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De media cancha | 24/04/2024

Evo, el sexy

Diego Ayo
Diego Ayo

Cuando vi al rector de la Universidad Gabriel René Moreno haciendo algún ejercicio de campaña electoral ataviado de un poncho rojo y un lluchu de lana, sentí como si hubieran vestido a la Mona Lisa con la camiseta del Tigre. Se vería preciosa la Gioconda portando la casaca del mejor equipo de fútbol del país. ¡Hermosa! Sin embargo, alguito fallaba, no cerraba. ¿Por qué? Por una razón que parece poco creíble, pero así la venden: la política es un juego visual. Más que eso, es un campeonato visual, un grandioso torneo de imágenes. La política se revela, por ende, como un juego de apariencias donde sólo un mísero 7%, siguiendo la reflexión de la politóloga-modista española María Francés Barrientos, se explica con argumentos, libros, teorías, fábulas, novelas y un largo etcétera de la cultura de lo hablado. La cultura de lo que se dice. Empero, lo que se muestra parece ser más relevante.

Por ese motivo, andar correteando con tu llucho a cuestas revela algunas cosas. Uno, no tienes idea de que hacer política es como hacer una película: te puede salir a lo mexicana de los años 60 o de lujo, tipo El gran Gatsby. Vos eliges. Dos, si crees que poniéndote un sobrero andino te conviertes en la reencarnación de Mama Ocllo, es mejor que desistas de tu empeño político y le dediques el resto de tus días a fabricar máscaras para el Carnaval de Oruro. La política no es lo tuyo. Igual, si crees que ya poniéndote la capa de Superman tienes la posibilidad de emprender fogosos vuelos por el cielo, hazlo. Intentalo y, sobre todo, extendé los brazos. ¡Fija que vuelas! Pero si pasa algo, fue un gusto haberte conocido.

¿Por qué insistir con este ejemplo? Por el contraste: si algo hizo bien Evo Morales fue encontrar un estilo. Retrocedamos: ¿qué podemos ver? A Manuel Sillerico, un sastre de lujo, y a Beatriz Canedo, la mejor diseñadora de la segunda mitad del siglo XX en Bolivia. Y es eso lo que realzaba la ropa del expresidente Morales. Tengamos en cuenta que antes de asumir la presidencia viajó a España a conversar con el presidente Rodríguez Zapatero y lo hizo ataviado de una chompa. Llamó la atención. Gustó, para ser claros. Ponía en evidencia que el ciudadano surgido de un pueblo pobre se vestía acorde a su origen. Evo no tenía ninguna pretensión de lucir elegante y, sobre todo, ningún interés por reproducir lo que ya había: una larga lista de presidentes vistiendo trajes sofisticados.

Pero una vez que el presidente recién elegido exhibió su chompita de vestimenta cotidiana, se sugirió darle un toque de autenticidad, rescatando ya no el pullover, pero si el estilo propio. Se creó el “Evo-fashion”. La chompa se tornó elegante, aunque siempre siguiendo el sello de partida: su originalidad. Jamás otro presidente boliviano había osado vestirse con una prenda propia. Evo Morales rompió ese molde y revolucionó la moda presidencial empezando a lucir los fantásticos trajes que le confeccionaron Sillerico y Canedo en diferentes etapas.

Evo Morales lograba no sólo vestir bien. Lograba tener un estilo. Y, esta rúbrica conseguía poseerla de la mano de un sastre aymara y de una diseñadora de las élites. ¿Suscitó interés el político fashion? Sin dudas: el genial escritor peruano Mario Vargas Llosa escribió que la apariencia de Evo Morales “parecía programada por un genial asesor de imagen para elevar el entusiasmo de la izquierda boba a extremos orgásmicos”.

¿Qué podemos sintetizar? Evo Morales no sólo lucía. Tenía un estilo y, lo que es mejor, ese estilo tenía una reminiscencia indígena. Perfecto.

Hoy, ¿qué vemos? No mucho. Evo retornó a su mal gusto y perdió el traje. Se quedó sin estilo. Tan simple como eso. ¿El resto? No lo sé, aunque entre lluchos impostados y polleras de tela china, no hay mucho más que comentar.

Habrá que esperar…

Diego Ayo es cientista político.



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