Estados Unidos es el gran experimento democrático a cielo abierto y sus fracasos, más que sus éxitos, contienen lecciones para todos los interesados en la democracia. Lo que ahora sucede ahí es motivo de desazón entre los defensores de sus ideales, pero es también una muestra fascinante de cómo una democracia que parecía sólidamente establecida puede derivar en autoritarismo sin un golpe de Estado. Este deterioro político tiene cosas en común con procesos europeos y con el nuestro.
Soy de los que creen que esa democracia puede haber parecido sólida, pero ya arrastraba graves fallas que ahora están saliendo a la superficie. Cito dos de las más importantes: la influencia desproporcionada del dinero y la incomodidad de grandes sectores de la población con el avance progresista, que la han llevado más allá de lo que el corazón conservador del país estaba dispuesto a aceptar. Con Trump, el dinero dominará más abiertamente la política y la agenda progresista sufrirá una derrota que la hará retroceder vaya uno a saber cuántos años.
Las señales que da Trump con sus nombramientos apuntan en varias direcciones. Trataré de recoger algunas a través de opiniones de periodistas del New York Times. Quizá no sean palabra santa, como no lo es la de nadie, pero al menos es gente bien informada.
Lo primero que sostienen los analistas es que “Trump se ha mostrado dispuesto a respaldar a candidatos con una experiencia mínima en favor de la lealtad”, y que “la decisión de Trump de nombrar a un conjunto de chiflados, charlatanes y apparatchiks en puestos clave –y su amenaza de hacerlo a través de medios extra constitucionales– es un claro indicio de que dará un giro autoritario a su Gobierno”.
Esta preferencia de la lealtad o la amistad por encima de la capacidad la hemos visto mucho en estas tierras, pero ni nuestros analistas más ácidos se han referido a ciertos ministros miristas, movis o adenistas como “chiflados, charlatanes y apparatchiks”, aunque algunos merecían esos epítetos. Solo contra las masistas sueltan nuestros críticos su más ácido desprecio.
Trump ha elegido personas por su lealtad personal y por su compromiso con su agenda: “el desarrollo más significativo es una estructura construida para garantizar la lealtad, no solo a Trump, sino a una agenda de derecha dura (…) y hay personas que están siendo elegidas por las críticas que han lanzado a las instituciones que se les asigna dirigir”. Es decir, su misión será destruir aquello que deben dirigir.
Si esto parece cuestionable, “el nombramiento de hombres acusados de agresiones y abusos sexuales en diversos grados es una señal de que esta su gestión será aún más reaccionaria culturalmente y hostil a las ideas básicas de igualdad que la primera”.
Trump es un hombre de derecha, sin duda, pero está lejos de las tesis de libre mercado de los libertarios. “Trump tiene la intención de introducir cambios polémicos en la política comercial, proponiendo aranceles generalizados a todos los bienes que entren en el país”. Ni sus aliados se libran. “Trump dijo que impondrá un arancel del 25% a todos los productos de Canadá y México”. Es decir, dinamitar aduanas, ni pensar.
La destrucción institucional tiene un aspecto poco ético cuando se busca destruir instituciones porque sus resultados son contrarios a las tesis trumpistas: “(El estado de) Georgia ha disuelto el comité que examinaba la mortalidad materna, al parecer en respuesta a un reportaje sobre mujeres que murieron a consecuencia de la prohibición del aborto” y “la NOAA (Agencia encargada del monitoreo medio ambiental) deberá disolverse o reducirse de tamaño, porque es uno de los principales impulsores de la industria de la alarma (sic) sobre el cambio climático”.
Es justamente en el cambio climático donde la administración de Trump se prepara para producir los mayores daños a su país y al planeta.
“Las primeras medidas de Trump sobre el cambio climático darán el mensaje de que el Gobierno ya no se preocupa por el tema. Se retirará del Acuerdo de París y eliminará las frases “cambio climático”, “energía limpia” y “justicia medioambiental” de todas las páginas web de las agencias. Pero las medidas más importantes llegarán más tarde. Entre ellas está la derogación de los límites a la contaminación de automóviles, centrales eléctricas y fábricas. Las agencias facilitarán a las empresas petroleras y de gas el acceso a tierras federales y Trump trabajará con el Congreso para derogar la ley sobre cambio climático firmada por Biden”.
