Zimbabwe es uno de los países que
a inicios del 2020 finalmente levantó su prohibición a los OGM y aceptó el
ingreso de maíz, que en muchas ocasiones llega como donación para combatir las
constantes hambrunas.
Casi hace 10 años, una de sus autoridades, que hizo mucho caso a los grupos que viven de oponerse a una tecnología que ha probado ser segura por más de 20 años, rechazó cargamentos de donación, alegando que esto podía contaminar y causar enfermedades a su gente, por lo que optó por la hambruna.
Pero a la par que este país, prefería que su gente se muera de hambre, otros como Kenia, Uganda, Ghana, Tanzania, Burkina Faso, Sud África, Camerún, Malawi y Ruanda, han preferido desarrollar su propia biotecnología, capacitar a sus propios científicos, desarrollar sus propias innovaciones y buscar maneras más eficientes de como alimentar a su población.
Llegar a este punto no fue sencillo, dado que durante años, muchas ONG locales o importadas, siempre contaron con el presupuesto necesario para sembrar dudas, temor y mucha desinformación, tanto en la población como en los tomadores de decisión, como fue el caso de Zimbabwe.
Desde luego, que todos estos grupos que ideológicamente se oponen a brindar herramientas que ayuden y puedan mejorar la producción, reconocer sus errores y cómo perjudican, no a los “poderosos”, que son el único grupo contra el que se estrellan, pero al final, sus ensaladas de repudio, terminan perjudicando a los pequeños y medianos productores.
Ante la negativa constante en Europa contra el uso de biotecnología, han generado 22 millones de toneladas de dióxido de carbono. ¡Cuánta contaminación! Es justamente en Europa, desde nos empujan fervientemente, que este gas es uno de los que ocasiona el cambio climático. Al final, o se contradicen o el empujar el romanticismo de una agricultura arcaica es puro verso.
Lo mismo sucede en Bolivia. Leía hace poco una serie de incoherencias, todas mezcladas para confundir más al lector, atacando la protesta que se da en Santa Cruz por parte de productores contra una banda de precios, que limita mucho su planificación e inversión en futuras campañas. Sin embargo, estas personas, siempre guardan un silencio cómplice con los amos de la producción de la hoja de coca y ni hablar de que otros productos como la quinua, al no entrar en una banda de precios, se pueden exportar a un buen precio, pero nunca se toma en cuenta que la población no alcanza a alimentarse de un producto tan sano, justamente por el excesivo precio del mercado interno.
Si bien, esos son problemas más pertinentes al área económica, no dejan de afectar los hábitos alimenticios. Al fin de cuentas, ¿no sería preferible, que en vez del arroz/fideo de cada día, en Bolivia se consumiera más quinua en la semana?
Pues ante estas incoherencias, muchos investigadores en países africanos, que ya mencioné, se han levantado en repetidas ocasiones, demandando que estas organizaciones y sus agendas personales, sean excluidas de sus países. Estas quejas de intromisión, han llegado incluso a las asambleas del Convenio de Biodiversidad de las Naciones Unidas.
Lo dije antes, la biotecnología no será la panacea para el sector productivo. Pero sin duda, brinda un abanico de herramientas que pueden aminorar desde el uso de plaguicidas, hasta proveer mecanismos para soportar las variaciones climáticas e incluso recuperar el cultivo de variedades que parecen haber quedado en el olvido. El desafío es, si gobernantes, academia, inversores, productores e incluso ambientalistas, lograrán dejar atrás ideologías para buscar construir a favor de Bolivia y para que todos, podamos acceder a alimentos más nutritivos, tanto en variedad como en cantidad necesarias.
Cecilia González Paredes M.Sc.
Especialista en Agrobiotecnología