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Oveja Negra | 10/12/2025

Paz-Lara: Genealogía de un desencuentro inevitable

Eduardo Leaño
Eduardo Leaño
El método genealógico es una estrategia de investigación formulada por Friedrich Nietzsche y desarrollada por Michel Foucault para analizar el surgimiento histórico de los discursos, las prácticas y las formas de poder que configuran la realidad social. No busca explicar un origen puro, sino mostrar cómo las verdades, las instituciones y los sujetos han sido producidos por relaciones contingentes de poder-saber. 

En este marco, los recientes desencuentros entre Rodrigo Paz y Edmand Lara no pueden entenderse como una simple discordancia entre dos autoridades obligadas a convivir. La presente columna no busca decidir quién tiene la razón, sino reconstruir el entramado histórico, discursivo e institucional que dio forma a una relación política que, desde el comienzo, parecía menos una alianza y más un equilibrio precario. 

Se trata de narrar cómo ambos emergieron como figuras con trayectorias distintas, cómo se configuraron sus roles y cómo ciertas dinámicas de poder y producción de saber alimentaron una pugna que hoy estalla con toda claridad. La disputa entre Paz y Lara puede leerse como la  consecuencia natural –casi inevitable– de un proceso de formación de antagonismos, que se remonta al origen mismo de su fórmula electoral. 

Su llegada al poder, en noviembre de 2025, se apoyó en un mensaje variado al gusto del electorado: Paz, como buen representante del orden institucional, ofrecía estabilidad y experiencia; mientras Lara, con su pasado policial, su presencia mediática y su enérgico discurso anticorrupción, prometía renovación y cercanía con la gente. Una combinación que –según se decía– era el equilibrio ideal o, visto con perspectiva, una bomba de relojería envuelta en papel de campaña. 

Desde una mirada genealógica, es evidente que ambos fueron moldeándose como figuras políticas con identidades muy diferentes. Lara se posicionó como el vocero de las demandas populares, abanderado del desencanto social y antagonista de las élites. Paz, por su parte, se consolidó como el rostro de la continuidad democrática, del manejo técnico y del respeto por los cauces formales. 

Estas trayectorias, tan dispares, no solo alimentaron una competencia por el control de áreas del gobierno, sino también por la definición misma de qué significa gobernar en una etapa posterior a 20 años de hegemonía del MAS. 

Con el inicio del nuevo gobierno, las diferencias dejaron de ser susurros y pasaron a ser decisiones concretas. La eliminación del Ministerio de Justicia y la creación del Viceministerio de Coordinación Legislativa –que Lara interpretó como una apropiación indebida de sus funciones– fue solo el primer capítulo. 

A ello se sumaron sus críticas al gabinete, que consideraba ajeno a su visión, y el deterioro de su comunicación con Paz, cuyos silencios telefónicos se volvieron casi tan elocuentes como sus discursos oficiales. Estas medidas no solo redibujan el organigrama estatal, sino que fabrican nuevas jerarquías y distribuyen el poder con una precisión quirúrgica, aunque no necesariamente consensuada. 

En el terreno discursivo la distancia se ensanchó aún más. Lara adoptó el rol de guardián del interés popular, denunciando corrupción y señalando a Paz como representante de un establishment que no cumpliría lo prometido. Su uso de redes sociales, especialmente TikTok, le permitió difundir una narrativa combativa en tiempo real, con un estilo que combina cercanía, indignación y producción audiovisual doméstica. 

Paz, contrariamente, optó por discursos sobrios, defensa de la institucionalidad y rechazo a entrar en polémicas “por internet”, como si se tratara de un espacio menos digno que el Palacio. El choque entre la legitimidad emocional y la legitimidad burocrática se convirtió así en el eje del conflicto. 

Estas tensiones ya están repercutiendo en la estructura del gobierno. La gradual marginación de Lara, la reorganización de ministerios y la falta de confianza mutua amenazan la cohesión del Ejecutivo, abriendo la puerta a intervenciones de otros actores políticos y sociales. Desde una perspectiva genealógica, lo que está en juego no es un desacuerdo momentáneo, sino una transformación más profunda de las formas de autoridad y de cómo se distribuye el poder en el Estado. 

Frente a la tensión creciente entre Paz y Lara es inevitable preguntarse hacia dónde podría derivar esta pugna. Diversos escenarios se perfilan, cada uno con sus riesgos, ventajas y dosis de incertidumbre: desde un reacomodo controlado que privilegie la estabilidad hasta una coexistencia tensa que convierta el gobierno en un ejercicio de equilibrios precarios; desde rupturas abiertas que reconfiguren la política hasta experimentos híbridos que busquen conciliar institucionalidad y movilización popular. 

A continuación, se presentan estos posibles desenlaces, con sus implicaciones para el poder, la gobernabilidad y la percepción ciudadana. 

Reacomodo controlado. En este escenario, Paz consolida su posición dentro del aparato estatal, convirtiéndose en el eje central del poder; mientras Lara se ve relegado a un papel más ornamental que decisorio. Sería una especie de “puesta en escena” del gobierno, donde la forma permanece y el contenido queda cuidadosamente gestionado. 

La administración ganaría en orden y previsibilidad, pero algunos  sectores de la sociedad podrían sentirse engañados, como si hubieran comprado un producto prometido como innovador y recibieran una versión estándar con etiqueta nueva. En otras palabras, la calma reina… siempre que nadie mire demasiado de cerca la vitrina. 

Coexistencia tensa. Ambos podrían permanecer en sus cargos, manteniendo una relación de tensión constante que convierte al gobierno en un escenario de contraste permanente. Cada decisión, cada declaración pública, sería una pequeña escenificación del conflicto: Paz, con su calma técnica; Lara, con su indignación moral y performativa. 

El resultado sería una gobernabilidad al estilo “discutimos en público, decidimos en privado o tal vez no decidimos nada en absoluto”, donde la parálisis y la improvisación se mezclan con la teatralidad política. Una coreografía incómoda, pero entretenida para el espectador externo. 

Ruptura abierta o retirada tácita. Si Lara decide distanciarse aún más o Paz opta por mecanismos institucionales para desplazarlo, el gobierno podría entrar en un periodo de turbulencia abierta. La inestabilidad institucional, la confusión en la toma de decisiones y los reajustes internos serían el pan de cada día. 

Este escenario tiene todos los ingredientes de un “drama político” con temporadas de realineamientos partidarios, cambios de gabinete y negociaciones urgentes. Los ciudadanos podrían observar cómo el conflicto deja de ser un detalle interno y se convierte en espectáculo público, donde cada movimiento estratégico se analiza al milímetro. 

Modelo híbrido. Existe la posibilidad de intentar un experimento más sofisticado: combinar la institucionalidad clásica y tecnocrática de Paz con la capacidad de movilización popular y la presencia mediática de Lara. Sería un híbrido tan innovador como delicado, donde cualquier descuido podría desencadenar conflictos inesperados.La idea es atractiva: intentar gobernar con equilibrio entre orden y energía popular, burocracia y espectáculo mediático. Pero, en la práctica, mantener este equilibrio sin sobresaltos podría ser tan complicado como sostener un castillo de naipes en medio de un temblor: elegante en teoría, frágil en la realidad. 
Dadas las condiciones actuales y el peso superior de la Presidencia en el aparato estatal, lo más probable es que Paz fortalezca su posición, mientras Lara se desplaza progresivamente hacia un rol secundario. 

Esta solución ofrecería orden y control institucional, pero a costa de un posible desgaste en la base social del gobierno. 

Como quien reorganiza los muebles de la sala, el dueño del poder central se queda con la mejor vista, mientras algunos sectores populares podrían sentir que sus expectativas han sido cambiadas por otros intereses. Además, esta situación abre la puerta a nuevos actores que podrían aprovechar el descontento y reescribir los próximos capítulos políticos.

Eduardo Leaño es sociólogo.



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