“Es probable que la avalancha de medidas de Trump provoque cambios que dejarán los pelos de punta”, cierra un comentarista.
Un nombramiento interesante, por ser contrario a los intereses de la industria bélica, es el de Tulsi Gabbard, elegida por Trump para ocupar el cargo de directora de la Agencia Nacional de Inteligencia y que ha alarmado a los responsables de seguridad nacional: “El día después de la invasión rusa de Ucrania, ella culpó a Estados Unidos y a la OTAN de provocar la guerra al ignorar las preocupaciones de Rusia en materia de seguridad. También acusó a Estados Unidos de apoyar a los terroristas en Siria (…). Desde entonces, ha sugerido que Estados Unidos trabajó encubiertamente con Ucrania en patógenos biológicos y que fue culpable del sabotaje del gasoducto Nord Stream”.
Es interesante notar que estas lecturas, reñidas con las posiciones oficiales de su país y con la opinión de muchos analistas en todo el mundo, coinciden con las que Jeffrey Sachs expresa en una entrevista resumida en este medio en julio de este año.
Un nombramiento asaz nocivo es el de Robert Kennedy (h): “El popurrí de posturas de Kennedy combina críticas de la vieja izquierda desde la energía nuclear a las grandes farmacéuticas con algo de influencia libertaria en medicina alternativa, psicodélicos y dietas de moda. Su posición más deplorable es su defensa antivacuna, que es una forma de libertarismo llevado a un extremo lamentable”. Pero el daño que él puede causar va más allá de las fronteras de su país. “Kennedy ha trabajado años en el extranjero socavando políticas que han sido pilares de la política sanitaria mundial (…). Para ello, ha prestado su fama y el nombre de su Children’s Health Defense a una red de filiales que siembran la desconfianza en las vacunas y difunden información falsa”.
Elon Musk, el hombre más rico del mundo y accionista controlador de X, ha declarado su apoyo a Trump durante la campaña y se ha sumado al círculo de colaboradores más cercanos del futuro presidente, llegando a ser comparado con la primera dama por su constante presencia. Un comentario viral se refiere a él como “Elonia”. Este hombre de negocios, cuyos lazos comerciales con el Gobierno se multiplican (y los conflictos de interés, en proporción), estará encargado de proponer reducciones en el presupuesto del Gobierno.
“Me preocupa la incompetencia y la estupidez (dice un analista). Por ejemplo, lo que Musk y Ramaswamy están preparando en su Departamento de Eficiencia Gubernamental podría causar un enorme daño. Los recortes de Medicaid, por ejemplo, tendrán un efecto inmediato en la salud y el bienestar de millones de personas, especialmente niños”.
En medio de esto, además de la lealtad a Trump y su agenda, dos características sobresalen entre los nombramientos: los muchos que vienen de los medios conservadores como Fox News y los que tienen lazos de trabajo con grandes empresas, algunos incluso con potenciales conflictos de interés. Por ejemplo, los de “Doug Burgum, hombre cercano a las empresas de combustibles fósiles, para ser su secretario de Interior y dirigir un nuevo consejo de energía en la Casa Blanca, y Chris Wright, que dirige una empresa de fracking, para dirigir el Departamento de Energía”. Como estos, hay varios lobistas que trabajaban para grandes empresas, mediante quienes es probable que ellas mantengan un alto grado de influencia en las políticas de Trump.
Finalmente, un aspecto de suma importancia es la deriva absolutista que se anuncia. Trump controla el Partido Republicano y este controla ambas cámaras, mientras la mayoría de los jueces de la Corte Suprema son personas alineadas con ideas conservadoras. Adicionalmente, Trump no ha disimulado sus inclinaciones autoritarias de poco respeto por tradiciones e instituciones que se le opongan. La autocensura ya ha comenzado. “Anticipando una administración vengativa, las empresas están “borrando políticas de izquierda de sus sitios web y buscando aparecer en podcasts conservadores”, informa un periódico.
No he pretendido hacer un inventario completo, pero lo que se anuncia es una verdadera involución institucional, cuyos alcances autoritarios e impactos no triviales en su país y en el mundo ya se vislumbran y son de temer.