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Cartuchos de Harina | 10/04/2021

Enemigos del ruido

Gonzalo Mendieta Romero
Gonzalo Mendieta Romero

Puede sonar pecaminoso, pero la muerte del teólogo suizo Hans Küng me salvó de escribir de las disputas nacionales y sus engolados actores. Y no fue por el renombre de aquel influyente disidente católico, némesis mediático de Joseph Ratzinger (amamos mucho esas caricaturas de un héroe contra un villano, cuando la realidad es más bien polifónica), sino porque su partida a los 93 años me hizo retomar sus memorias.

Para quien espere aquí un debate religioso, alerto que dejaré la gresca a los hugonotes y a los políticos gritones. Es que, en sus memorias (tomo II, Verdad disputada), Küng se queja de que la calle Gartenstrasse de Tubinga, donde vivía, se llenó de ruido por las obras de una carretera. Además, unas canchas de tenis construidas debajo de su casa le traían el repetitivo golpeteo de las pelotas, impropio para concentrarse en nada.

Me sentí pues muy próximo a esa su fobia al ruido. Años ha, me contaron que de bebé oí un disparo en mi casa, en circunstancias más bien particulares. También que, en agosto de 1971, en la pequeña vivienda en alquiler de mi mamá, retumbaba la balacera del cerro Laikacota, cruzada con las descargas que venían del monoblock de la UMSA. La primera es una experiencia inusual en la temprana infancia; la segunda, extendida entre los bolivianos de mi edad o mayores. Y, si me permiten un presagio pesimista, quizá las nuevas generaciones aprendan de nuevo y en vivo esa rama sonora de la historia nacional.

Por apuntes biográficos así, comparto sensibilidades políticas y musicales marginales, al igual que una anónima pertenencia a otras minorías ignoradas, como la de quienes padecen hiperacusia, esa intolerancia crónica a los sonidos cotidianos. Por ese lado también es que los “fierreros” en política me patean el hígado. No tuve tentaciones más ajenas que ingresar de petardista a las marchas universitarias o a las juventudes de alguna organización armada, en cualquier ángulo del espectro.

La abolición de la fiesta de San Juan, por ejemplo, me inunda de nostalgia por las fogatas con los parientes reunidos (y de una contenida rebeldía antiecológica, mal vista hoy), pero ya menos cuando rememoro los cohetes y fuegos artificiales. En San Juan, mi coraje ante el estruendo podía exhibirse únicamente con estrellitas de pirotecnia, muy a la mano, pero raramente épicas.

A propósito, el anterior San Juan, que pasamos en cuarentena, estuve entre los que sufrimos el desahogo nocturno de los buscapiques detonados por los compatriotas, pero no tengo el carácter de Alcides Arguedas para enrostrar con suficiente amargura esas falencias idiosincráticas.

Volviendo al teólogo Hans Küng, la molestia por el peloteo de tenis ha debido ser de magnitud como para figurar en sus memorias, junto a sus diferencias con quien sería Benedicto XVI, a quien conocía ya cuando ambos fueron jóvenes asesores del Concilio Vaticano II. Los humanos somos curiosos, pues la música pudo bien acercarlos. Ratzinger gusta tocar sonatas al piano, aunque sea sobre todo un pensador. La melodía ha inspirado incluso a que un Papa más político, Francisco, asemeje la verdad con una sinfonía, pues ningún instrumento la alcanza solo.

Gustav Mahler ha debido conocer de cerca esas verdades de la música y del perturbador ruido, cuando –como Küng por las putas pelotitas de tenis– se recluía en sus mañanas dedicadas a la composición (sólo en vacaciones, pues tenía el afanoso laburo de director). Lo pinta bien una ilustrada melómana en un documental de la BBC. Mahler no podía correr el riesgo de que en plena cavilación de la nota correcta viniera alguien a decirle: “¿vas-a-des-a-yu-nar?”, trizando su pentagrama mental sin remedio.

La vida de los afectados de hiperacusia no es pues llevadera. Pocos entienden el efecto de una frase de sopetón en medio del ensimismamiento. Por momentos, temo que hasta el despotismo sería soportable, con tal de que garantizara no hacer uso de la alarma o la estridencia, ni permitirlas. Claro que luego recuerdo que no hay por qué pedirle peras al olmo ni cuerdas al tambor.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado.



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