Cada año, cuando se acerca el Día del Peatón, se repite la misma estúpida discusión: ¿es o no es necesario? Bolivia debe ser el único país del mundo donde eso todavía se discute, lo cual muestra el grado de retraso cultural que tenemos como sociedad: no entendemos todavía lo que significa vivir en comunidad ni entendemos lo que significa aspirar a un medio ambiente más sano, en concierto con el resto de las naciones.
Vivimos en una ciudad que es un embudo, donde basta que un camión se pare donde no debe, para que genere una trancadera que taponea una calle o avenida y causa bocinazos y manifestaciones de energúmenos que están llegando tarde a alguna parte. Los conductores, incivilizados e incultos, cometen faltas de tránsito todos los días, pero luego se quejan del tráfico de la ciudad. Hay mucha incoherencia en ese comportamiento: “Yo sí puedo hacer lo que me da la gana, pero me molesta que otros hagan lo mismo”.
A eso se suma que la policía de Tránsito y la Guardia Municipal son inexistentes. Sabemos que hay miles, pero no sabemos dónde se esconden y qué hacen para justificar su salario (que pagamos todos nosotros). Un ejemplo: a la alcaldía (ese nido de inútiles) se le ha ocurrido recientemente levantar y volver a colocar (sin motivo) adoquines en las estrechas calles del barrio de San Miguel, reduciendo a la mitad el espacio para que circulen los vehículos, lo que produce innecesarias trancaderas. Vemos cuatro o cinco obreros con chalecos color turquesa, trabajando lentamente y de mala gana (ya sabemos que la productividad laboral de Bolivia es de las más bajas del mundo), pero no vemos ni un solo Guardia Municipal para ayudar a que el tráfico circule. La ciudad entera está llena de calles taponeadas y trancaderas que aumentan por las largas filas de camiones y de autos que esperan durante horas la venta de diésel y de gasolina. Pero nunca hay policías ni Guardias Municipales.
Por todo ese caos vehicular y mucho más, es absurdo y grotesco que haya gente que se queje de tener una o dos veces al año un día sin autos en las calles. La mayoría de las ciudades del mundo civilizado lo hacen regularmente y la gente lo aprecia, porque el aire es menos contaminante, hay menos ruido, y uno puede salir a caminar sin riesgo de que lo atropellen los adictos al volante.
El Día Mundial del Peatón se celebra el 17 de agosto (desde 1897), pero aquí no les ha llegado a muchos la noticia. Y el Día Mundial sin Coche es el 22 de septiembre, desde 1973. Además de esas dos efemérides clave, hay muchas otras fechas en las que las ciudades inteligentes guardan sus autos en el garaje y aprovechan del aire limpio y la naturaleza.
Los peatones en Bolivia son rehenes de los vehículos motorizados, que ni siquiera saben lo que significa un paso de cebra o un semáforo. Creen que ambas señales de control del tráfico son optativas, no obligatorias. Los automovilistas bolivianos son especialmente necios: la mayoría conduce sin cinturón de seguridad, habla por teléfono mientras maneja, no respeta las señales, se estaciona en lugares donde claramente dice que está prohibido hacerlo, cruza los semáforos en rojo, acelera cuando un peatón está por cruzar un paso de cebra, etc. Son de los peor que he conocido.
Y encima lloriquean cuando queremos librarnos de ellos una vez al año. Tienen tal adicción por sus motorizados, que bien podrían meter las narices en el escape de sus autos para satisfacer su avidez de dióxido de carbono. Son incapaces de caminar unas cuantas cuadras, de relajarse un poco, de sacar la bicicleta el día domingo. Por último, quedarse en casa leyendo un buen libro o escuchando música (les aseguro que no van a sufrir ataques de abstinencia de CO2).
La Paz no tiene espacios para peatones, ni grandes parques como otras ciudades agradables, donde la cantidad de árboles filtra el aire constantemente y donde cada vez se convierten más calles y avenidas en vías peatonales permanentes. No quiero comparar este agujero infame, atravesado por ríos que son cloacas abiertas, con ciudades de Europa, porque sería injusta la comparación, por ejemplo, con Ámsterdam, Copenhague o Múnich. Pero sí puedo compararla con ciudades latinoamericanas que conozco.
Bogotá, donde me ha tocado vivir algún tiempo, y a donde regreso cada vez con mucho placer, tiene más de cien kilómetros de ciclovías y paseos peatonales permanentes, y además, todos los domingos, la alcaldía cierra muchas avenidas troncales para que las familias puedan salir a caminar o desplazarse en bicicleta. Repito: todos los domingos. Y así lo hacen muchas ciudades civilizadas del mundo, mientras en este ensayo de aldea marginal los automovilistas se quejan porque no pueden lucir sus bólidos un domingo cada año.
Estamos como estamos porque somos lo que somos: retrógrados, conservadores, inconscientes sobre temas ambientales, egoístas, poco informados y mal educados. Repetimos como loros la frase “ciudad maravilla” y ese mantra nubla nuestros sentidos y no somos capaces de ver la basura tirada en cualquier lado, de oler el rio hediondo, o de mirar la maraña de cables que apenas se sostienen entre los postes. Vivimos en una ciudad lamentable, donde no se puede tener calidad de vida, donde no hay lugares para pasear, donde caminar sobre las aceras rotas puede ser un peligro.
Entonces, que no molesten los adictos a los autos. Aquí deberían los peatones tener el derecho de respirar aire puro todos los fines de semana, y no sólo una vez al año. Deberíamos imitar las buenas cosas de otros países, ero sólo imitamos las malas.
@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta