En La sociedad multiétnica, el ilustre politólogo Giovanni Sartori clasifica los conflictos en divisibles e indivisibles. Los divisibles son aquellos en los que los intereses en juego pueden ser repartidos sin que ninguna de las partes perciba la pérdida de algo crucial, permitiendo así la negociación y el compromiso. En contraste, los conflictos indivisibles involucran intereses tan fundamentales que no pueden ser compartidos ni negociados sin que una de las partes vea amenazada su identidad o supervivencia, haciendo imposible cualquier concesión sin una renuncia a algo esencial. En esta columna, a manera de conjetura, sostenemos que la pugna entre “evistas” y “arcistas” es un conflicto de carácter indivisible que, afortunadamente, parece llegar a su fin.
La crisis electoral de 2019 fue un golpe que derrumbó el sistema que sostenía a Morales. Las acusaciones de fraude desataron protestas masivas y, presionado, Morales renunció el 10 de noviembre, buscando refugio primero en México y luego en Argentina. Jeanine Áñez asumió la presidencia interina hasta la convocatoria de nuevas elecciones. El 2020, desde su exilio en Argentina, Evo Morales decidió “generosamente” imponer la candidatura de Luis Arce, su exministro de Economía, para que continuara su “ilustre legado”; claro, con la sutil intención de ser el poder detrás del trono y manejar a Arce a su antojo.
Luis Arce ganó las elecciones presidenciales de octubre de 2020 con una amplia mayoría, lo que le permitió asumir la presidencia en noviembre de aquel año. Morales, aunque públicamente respaldó a Arce, también deja claro que seguirá siendo la figura central del MAS y que Arce debe seguir sus directrices. Mientras tanto, Arce, aunque agradecido, empezó a mostrar una discreta independencia, subrayando que su liderazgo será institucional y no personalista. Estas tensiones salieron a la luz poco después de la victoria electoral de Luis Arce, como si la “armoniosa” relación no fuera más que una fachada.
Ministros en cuestión. El 10 de noviembre de 2020, como si fuera una chispa en un barril de pólvora, Arce decidió que su gabinete de ministros debía distanciarse del entorno de Morales. Y claro, no pasó mucho tiempo antes de que Morales empezara a pedir cambios en el gabinete, especialmente en el caso de Eduardo del Castillo, como si estuviera armando su lista de “sacar y poner”. Como era de esperar, Arce no aceptó las sugerencias de su antecesor, y en lugar de encontrar puntos de acuerdo, lo que hubo fue una polarización cada vez más visible, tal vez para recordarnos que las reconciliaciones no estaban en la agenda.
Ruptura de la hegemonía parlamentaria. A lo largo de 2021 y 2022, las diferencias entre Arce y Morales fueron emergiendo lentamente, como grietas en una sólida muralla, inicialmente invisibles pero cada vez más profundas. En el Congreso, los diputados y senadores leales a Morales comenzaron a desafiar abiertamente las decisiones del gobierno de Arce, lo que transformó la Asamblea Legislativa Plurinacional en un terreno de lucha constante. El epicentro de la contienda fue el control de la Asamblea y la aprobación de leyes clave, un campo minado donde las tensiones alcanzaron su punto más álgido.
Los seguidores de Morales acusaban a Arce de seguir políticas económicas “neoliberales”, un alejamiento de las posturas históricas del MAS. Este quiebre tuvo consecuencias inmediatas y evidentes: la agenda de Arce, cada vez más fragmentada, se desmoronaba bajo el peso de la oposición interna; la aprobación de leyes clave se volvía un laberinto sin salida; y la polarización política se profundizaba, con el liderazgo del presidente bajo constante interrogante. Ante este escenario, tanto la facción “evista” como la “arcista” se vieron obligadas a tejer alianzas, buscando refugio en los partidos opositores como Comunidad Ciudadana y Creemos, en un intento por sobrevivir políticamente en un mar de incertidumbre y tensión.
Intereses detrás de las posiciones. Detrás de los discursos oficiales y las posiciones aparentemente firmes, el verdadero objetivo de Evo Morales parece ser un regreso triunfal al poder, incluso si para ello debe pasar por alto la Constitución, ese pequeño inconveniente legal. Mientras tanto, Luis Arce, cuyo interés también se revela con una claridad inusitada, parece estar más centrado en asegurarse de que él mismo, o alguien de su círculo cercano, se quede con el timón del país. Y en ese empeño, el año pasado los “evistas” organizaron un Congreso en Lauca Ñ, donde no solo reafirmaron a Morales como líder indiscutido del MAS, sino que lo proclamaron como candidato presidencial para las elecciones de 2025. Pero, como si fuera una trama de novela política, los “arcistas”, con el aparente apoyo del Tribunal Supremo Electoral, no se quedaron de brazos cruzados y lograron que el TSE descalificara las decisiones de ese Congreso, como si de un truco de prestidigitación se tratase. Un verdadero espectáculo de pura diplomacia constitucional.
Frente a un panorama que parecía más un naufragio que una oportunidad, la facción “evista” del MAS, como un marinero que no sabe ya hacia dónde remar, convocó una serie de protestas que, en su mayoría, naufragaron sin pena ni gloria. El último de estos intentos fue el bloqueo de carreteras de octubre de este año, una maniobra que, aunque intensa, careció de la fuerza que se esperaría de un verdadero vendaval social.
Las demandas que se alzaron al viento fueron como un cúmulo de papeles volando sin rumbo: se pedía desde la resolución de la crisis económica y la escasez de dólares, hasta la renuncia de Luis Arce, pasando por la falta de hidrocarburos. Pero en el fondo, como el eco de un viejo deseo guardado, lo que realmente se pedía era algo mucho más personal: habilitar a Morales como candidato para 2025 y suspender los procesos judiciales que acechaban su figura. Tal como lo dejó claro el senador “evista” Leonardo Loza, el verdadero corazón de la protesta no era el bienestar del pueblo, sino el regreso del líder como candidato y la suspensión de los diversos procesos por estupro y trata de personas del expresidente Evo Morales.
El bloqueo de carreteras, por supuesto, no duró mucho, ya que la Policía y el Ejército, en su papel de pacificadores, rápidamente pusieron fin al asunto. Derrotado, Morales, en un gesto de magnanimidad, decidió suspender las protestas y tomar un “cuarto intermedio” (porque, claro, las revoluciones siempre necesitan un descanso).
Luego, con el dramatismo propio de un buen líder en apuros, se declaró en huelga de hambre y solicitó, como quien pide permiso para jugar, un diálogo con el gobierno. Es probable que, en su posición de fuerza, Luis Arce, ahora más confiado que nunca, decida rechazar cualquier intento de negociación con Morales. Quizás, en un giro inesperado, se aventure incluso a aprehenderlo por los cargos de estupro y trata de personas. Y quién sabe, tal vez incluso se logre inhabilitar a Morales como candidato. Así, con todos los ingredientes del drama político bien condimentados, llegamos al glorioso y esperado final de un conflicto indivisible entre “evistas” y “arcistas” con la candidatura lejana de Evo Morales y un proceso jurídico cercano.
Eduardo Leaño Román es sociólogo.