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Con la boca abierta | 05/11/2023

Impunidad y miedo de los abusadores

Sonia Montaño Virreira
Sonia Montaño Virreira

Con motivo del conflicto palestino-israelí viene al caso mencionar a la filósofa feminista Judith Butler quien, después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, escribió una serie de ensayos en los que analizaba la creciente vulneración de los derechos humanos y la deshumanización de la justicia en el sentido de que para esta no todos merecen recibir el trato de humanos. A unos se defiende y a otros se ignora. No es solo un reclamo ante la falta de igualdad, lo que ella señala es que hemos llegado al punto de que se ha legitimado el trato como humanos solo para algunos. A otros se los quiere borrar. Una de las preguntas que Butler plantea es qué hacer políticamente con el duelo de unos, además de clamar por empezar una guerra.

El ataque terrorista de Hamás contra Israel y la desproporcionada respuesta de éste con la consiguiente vulneración de las vidas inocentes ayuda a entender –si seguimos a Butler– que casi siempre “hay otros afuera de quienes depende mi vida”, condición de la que no es fácil deshacerse. Nuestra seguridad y sobrevivencia están expuestas a los otros. Los otros pueden ser desde seres cercanos hasta desconocidos con poder sobre nosotros. La tentación de recurrir a la guerra como única respuesta no hace otra cosa que profundizar la espiral de violencia y por eso vale la pena tratar de entender las causas históricas.

Pero no sólo está la necesidad del rechazo a las soluciones militares sino algo más profundo como es poner fin a una suerte de extendido sentido común según el cual algunas formas de dolor son “reconocidas y amplificadas nacionalmente, mientras que otras pérdidas se vuelven impensables e indoloras”. ¿Quién cuenta como vida vivible y muerte lamentable? ¿Se puede hablar libremente sobre todos los horrores? ¿Qué se puede decir sin ser estigmatizada? La autora se pregunta qué podemos hacer para evitar que el temor y la angustia se conviertan en gesto asesino.

Esta actual guerra desigual está poniendo en jaque a “la comunidad internacional” que hace mucho tiempo jerarquiza los conflictos según su conveniencia y dejando en el olvido a quienes sufren injusticias semejantes aunque de menor impacto, como las miles de personas que sufren otras guerras, despojos, detenciones y pagan condenas dictadas en salas de reuniones.

Por eso me permito asociar lo que ocurre en Bolivia en torno al caso de la expresidenta constitucional Jeanine Áñez, que es una especie de esquirla de la deshumanización que vemos en el mundo.

En ese contexto de precarización de la vida y los derechos –allá y aquí– el Tribunal Cuarto de Sentencia Penal de El Alto ha puesto el dedo en la llaga del Gobierno al declararse “incompetente” para juzgar a Áñez por el “caso Senkata”. Ellos consideran que ella fue reconocida como Presidenta por todos los órganos del Estado y por tanto le corresponde un juicio de responsabilidades y no uno ordinario. Valiente decisión en un país en el que estamos acostumbrados a que las leyes las dicten funcionarios sometidos al poder político de turno. Tanto el procurador como la Fiscalía rechazaron la decisión, mientras otro juez ha devuelto el expediente al Tribunal de El Alto “por falta de notificación”, iniciando la cadena de chicanas para frenar la defensa de los derechos de Áñez.

Lo que han hecho los jueces de El Alto es atreverse a contrariar las órdenes de los poderosos y desafiar el relato mentiroso que sirve para condenar sin juzgar. Su decisión nos permite ver que siempre hay alguien que está dispuesto a hacer lo correcto. Me imagino que el procurador y el fiscal, tan obedientes al poder, se deben sentir furiosos como los terroristas de Hamás o los militares israelíes que rechazan las críticas y actúan de acuerdo con su propio relato, furiosos porque alguien osó decir una verdad mayoritariamente reconocida. En este caso: no hubo golpe; en el otro, sí se están violando las normas internacionales. Lo aberrante es, en realidad, que sigamos viviendo bajo el manto de impunidad que castiga inocentes y protege a culpables. Áñez y los otros detenidos políticos son parte de las personas que no cuentan, a quien se las puede condenar porque alguien las despojó de su humanidad, de la misma forma que al Presidente Arce se le ocurrió romper relaciones con Israel y apoyar a los terroristas, mientras no se le arruga nada ante las barbaridades que ocurren en sus narices.



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