Perdimos la Guerra del Pacífico en 1879
porque Bolivia tenía un Estado débil que no poseía presencia en todo su
territorio, instituciones famélicas; en cambio Chile había desarrollado un
Estado vigoroso con instituciones más fuertes que las que existían en Bolivia.
Los estudiosos sobre la realidad boliviana afirman que nunca existió un Estado
que posea instituciones desarrolladas y, ante todo, creíbles. Al unísono lanzan
la hipótesis que expresan que históricamente nuestro país tuvo más sociedad
civil que Estado, por eso quizás la institución más fuerte es la de la política
en las calles; el logro de reivindicaciones no pasa por las instituciones sino
por las huelgas, los bloqueos, los dinamitazos, las crucifixiones.
En consonancia con el neoinstitucionalismo, comprendemos a las instituciones como hábitos o costumbres, éstas pueden estar enmarcadas en leyes o solamente existir como conductas y costumbres sociales. Justamente por eso decimos que la política en las calles es la institución estelar del país, posee más fuerza e intensidad que el Poder Judicial o el Legislativo. La gente, las masas en las calles han aprendido a agitar sus demandas contra el Estado y arrancarle a éste reivindicaciones; es en las calles donde se han volteado gobiernos o se han instalado otros.
En el país, donde la ciudadanía es débil, donde la tarea de edificar al ciudadano es incompleta, es natural que la masa, los movimientos sociales y el corporativismo, marchando en las calles, bloqueando, crucificándose o haciendo huelgas de hambre “hasta las últimas consecuencias”, consiga sus reivindicaciones.
Pero esa masa que protesta es consciente solamente de sus derechos y no de sus obligaciones, esto expresa la ausencia de ciudadanía. Las masas en sus movilizaciones pudieron tener, algunas veces, contenidos democráticos cuando marchaban contra dictaduras militares, pero no siempre la conducta de la masa ha sido progresista ni democrática; muchas veces se ha movilizado con códigos conservadores, autoritarios. Las masas que acompañaron al colgamiento de Villarroel estaban más cerca de los códigos conservadores de las oligarquías que de ideas avanzadas de democracia. Las masas que moviliza el MAS para sostener que hubo fraude electoral en 2019, cuando el expresidente Evo Morales renunció y huyó del país, se movilizan con consignas conservadores y autoritarias.
La Revolución de 1952 no condujo a la construcción de un sistema de partidos, no edificó los pesos y contrapesos necesarios para cualquier democracia. Aunque en 1956 y 1960 hubo elecciones, éstas fueron más un escrutinio que elecciones; aunque ellas ya estaban ganadas por el MNR, éste hizo fraude electoral abierto, pues no había institucionalidad democrática, no existía la autoridad electoral como institución independiente. Inclusive, durante la primera fase de la democracia pactada, la institución electoral era débil y dependiente del Poder Ejecutivo, por eso se luchó contra la Banda de los Cuatro y se formó una Corte Nacional Electoral de notables: éstos le dieron autonomía a la autoridad electoral y comenzaron la edificación independiente de esa institución. Empero, durante el proceso de cambio, la autoridad electoral socavó su institucionalidad, la erosionó totalmente, ella amparó el fraude de 2019, la misma autoridad electoral ahora es una dependencia del Gobierno de Luis Arce.
El Parlamento y el Poder Judicial durante el Gobierno de Morales han tenido una obsecuencia vergonzosa, al extremo de reconocer el “derecho humano” del Jefazo de reelegirse las veces que él deseara.
El mismo Tribunal Constitucional que favoreció la candidatura de Morales en 2019, ahora le priva de su “derecho humano “ a repostularse, lo hace a pedido expreso del Gobierno, ahora de Arce. Así entonces, el comportamiento del Poder Judicial es vergonzoso, no es nada más que una ilustración de la ausencia de institucionalidad democrática en el país. Pero hay más: ¿existen Contraloría General del Estado, Banco Central y Defensor del Pueblo autónomos? ¿Hay normas transparentes de ascensos en la Policía y FFAA? Nada de eso existe. Esto es precisamente lo que buscan los regímenes autocráticos como el que vivimos.