El incidente hispano-mexicano en La Paz ilustra lo que le
sucede a la política exterior de un país serio, como España, cuando ingresa al
cada vez más exclusivo club de compinches ideológicos latinoamericanos y del
Caribe, que es el ALBA.
Los países del ALBA, incluida Bolivia durante el largo gobierno de Evo Morales, Bolivia, no vela/ban en primer lugar por sus respectivos intereses nacionales, sino por una interpretación ideológica de los mismos. Esta se basa en la premisa de que Estados Unidos es el demonio y toda acción de política exterior gira en torno a insultarlo desde detrás de la esquina.
Así, Evo nos extrajo de la órbita de EEUU para meternos en cama con el club de los tristemente célebres: Rusia, Turquía, Irán y China, flor de democracias todas.
El patrón de política exterior del ALBA es no relacionarse con estados, sino con caudillos afines. Ergo, cuando desaparece el caudillo, la política exterior del país da un giro diametral, como sucede con la Bolivia post-Morales. Por ende, el modelo de política exterior del ALBA no sólo es insostenible sino que, mientras dura, daña el verdadero interés nacional. Ojo España.
Antes de Evo Morales, la industria textil Ametex daba empleo directo a 3.900 obreros, e indirecto a otros tantos. Exportaba a más de 50 países (incluida China), pero el 95% de su producción iba a EEUU, libre de aranceles bajo la protección de la Ley de Preferencias Arancelarias Andinas y Erradicación de la Droga (ATPDEA).
Colocando por encima lo ideológico, sin importar los criterios económicos ni de empleo, Morales dejó fenecer la ATPDEA, porque es gringo, y con entusiasmo cumbiero pretendió remplazar al primer mercado mundial con los pobretes mercados socialistas del siglo 21, que sumados no alcanzan a la economía de Chattanooga, Tennesee. No les alcanzó, y Ametex fue obligada a quebrar porque hacía negocios con EEUU.
Pero hay que admitir que el gobierno de Evo tuvo una política exterior, basada en símbolos y en declaraciones altisonantes, pero política exterior al final. En los casi 14 años de Evo todo giró en torno a la figura construida –y falsa–Evo Morales como indígena campeón de la defensa del medio ambiente. El mundo buscaba un héroe no occidental y se encontró con… Evo Morales. Pero no fue un Mandela ni un Gandhi. Apenas aspiró a Mugabe.
Bolivia, sí, fue parte del Consejo de Seguridad de la ONU (no por primera, sino por tercera vez, porque, ya saben, Bolivia existía antes de Evo), albergó una reunión del G77 y una especie de cumbre alternativa contra el cambio climático y logró que La Asamblea General de la ONU rebautizara al Día de la Tierra como el Día de la Madre Tierra, además de sostener complicadas posiciones sobre protección ambiental que concitaron pocas simpatías en la mayor parte del globo.
Pero todo apuntaba al objetivo único de extender el poder del jefazo. En 2014 Evo trajo al ex Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon y lo sometió a una maratón de inauguraciones en el valle de Cochabamba y en el norte integrado de Santa Cruz, básicamente para 1) mostrarlo como trofeo ante sus bases y 2) para tener línea directa con él en caso de que los representantes locales de esa organización levantaran la voz sobre disparates como derechos humanos o democracia. Y luego hizo exactamente lo mismo con el Papa. Efectivo, sí.
Hoy Evo, es una papa caliente que pocos países están dispuestos a albergar, un hombre en su mala hora sin un “plan B”, para quien su actual situación era inconcebible la última vez que se trasladó en helicóptero de San Jorge a la Plaza Murillo.