Con su discurso de humo como prestidigitador de feria, Choquehuanca se mantuvo en el poder 20 años encandilando a quienes se empeñaban en encontrar en su palabrería, algo para creer. En realidad, querían a fuerzas creer en él, sobre todo aquellos que lo consideraban como producción propia, porque lo habían parido y prohijado por muchos años en las ONG, modelándolo a imagen y semejanza, y poniendo en su boca discursos atrapa-bobos, pero sin darse cuenta de que en la cabeza del sujeto no existía la menor convicción.
La filosofía superficial del embustero, que echó mano de la retórica para sembrar símbolos que no estaban respaldados por argumentos verosímiles, creó esperanzas también en pueblos indígenas que se tragaron el cuento de que él era el último Inca, algo que se sacó de la manga con un oportunismo que, de verdad, asombra por su habilidad ladina.
Lector flojo e improvisado, siempre quiso contrapesar la retórica pachamamista animista, con el relato libresco académico del falso matemático García Linera, que tampoco tiene mayor espesor intelectual porque no expresa ni una idea propia, sino muchas notas al pie de las ideas de otros.
Como buen pajpaku de la plaza San Francisco, Choquehuanca ocupó el espacio fronterizo entre la clase media y el cholaje crisolado de los inmigrantes urbanos, encandiló con fórmulas poéticas tan sugerentes como inteligibles, con un poderoso guiño a los turistas “revolucionarios” de la calle Sagárnaga. Algunos incluso creyeron que era representante de una inexistente “izquierda indigenista”. Por favor: aterricen ¿qué estaban fumando?
Cuando dispuso (con qué autoridad, si todavía era parte del Ejecutivo y no del Legislativo), que el reloj del Congreso girara sus manecillas hacia atrás, puso en marcha el mecanismo de retroceso histórico en el que Bolivia ha estado sumida durante los gobiernos del MAS. Los dóciles diputados y senadores jamás se preocuparon por rectificar esa aberración simbólica, muy ocupados en atornillar sus curules. La anécdota del reloj, digna de la novela del realismo mágico, antes que un símbolo con significado, fue una provocación de un hombre mediocre que se sintió de pronto con todo el poder.
Ahora ya sabemos de dónde vino la peregrina idea: en uno de sus múltiples e innecesarios viajes de turismo pagados por el Estado, en una visita a Londres entró a una relojería y vio un reloj que inspiró su relato del tiempo reversible, que no resiste el análisis más somero: si el tiempo pudiera ser desandado por decreto para retornar a los valores primigenios de la cultura aimara (suponiendo que estos no fueran idealizados), Choquehuanca no hubieran sido electo vicepresidente en 2020 sino en 1992, puesto que el reloj se puso en marcha hacia atrás el año 2006. En su propia lógica, ni él ni Evo Morales estarían en el calendario actual. En lugar de sumar 16 años habría que restarlos. Por eso hemos retrocedido tanto.
Sin mencionar que el reloj mecánico del Congreso dista de parecerse a un reloj de sol más cercano a los conocimientos científicos de los antiguos habitantes andinos.
Así y con otras imposturas inverosímiles, que rayan en lo anecdótico y jamás conviven con la seriedad y responsabilidad de la función pública, el personaje que antes de llegar a la política emergió de las ONG que lo alimentaron y catapultaron, trató de convertirse en un referente místico de la vapuleada y ahora minoritaria población aimara de Bolivia.
En realidad, detrás del discurso confuso embellecido por imágenes de cóndores equilibrados y wiphalas racistas de supuesta conciliación, sobrevive el político avieso, el Olañeta aimara que acomodó su discurso para cada audiencia (los aventureros españoles de Podemos o el papa Francisco), y que nunca dejó de lado sus resentimientos y complejos de inferioridad. Lo que no tiene de propuesta, tiene de labia. Estos son tiempos de impostura y flotan mejor los que se reciclan en personajes históricos.
No sé si sorprenderme o reírme de quienes creyeron (o quisieron creer a la fuerza) que con la elección de 2020 había regresado un “nuevo” Choquehuanca, cuando durante los 14 años anteriores ya habían tenido la oportunidad de conocerlo a fondo. Estos caudillos grises del oportunismo no se transforman, sólo adaptan su discurso para seguir engañando. El “pacificador” engañabobos es más falso que el cacique del Chapare, con quien comparte el discurso de impostura de la pobre y dilapidada Pachamama, a la que ambos masacraron no sólo con su indiferencia, sino con decretos que fueron sentencias ejecutoriadas para millones de hectáreas de bosques y pastizales calcinados. Y quienes los apoyaron, son cómplices de los desastres naturales causados.
David Choquehuanca no pasará a la historia como un descendiente de los Incas o de los antiguos aimara, sino como un político impostor producto manipulable de un puñado de irresponsables que lo rodearon y lo alentaron, para ellos mismos garantizarse puestos en el gobierno. Pasará también a la historia como el Canciller más inútil de todos, aunque por el tiempo de su gestión y los recursos con que contó, podía haber sido responsable de una buena gestión internacional para poner a Bolivia en el mapa de la dignidad (no en el mapa de la vergüenza donde estamos ahora). Finalmente, pasará a la historia como el presidente de una Asamblea Legislativa onerosa, penosa y lamentable desde todo punto de vista, a la que no supo dirigir hacia buen puerto a través de un funcionamiento orgánico decoroso y con resultados elocuentes.
Nada, nada, nada, habrá que recordar de este oscuro y mediocre personaje, como no sea la anécdota cruel del reloj en reversa, que terminó atrapándolo en su mecanismo retrógrado.
@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta.
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