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El Tejo | 04/08/2024

El fraude en Venezuela da para todo

Juan Cristóbal Soruco
Juan Cristóbal Soruco

El monumental fraude en las elecciones de Venezuela está sirviendo para que líderes políticos, hombres y mujeres, de todo signo traten de cosechar en sus respectivos países algunos réditos que les permitan mantener su alta, media o baja convocatoria.

Pienso, por ejemplo, en los lastimeros quejidos de la derecha española, sea a través de Vox o el Partido Popular, para atizar su estéril pelea con el presidente del gobierno de España y el PSOE. O en el “trumpismo iberoamericano” en su cruzada en contra de los “comunistas demócratas” en EEUU que, para peor, como ha declarado el delincuente candidato republicano, ahora serán conducidos por una mujer.

Quedo azorado con el democratismo de un Uribe, que no sigue de presidente de Colombia porque sencillamente no pudo seguir comprando jueces de su Corte Suprema para que le avalen una permanente reelección, al mejor estilo evista… y hablando de Evo, si no fuera que está en juego la vida de venezolanos, causaría gracia su cinismo y el de muchos (aunque ya mermados) de sus seguidores al tratar de comparar lo que está sucediendo en Venezuela con lo que a él le habría pasado en 2019: supuesta acción de la derecha que denunció fraude para sacarlo del poder,  cuando no hubo ninguno.

En el país no nos quedamos atrás. Pese los mutuos odios y divergencias que ha provocado el rompimiento de relaciones entre el presidente en funciones y el exfugado, ambos coinciden en apoyar a la banda delincuencial de Maduro, en una vergonzosa puja para parecer, cada cual, más cercano y, para peor, instruyen a sus organizaciones internas emitir documentos de apoyo que el entorno del dictador venezolano utiliza como propaganda política.

Desde el otro lado de nuestro cuadrilátero político, me pregunto ¿dónde estarían en 2003 los ahora autores de buenos pronunciamientos exigiendo la revisión/auditoría de las elecciones venezolanas, cuando se gestaba y ejecutaba el golpe de Estado en contra de Gonzalo Sánchez de Lozada? O cuando en 2000-2001 se trató de reconvertir a la entonces corte electoral nuevamente en un espacio de los partidos políticos? O cuando, más allá de afectos o desafectos no se alinearon tras Carlos Mesa a quien se le hizo fraude en 2019? O cuando, aparentemente por presión trumpista, se viabilizó la candidatura de la expresidenta Jeanine Añez en 2020 y se exigía a las autoridades del Órgano Electoral aplicar medidas “non sanctas”, pero, esa vez, a favor de aquella?

Volvamos a Venezuela, porque así como hay pronunciamientos que se critican, hasta el momento en que esta columna se escribe también los hay que buscan beneficiar a ese país. La OEA, Naciones Unidas y la Unión Europea han sido claras: la primera, denunciando, a través de su acreditado sistema de conteo rápido el escandaloso fraude (como ocurrió en el país en 2019); las otras, pidiendo revisar el proceso electoral y las actas de votación para darle crédito. O el Centro Carter, que también ha denunciado la falta de trasparencia en las diversas etapas del proceso electoral.

Similar actitud han adoptado Brasil, Colombia y EEUU, aunque este país añadió explícitamente que mientras ello no suceda no reconocerá a Maduro y los gobernantes brasileño y colombiano deben hacer filigranas frente a sus partidos que han sucumbido, lamentablemente, al chantaje populista.

Resalta positivamente la reacción del Gobierno chileno de denunciar sin tapujos fraude en Venezuela y, además, su respaldo al líder de la ultraderecha de ese país que fue expulsado para impedirle cumplir su tarea de observador, actitudes que no han recibido elogio alguno de los estridentes líderes regionales adherente a corrientes populistas liberales, posición que da más sustento a dudar de sus intenciones verdaderas al meterse tan activamente en el proceso venezolano.

En ese escenario, es posible reiterar que el ciclo del populismo autoritario que se reclama de izquierda ha concluido y hay que ayudar a que eso suceda lo antes posible; pero es preocupante que éste pueda ser sustituido por el populismo autoritario que se reclama de derecha.

Por eso, éste debería ser el tiempo para que quienes adhieren valores y principios democráticos, sean conservadores o progresistas, recuperen presencia y ofrezcan alternativas a una población que ya no puede ser tan maltratada por ambos extremos. Las experiencias de Uruguay y Chile en nuestra región permiten creer que es posible.

Mientras tanto, hay que seguir apoyando todo proyecto que permita a Venezuela transitar hacia la democracia evitando al máximo que se desate un escenario de violencia incontrolable en su seno.




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