Quiero empezar agradeciendo sinceramente a
Fernando Molina por participar de este debate. Fue un intercambio de ideas y
argumentos honesto sin golpes bajos ni ataques ad-hominem. El tema es
importantísimo, se debe discutir y ojalá se lo siga haciendo de esta manera.
Con este texto se termina el debate según los términos acordados por los dos
autores y el portal Brújula Digital.
Mi posición es clara: el “empoderamiento indígena” (entendido como la asignación de cupos, discriminación positiva, bonos o pagos reparativos para ese grupo racial) es un tremendo despropósito por razones morales, utilitarias y empíricas.
El empoderamiento indígena es inmoral pues trata de corregir injusticias pasadas con injusticias presentes. Favorece al indígena y cuestiona los logros del blanco solo y exclusivamente porque ambos nacieron como lo hicieron. Obliga a los blancos a pagar por los pecados de sus antepasados y favorece a los indígenas, no por sus méritos, sino por las injusticias cometidas también contra sus antepasados. Esto es injusto e inmoral. No podemos atribuirle a cada nueva generación las culpas de lo que hicieron sus bisabuelos.
El empoderamiento indígena es además muy peligroso desde un punto de vista utilitario (de desarrollo) ya que encasilla al indígena como una víctima y cuestiona los logros del blanco desde que nacen y por definición. Eso solo nos puede llevar a una sociedad permanentemente fracturada con incentivos productivos completamente distorsionados.
El empoderamiento indígena tiene además un problema empírico insalvable. Dado que a estas alturas todos (o casi todos) tenemos algo de blanco y algo de indígena (somos mestizos) no está claro a quien se deba empoderar y a quien se deba cuestionar. Hacer pruebas de ADN y definir porcentajes mínimos que nos califiquen como indígena o blanco nos llevaría a un modelo de sociedad simplemente repugnante.
Establecida mi posición, enlisto mis respuestas al último artículo de Fernando en Brújula Digital.
1. Fernando dice que malinterpreté el planteamiento teórico de su primer artículo. Veamos. Copio literalmente (el subrayado es mío): “Si Saravia respondiera que (la división del trabajo entre indígenas y no indígenas) es justa y moral, esto significaría, de acuerdo a su concepción, que los indígenas no tienen méritos para hacer otras cosas que las que hacen.” Mi respuesta fue que el planteamiento proponía una falsa equivalencia. Me explico. Mi opinión sobre si la división del trabajo entre indígenas y no indígenas es justa y moral, no tiene nada que ver con que los indígenas, como tales, tengan o no méritos para hacer otras cosas. Algunos indígenas los tendrán, otros no. El mérito es individual y no viene dado por la pertenencia o no a un colectivo racial. No creo haber malinterpretado el planteamiento ni que Fernando lo haya propuesto con mala intención. Solo apunto a que contiene una falsa equivalencia.
2. Esta discusión es irrelevante, sin embargo, porque Fernando y yo terminamos coincidiendo en lo importante. En su segundo artículo, Fernando admite que pertenecer a un colectivo racial no determina absolutamente (“pero sí en gran medida”) lo que él llama la “posición de clase”. Aunque no está claro como definimos “en gran medida” (esta es una pregunta empírica importante), yo coincido con la premisa general: aunque cada individuo y circunstancia es diferente, en general, probablemente haya sido más difícil para el indígena acumular méritos que para el blanco, dadas las circunstancias históricas enfrentadas por sus antepasados. Nótese que digo “en general” y “probablemente” no porque acepte el punto a regañadientes sino por simple prudencia académica dado que, otra vez y como admite Fernando, el colectivo racial no determina absolutamente la posición de clase. Cada individuo y circunstancia es diferente.
3. En lo que Fernando y yo diferimos es en lo que se debe hacer respecto a este condicionamiento histórico no absoluto. Él propone empoderar al indígena, yo no. Nuestra opinión aquí se deriva de lo que pensamos es, o debería ser, una sociedad liberal. En eso estamos en total desacuerdo. De partida, yo no pienso que los seres humanos seamos iguales como él afirma. Que quede claro. Si algo caracteriza a los seres humanos es que todos somos distintos. Nacemos con diferentes habilidades, personalidades, coeficiente intelectual, etc. Nacemos además con diferentes influencias familiares, históricas y culturales. Todos estos factores determinan donde partimos y que resultados obtenemos. Una sociedad liberal no consistirá jamás en igualar a la fuerza a los individuos de cada nueva generación para que empiecen en una hipotética misma línea de partida.
Eso es imposible a menos que hagamos ingeniería, no solo social, sino genética. ¿Si un padre educado le lee a su hijo a temprana edad y esto determina que el niño obtenga mejores resultados (tenga una mejor “posición social”), habrá que cuestionar sus logros porque el mérito no es solo suyo sino también del padre? Otro ejemplo: “La Brujita” Verón fue un gran jugador de futbol. Mucho de su éxito se debió a los genes de su padre, otro gran futbolista (“La Bruja” Verón). “La Brujita” definitivamente partió con un privilegio o una ventaja exógena sobre los demás futbolistas. ¿Le deberíamos haber anulado entonces un gol por partido para que así el otro equipo tuviera las mismas oportunidades de ganar? Sé que Fernando me dirá “no es lo mismo, contra los indígenas se cometieron injusticias.” Lo sé perfectamente, pero el niño blanco y el niño indígena no tienen control sobre esas herencias. Estas son tan exógenas para ellos como lo son los genes.
4. Fernando termina haciéndome un nuevo planteamiento: ¿seguiría pensando que el empoderamiento indígena es un despropósito si yo hubiera nacido indígena? Mi respuesta es un rotundo SÍ. Me daría mucha rabia y vergüenza, por ejemplo, saber que logré una posición política, de trabajo o académica, porque había un cupo para un indígena. Me daría también mucha vergüenza saber que le saqué ese puesto a un blanco, no por mis méritos sino por mi origen étnico. Finalmente, me resistiría firmemente a pensar en mi mismo como una víctima solo por haber nacido indígena. Crecer pensando que si no me va bien en la vida la culpa la tienen las injusticias que se cometieron contra mis antepasados, y no mis propias limitaciones, me condenaría a esclavizarme a la historia. No, no quisiera empoderamiento ni que seamos todos iguales o que partamos forzosamente en la misma línea. Lo único que quisiera (como indígena o blanco) sería estricta igualdad ante la ley. Punto.
Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia)