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05/07/2021
Vuelta

El fin de las complicidades

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

Brújula Digital|05|07|21|

Intelectuales destacados que apoyaron a los movimientos de izquierda en América Latina desde hace muchos años comenzaron a marcar distancia con algunas dictaduras populistas de la región, porque ya no pueden caer en el juego de las complicidades vergonzosas frente a los atropellos que se cometen todos los días en países como Nicaragua, Venezuela y Bolivia, entre otros, donde el termómetro del riesgo democrático registra una subida alarmante.

El dictador nicaragüense, Daniel Ortega, ha eliminado sistemáticamente de escena a todos sus adversarios políticos, pero especialmente a los que podrían hacerle frente en las urnas. Como en Cuba o en la Bolivia no muy lejana de Evo Morales, la democracia se respeta solo si existen las “garantías” – derecho humano le llaman – de reelegirse indefinidamente o de garantizar la continuidad de los proyectos político a través de reemplazantes/sucesores dóciles. Es casi una “democracia” de “partido único” o de “único candidato” y “al que asome la cabeza…duro con él, Fidel, Fidel, duro con él”, como advertía una eufórica canción de protesta hace casi cuatro décadas.

La escritora mexicana, Elena Poniatowska y el ex presidente uruguayo, José Mujica, sumaron sus firmas a las de más de 140 intelectuales de América, que calificaron a Ortega como un sátrapa, “porque es capaz de “reprimir sin piedad a su pueblo”.

“Ortega y el sector del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que lo sigue fueron transitando un largo proceso de deterioro, que registra episodios de corrupción, abandono de principios, enriquecimiento ilícito, maniobras y acomodos junto con la peor derecha, destinados a amasar fortunas y a perpetuarse en el poder. Todo esto fue pasando, para la mayoría de nosotros, que lo observamos desde la lejanía poco informada, bastante inadvertido”, señala el documento que fue difundido el 3 de julio.

Como ocurrió con la Unión Soviética a mediados del siglo pasado o con la Cuba de los Castro entre los años setenta y ochenta, cuando la cruda realidad de la represión,  los asesinatos, los procesos sumarios, la persecución contra escritores e intelectuales, la homofobia y la intolerancia quedaron finalmente al descubierto, también ahora  las mentes libres finalmente observan, “desde la lejanía poco informada” – increíble en tiempos del Internet y las redes sociales – lo que se hallaba detrás del cortinaje “revolucionario” del sandinismo.

No es  poca cosa, si se considera que las corrientes de pensamiento crítico que surgieron en la Unión Soviética y los países del este europeo que formaban parte de su área de influencia ideológica, contribuyeron a desgastar aceleradamente la imagen y la credibilidad de los liderazgos y de los sistemas impuestos por la fuerza en esa región del planeta luego de concluir la Segunda Guerra Mundial.

Tal vez Nicaragua, uno de los extremos simbólicos de un decadente populismo latinoamericano, vaya a marcar también el principio del fin del idilio de cierta academia y de la intelectualidad “progre”, con gobiernos de una supuesta izquierda sensible a los problemas de los más humildes que en realidad no ha hecho otra cosa, como lo apunta el manifiesto firmado por la respetadísima Elena Poniatowska, que “abandonar sus principios”, “amasar fortunas” y “perpetuarse en el poder”.

El régimen de los hermanos Castro en Cuba también gozó de un entusiasta respaldo de la intelectualidad latinoamericana en sus primeros años. Los escritores del llamado “boom latinoamericano”, la generación literaria más influyente de la historia contemporánea, cuya pluma se dejó sentir no solo en el ámbito de la ficción y el ensayo, sino en el de la rutinaria aproximación periodística y analítica a los principales eventos históricos de la época, también vivieron el fin de la ilusión y comenzaron a navegar paulatinamente en las aguas de la disidencia crítica, precisamente porque muchos de sus colegas cubanos – baste citar al novelista autor de La Habana para un infante difunto Guillermo Cabrero Infante  - tuvieron que buscar asilo en Europa para evita la censura y la cárcel.

La ruptura temprana del poeta mexicano, Octavio Paz,  la más tardía del también premio Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, del argentino Ernesto Sábato, del chileno José Donoso e incluso del uruguayo, Juan Carlos Onetti, junto a  la de una nueva generación de escritores que maduraron en un período de cuestionamiento de los dogmas y de fin del fanatismo, representaron para el gobierno cubano una suerte de aislamiento ideológico que se sumaba al bloqueo económico para configurar un escenario en el que costaba cada vez más la sobrevivencia del romántico discurso de la Revolución.

En Bolivia también quienes frecuentaron con cierta esperanza la línea del Movimiento al Socialismo (MAS) e incluso aquellos que manifestaron públicamente su respaldo al liderazgo de Evo Morales, como símbolo de la primera revolución del siglo XXI, y aquellos que formaron parte de las brigadas de ideólogos que nutrieron la “propuesta”  de esa organización política, no tardaron en decepcionarse por el rapidísimo deterioro moral y democrático de ese gobierno.

Hoy el MAS es un partido de estrategas, pero no de ideólogos, un clan más que un movimiento, cuyo único objetivo es la reproducción del poder incluso a costa de poner en riesgo la democracia. Y en eso, no es para nada diferente de proyectos personales y familiares, como el del Sandinismo, de dictaduras como la de Nicolás Maduro en Venezuela o la de los Castro en la dolida Cuba, de los “K” en Argentina y del propio Andrés Manuel López Obrador en México.

Como en el pasado, el ocaso de las dictaduras, el otoño de patriarcas como Ortega o Maduro, el naufragio de los navíos del cambio en las islas de la ambición,  corre paralelo al del desencuentro, el fin de las complicidades, con quienes alguna vez utilizaron la fuerza de la palabra y el pensamiento para cimentar el templo de las alabanzas de los falsos profetas. Posiblemente sean solo el principio, pero no deja de ser esperanzador que personajes de innegable autoridad moral como Elena Poniatowska y Pepe Mujica le hayan puesto una cruz a la Nicaragua de la familia “real” y que esa poderosa señal indique un futuro menos desalentador para la región.

*Es periodista



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