Hace algunos días, en su rendición de cuentas al país, la Cancillería boliviana informó que está a punto de concluir la densificación de hitos (proceso de aumento de los mismos) en los 742 kilómetros de frontera con Paraguay. Una afirmación no solo falsa, sino que evidencia el escaso conocimiento de las autoridades sobre el trabajo en el terreno y la delicadeza con la que debe manejarse la soberanía nacional.
En realidad, esta labor podría extenderse entre cinco y seis años más, siempre que se mantenga un ritmo acelerado en la comisión mixta boliviano-paraguaya. Pensar en un acto protocolar con fotos incluidas, como parece imaginar la canciller Celinda Sosa, es prematuro. Forzar un cierre simbólico del trabajo no solo sería irresponsable, sino que revelaría el afán del gobierno de Luis Arce por maquillar su inoperancia en política exterior.
La delimitación entre Bolivia y Paraguay quedó zanjada en 1938 con el Tratado de Paz, Amistad y Límites y luego precisada con el Laudo Arbitral de 10 de octubre de 1938. Con ello se inició la segunda etapa, la demarcación. Durante años, en pleno Chaco, se abrió una picada de 704 kilómetros, una suerte de carretera angosta que recorre toda la frontera. No fue un trabajo menor, requirió maquinaria pesada, compromiso diplomático y la resistencia de funcionarios y militares que enfrentaron temperaturas abrasadoras.
Esa fase concluyó el 27 de abril de 2009, cuando se entregó la memoria final de los trabajos de demarcación, cerrando así 69 años de labor. Lo recordó recientemente Ricardo Martínez, diplomático de carrera y actor clave en la firma del acta final. En ese entonces, se precisaron los 11 vértices principales de la frontera, donde se erigieron hitos denominados de primer orden.
Lo que vino después es la tercera etapa, la densificación, que la Cancillería, con una ligereza alarmante, da por concluida. Aquí se avanzó con la instalación de hitos de segundo y tercer orden, pero la tarea sigue inconclusa. Hasta ahora, se han instalado casi todos los hitos hasta los vértices quinto y sexto, aunque aún quedan para este tramo cinco hitos de segundo orden almacenados en Paraguay, a la espera de una próxima campaña.
Paraguay terminó su parte en 2020 con la apertura de la picada. Bolivia fabricó 20 hitos adicionales. Hoy, la vegetación probablemente haya reclamado parte del terreno, pero bastará con labores de limpieza para recuperar el acceso. Sin embargo, Bolivia no terminó de cumplir su parte del compromiso de fabricar más hitos, lo que retrasará el trabajo en el tramo entre el hito capitán Ustarez y el hito Cerrito Jara.
Son más de 275 kilómetros de frontera que esperan la finalización de esta tarea. Ni hablar de los hitos de tercer orden, esenciales para la visibilidad y cuya instalación puede oscilar entre los 500 y 1.000 metros de distancia, según las condiciones del terreno.
Aún falta el tramo final, los 38 kilómetros desde la desembocadura del río Otuquis o Negro hasta el hito trifinio BOLBRAPA (Bolivia, Brasil y Paraguay), un trabajo técnico especializado que requerirá vuelos de dron y estudios batimétricos para precisar la línea limítrofe.
Pero la frontera no es solo una cuestión de hitos y coordenadas. La gobernanza de estas aguas en el tratamiento de los recursos hídricos es un asunto pendiente, con un enorme potencial para proyectos turísticos. Lo mismo ocurre en el hito Palmar de las Islas, donde se encuentra un humedal de alto valor ecológico. Allí, cualquier intervención debe ser cuidadosa para no afectar una zona protegida.
Con este panorama –del que aquí solo se han esbozado algunos puntos clave– sería prudente que las autoridades de la Cancillería se informen mejor antes de difundir datos engañosos. Es cierto que la ministra Celinda Sosa es proclive al destello de los flashes y que el país ha entrado en una etapa preelectoral, pero ninguna de esas razones justifica faltar a la verdad.