Si hoy tenemos un país de cabeza por la pésima y corrupta administración de los gobiernos de Evo Morales y Luis Arce, fuera de nuestras fronteras las cosas no están mejor. La supuesta reconfiguración del orden internacional está provocando un verdadero cisma en las estructuras del sistema mundial, si es que todavía tenemos uno.
El problema no se desató el 20 de enero de 2025 con la llegada al poder de Donald Trump, pero vaya que fue como una patada de burro al tablero de una globalización que nos había acostumbrado a un mundo interconectado y, aparentemente, funcionando en orden. Trump tuvo la capacidad de atizar el fuego del enfrentamiento al imponer unilateralmente fuertes medidas arancelarias contra sus vecinos, Europa, China y cualquier país que osara plantarle cara. Todo esto, además de la coacción a los países latinoamericanos para detener la migración ilegal hacia Estados Unidos. En esto, México y Colombia han llevado la peor parte.
Tampoco comenzó el 7 de octubre de 2023, cuando el grupo islámico radical Hamás atacó Israel, provocando más de 1.200 muertos y tomando rehenes, lo que desató una represalia que, hasta la fecha, ha cobrado unas 50.000 vidas en Gaza. Y las víctimas siguen aumentando por la tozudez del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu.
La invasión rusa a Ucrania, iniciada el 24 de febrero de 2022, tampoco es lo más sorprendente de este caos mundial. Rusia desarrolla lo que considera un plan de defensa de su territorio, buscando evitar el avance de la OTAN, organización militar creada originalmente para contener al bloque soviético. En tiempos de la Guerra Fría, el Pacto de Varsovia equilibraba la balanza, pero con la caída del bloque socialista a finales de los 80 del siglo pasado, la OTAN quedó sin contrapeso y se expandió hacia el este.
El prestigioso economista Jeffrey Sachs sostuvo recientemente ante el Parlamento europeo que todo lo que hoy ocurre es un plan perfectamente sincronizado por Estados Unidos para extender la OTAN hasta Vladivostok, es decir, abarcar todo el territorio ruso. “Devorarse al oso”, dirían los amantes del belicismo. No les falta razón. Sin embargo, las extrañas actitudes de Trump de acercarse a Rusia, casi complaciéndola en sus pretensiones con Ucrania, hacen pensar en un posible giro en la política estadounidense. ¿Es el exacerbado nacionalismo de Trump una estrategia genuina? ¿Es en serio la idea de hacer realidad el sueño americano, pero solo para los estadounidenses?
Sachs ha instado a los líderes europeos a despertar, a tener su propia política exterior, a fortalecer sus propios sistemas de defensa. Y parece que le han tomado la palabra. En los últimos días, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha llamado a los países del bloque a modernizar sus ejércitos. Se han anunciado miles de millones de euros con este fin.
Por ahora, los cañones están distribuidos de tal forma que algunos países no entienden si están detrás de ellos o si estos les apuntan. Así de confuso es el panorama. Y en ello, un punto de inflexión puede ser Groenlandia, ese enorme territorio de hielo donde viven cerca de 60 mil personas. En un reciente plebiscito, rechazaron la independencia, pero exigieron mayor autonomía respecto a Dinamarca. Un resultado que seguro no le ha gustado ni a Trump, ni a Elon Musk, ni a quienes codician las tierras raras de Groenlandia bajo el absurdo argumento de que tomarlas garantizaría la seguridad frente a regímenes islámicos radicales.
Una eventual invasión estadounidense a Groenlandia podría generar una fuerte reacción europea y, entonces, sí que no sabríamos hacia dónde apuntan los cañones de la OTAN. Quizá simplemente implosionen.
Son días cruciales para el mundo, y solo una voluntad global de volver la mirada hacia Naciones Unidas y su objetivo máximo, la paz, podría calmar este ambiente bélico. Pero desde la ONU no hay señales. Antonio Guterres, su secretario general, parece haberse borrado del mapa. No ha emitido ninguna declaración, ni siquiera protocolar. Nada. Y todos saben que Naciones Unidas requiere una transformación, porque el mundo ya no es el mismo de hace ocho décadas y no pueden seguir siendo solo cinco naciones del Consejo de Seguridad las que decidan el destino del planeta.
Es hora de decidir y votar en la ONU. Aunque en esto, Bolivia no tiene que preocuparse por ahora: la peor administración que ha tenido el país con el MAS ya se encargó de amputarnos el derecho al voto al no pagar las cuotas básicas a la organización. Vaya forma de estar fuera del mundo.