En la cadena del poder regional del socialismo del siglo XXI Ecuador se ha convertido en el eslabón perdido y el expresidente Rafael Correa en el gran derrotado de las elecciones del pasado 11 de abril. Algo parecido a lo que le pasó a Evo Morales en Bolivia, una sombra densa detrás de las candidaturas del MAS que finalmente vio esfumarse su deseo de mantener influencia personal sobre los responsables de los gobiernos departamentales.
No fue un buen fin de semana para el Grupo de Puebla, que en menos de 24 horas vio desmoronarse al proyecto correista en Ecuador, naufragar los afanes hegemónicos del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia y sucumbir en el Perú, donde su candidata Verónica Mendoza obtuvo menos del 8% de los votos. Se dirá que el maestro Pedro Castillo, ganador en la primera vuelta el domingo también es socialista, pero no era la ficha por la que se jugaban los populistas y su parte de la torta de votación no llegó ni al 20%, en un escenario de histórica dispersión y con resultado incierto para la segunda vuelta.
No solo los conservadores ecuatorianos celebraron el triunfo del ex banquero Guillermo Lasso, también lo hicieron los que en la primera vuelta votaron por la izquierda democrática y los que apostaron por el candidato de Pachacutik, Yaku Pérez, quienes en el balotaje optaron no por el conservadurismo de Lasso, sino por un vehículo para desplazar al correismo y agendar sus principales demandas en la gestión del presidente electo.
Ecuador no ha tenido un movimiento pendular de izquierda a derecha, como se especula en algunos análisis, sino una transición, que comenzó con el gobierno de Lenin Moreno, hacia la recuperación de una democracia plural, donde la visión de país se construya sin imposiciones demagógicas y desde diferentes vertientes ideológicas.
El voto conservador de Lasso representó menos del 20% en la primera vuelta electoral del 7 de febrero, más de 10 puntos por debajo del candidato de UNES/Correa, Andrés Arauz, apenas unas décimas por encima del indigenista y a tres puntos del aspirante de la Izquierda Democrática, Xavier Hervas .
Sin el voto del electorado de Hervas y de Pérez (36%) no se explica el 52.7% de Lasso en el balotaje. Es más podría decirse que el 33% de ese 36% fue el que le dio la victoria a CREO el domingo pasado, bajo la condición no escrita, ni plasmada en un acuerdo, de que el nuevo gobierno recoja las voces de mujeres, indígenas, jóvenes, ambientalistas, los grupos LGBT y otros actores que enriquecen el abanico democrático ecuatoriano.
La gobernabilidad en Ecuador irá más allá del tradicional esquema de partidos y acuerdos parlamentarios y deberá necesariamente incorporar a grupos que no por no ser parte de la estructura de las organizaciones con representación en la Asamblea, dejan de tener una importancia decisiva a la hora de construir un auténtico espacio de debate para la gobernabilidad social.
Perú no deja de ser una incógnita. La fragmentación de su sistema político en fuerzas con porcentajes de votación inferior al 20% muestra sobre todo un divorcio con lo público. No hay líder, ni proyecto que haya conseguido seducir al electorado y la segunda vuelta reunirá a los candidatos - Pedro Castillo y Keiko Fujimori - que obtuvieron, sumados, poco más de un tercio del total.
Desde hace tiempo que la política peruana camina por una peligrosa cornisa y la economía marcha por una vía muy distinta. Los consensos en torno al modelo de funcionamiento económico no están condicionados por acuerdos en el ámbito político. De hecho, como un conocido empresario peruano dijo: Perú crece de noche, cuando los políticos duermen.
Castillo no tiene propuestas muy distintas a las impulsadas por los socialistas del siglo XXI. Nacionalizaciones, mayores impuestos para las empresas extranjeras y una nueva Constitución que permita superar las desigualdades entre el reducido grupo de los más ricos y la mayoría de pobres. La sierra y algunas zonas de la periferia de las ciudades más importantes podrían ser el mercado del voto del profesor rural de origen indígena que no oculta sus simpatía por el expresidente boliviano Evo Morales.
Para Keiko Fujimori, detenida preventivamente por corrupción entre 2018 y 2020, la defensa del mercado y de una mínima intervención estatal en la economía es una de sus principales premisas. De hecho esa es una visión que se mantiene desde el gobierno de su padre, Alberto Fujimori y que para algunos explica, al mismo tiempo, el crecimiento de la economía peruana durante las últimas décadas, pero también la profunda desigualdad social.
Si Castillo gana la presidencia es posible que le pase lo que a Ollanta Humala, que llegó con un discurso populista y de reivindicaciones sociales, pero se enfrentó a una maquinaria en marcha que le dio un margen muy estrecho para ejecutar reformas de fondo.
Fujimori significa continuidad en el orden económico, pero genera desconfianza en casi todos los actores. En ese sentido además del voto entre dos visiones diferentes, el voto peruano de la segunda vuelta se mueve entre la apatía, el descontento y algo de incertidumbre.
En Bolivia el MAS perdió el balotaje en cuatro departamentos, entre ellos La Paz. Como en Ecuador, también en Bolivia la izquierda y el propio indigenismo tienen matices, que van desde un radicalismo inocente hasta la asimilación de que es posible compartir territorio y visión entre bolivianos de todos los “colores” y tendencias.
La explicación más sencilla para las derrotas del partido oficial tiene que ver con la excesiva presencia de Evo Morales y la ausencia de gobierno. El expresidente ya no es un buen recuerdo, ni siquiera para quienes fueron sus fanáticos y al actual mandatario le cuesta mucho asumir la conducción de una nave con muchos capitanes que disputan el control de un timón errático.
El MAS ya no vende ilusiones y en su afán por distorsionar la realidad ha terminado siendo una víctima más de sus propias mentiras. Con la vacunación atrapada por la ineficiencia y la economía merodeando un peligroso fondo – aunque las estimaciones de los organismos internacionales difieran – después de cuatro meses el gobierno tiene mucho más en la columna del debe que en la del haber.
Los principiantes masistas no lo hacen bien y viven agobiados no solo por sus propios errores, sino por los fantasmas del pasado que deambulan en despachos donde los ajados retratos de Morales con la banda presidencial no se resignan a ser reemplazados.
El socialismo del siglo XXI agoniza junto a sus líderes históricos. La nostalgia no basta para revivir las glorias pasadas. El mundo sigue su marcha y, como ha ocurrido siempre, la cadena de la historia está hecha de eslabones irremediablemente perdidos. Ayer Correa, antes Morales y más tarde Maduro, son parte de algo que va quedando atrás. Incluso Arce, que recién comienza, ya huele a pasado.
Hernán Terrazas es periodista