El 2 de febrero, la Cámara de Diputados
aprobó en grande la Ley de Bases, con 144 votos a favor y 109 en contra, justo
antes de que se cumplan dos meses de la ascensión de Javier Milei a la
presidencia, en un contexto en el cual su partido, La Libertad Avanza, cuenta
con solo 37 de los 257 diputados (14%); se trata de una victoria política
enorme y por la cual pocos habrán apostado.
Esta aprobación abre el camino a transformaciones estructurales inspiradas en el liberalismo ofrecidas durante la campaña por el actual presidente, opuestas al modelo populista aplicado largamente en el pasado, orientado a hacer del Estado un protagonista central de la economía, como actor directo o interventor implacable mediante la regulación de la actuación de los sujetos económicos privados hasta extremos insospechados. Un ejemplo de ello es la Ley de Góndolas, que establece cómo deben exhibir los productos ofertados los supermercados y cómo deben pagar a sus proveedores.
Lo sucedido contribuye a disminuir el escepticismo –cuando no el pesimismo– de quienes venimos siguiendo la realidad desde la vereda democrática e invita a sistematizar datos relevantes para aproximarse a explicaciones de lo sucedido y aprender de esa experiencia, ajena y cercana, para dibujar rutas de navegación en la maraña de los acontecimientos dentro de nuestras fronteras, distinguiendo lo principal de lo accesorio.
Se evidencia como condición inicial una profunda crisis, que afectó la calidad de vida de la población, lo cual es inevitable en todos los lugares donde se instauraron regímenes populistas cuyo autoritarismo se manifiesta en diferentes formas y grados, comunes en el fondo, orientados a liquidar la democracia, de frente o con disimulo, construir redes prebendarias y corruptas para su propio beneficio, así como estructuras represivas oficiales y delincuenciales, con gigantescos aparatos de propaganda paralelos a la incompetencia, ineficiencia e improvisación de sus operadores en el manejo de la cosa pública.
Tal condición no es la única, ni de lejos. Bastan los ejemplos de Cuba y Venezuela para dar cuenta de ello con 65 y 25 años de desastre continuado respectivamente. Hay una cuestión cultural de por medio que es indispensable encarar. Para ello se requiere vitalmente una estrategia de difusión acerca de las causas de fondo de la crisis y de las alternativas para salir de ella, sostenida en datos fehacientes y bases teóricas sólidas; amplia y persistente a través de todos los medios disponibles, presenciales y virtuales, y convincente, a cargo de voceros convencidos de su causa y sus fundamentos, valientes frente a las amenazas del poder autoritario de los regímenes populistas, e incansables para trabajar sin medida ni clemencia.
En el caso argentino, la estrategia ha sido por la libertad bajo la premisa de que ella no se defiende sola; es necesario defenderla. En esa dirección, es muy importante el papel de los expertos en redes sociales, de distintos segmentos de la población, cuya creatividad no debe ser limitada por los “gurúes” del “marketing político”, especialistas en ordenar lo que se debe y lo que no se debe hacer, quienes han demostrado reiteradamente su histórico fracaso.
Tal vez el lema podría ser “promueve y defiende la libertad en libertad”. Sobre tal experiencia, la campaña electoral fue una continuación de esta estrategia. En ella se hizo lo que se predicaba, mostrando en los hechos la conducta ofrecida para la gestión pública. Austeridad y creatividad, caminatas sin obstrucción de las vías de circulación, limpieza de los espacios ocupados al finalizar los actos… demostración del cambio cultural, en los hechos.
Hacer bien la política, de verdad, es otra –la más importante– condición. Con visión estratégica y con astucia, lo cual exige varios requisitos: tomar iniciativa de entrada, proponiendo mucho, envolviendo lo principal en lo accesorio. Diálogo y acuerdo construyendo consensos renunciando a lo accesorio, preservando lo principal. Conversión de los objetivos de largo plazo en inmediatos, dando saltos que pueden parecer al vacío, ineludibles en situaciones extremas. Esto no es posible sin líderes con dosis importantes de audacia, quienes deben estar dispuestos a arriesgarse. “Terapia de shock” la llaman algunos. Por experiencias propias, considero que son las mejores para alcanzar éxito.
Finalmente, por encima de la paráfrasis de verdades de Perogrullo, una condición inexcusable es contar con un equipo de primera línea con los mejores, ubicando a cada uno donde mejor lo hace. Como Adorni y Bullrich.
Escribo sobre Argentina cuando Bolivia, nuestro pobre país, se encuentra sumido en una coyuntura grave en extremo. Lo hago escuchando los últimos estertores del “Estado plurinacional”, experimento diseñado por extranjeros llegados “cruzando el charco”, prueba de colonialismo, y sabiendo que su colapso final está cerca, con grave riesgo de sepultarnos a todos con él. Mirar y entender a Argentina puede ayudarnos a evitarlo. A salvarnos.