkovic), ni los golpistas (Jeanine), ni los “atrevidos” (Aramayo o Bakovic) pueden parapetarse al frente. ¡Somos los dueños y ustedes se callan!


He ahí el modelo autoritario ungido. He ahí el secreto mejor guardado de Morales.


Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.



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