La revista Foreign Policy acaba de entrevistar a Gracelin Baskaran, economista minera sudafricana. Ella dirige el Programa de Seguridad de Minerales Críticos del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) de la Universidad jesuita de Georgetown. Baskaran explica cómo los minerales reorientan la política exterior de Donald Trump. De ahí su obsesión por Groenlandia y Canadá, dos territorios mineros. Según la profesora, en 2026 Washington se acercará a Ottawa, atraída por el brillo metálico.
Bolivia no es aludida, pero la incumbe lo que dice Baskaran. Estados Unidos no baila la quimba porque el MAS fue remplazado por conservadores; es la política norteamericana la que da un giro de fondo. Los americanos de todas las latitudes estamos ahora entre las prioridades del Tío Sam, mientras tilda a los europeos de decadentes. Entre estos, no faltará quien desahogue su ira sin autocrítica, citando a Georges Clemenceau: “América es la única nación que ha pasado directamente de la barbarie a la degeneración, sin el intervalo usual de la civilización”.
Baskaran confirma la remozada estrategia de seguridad estadounidense, publicada hace diez días. Allí, el rubio imperator anuncia que garantizará que el hemisferio occidental se mantenga razonablemente estable y bien gobernado. Eso afianzará cadenas de suministro cruciales, libres de potencias extranjeras hostiles o que busquen la propiedad de activos clave.
Para Trump, el continente americano consta de una geografía envidiable con recursos naturales. Posee fronteras sin riesgo de invasión militar y sin potencias competidoras dominantes, separadas por vastos océanos. América es una isla a salvo, aunque hay quien anote que el mar no basta para eso.
Washington no exportará más la democracia. Esgrime ahora un “realismo flexible”: relaciones comerciales sin imponer cambios democráticos o sociales que difieran de las tradiciones e historia de otros países. Si la democracia no funcionara en La Paz, por ejemplo, buenas serán las tortas para Trump. Está llano a alentar gobiernos o partidos de la región que comulguen con él, pero no “ignorará” a los gobiernos con doctrinas diferentes, si colaboraran (Maduro no califica para eso: es la cabeza de playa de fuerzas extrahemisféricas).
La Casa Blanca asegurará minerales y materiales críticos -y sus cadenas de suministro-, sin depender de China ni de otras potencias que los procesen. Incluso “la Comunidad de Inteligencia monitoreará las cadenas de suministro clave y los avances tecnológicos en todo el mundo”.
A Washington le preocupa que China opere cerca del 80% de la producción mundial de tierras raras y sea destino tradicional de la minería africana y latinoamericana. Beijing ha tolerado encantada la huella ambiental consiguiente, pero por una posición estratégica. Los chinos tienen una gran relación con Brasil, por ejemplo. En 2023, la Ford cerró una fábrica en Bahía. La empresa china BYD la adquirió exultante y recontrató al personal.
El "corolario Trump" de la Doctrina Monroe es justamente restaurar la preeminencia norteamericana en este hemisferio; evitar que sus competidores merodeen, controlando activos vitales. Entre estos se hallan el litio y las tierras raras bolivianas.
Tierras raras y minerales críticos no son tan raros, pero su explotación se justifica económicamente solo en contados yacimientos con material suficiente. Y son indispensables: un auto a gasolina contiene 32 kg. de minerales críticos; uno eléctrico usa 210 kg. El petróleo ya no importa tanto, incluso en Arabia Saudita. Allí, Estados Unidos será dueño del 49% de una planta de refinación de tierras raras.
Estos días, llegó una misión del Departamento de Comercio de Estados Unidos, invitada por el Gobierno. Esa visita corrobora el realineamiento boliviano; coquetear a otras potencias no será ya sencillo para Bolivia.
El occidente boliviano resurgiría por la minería bajo la primacía norteamericana. Claro que esa industria requeriría estabilidad por décadas. En el corto plazo, el rumbo se aclara. Históricamente, es difícil predecir cuál terminaría antes: el corolario Trump de la doctrina Monroe o la apuesta boliviana.
Gonzalo Mendieta Romero es abogado.