¿Cómo cae un Gobierno democrático o, más bien, un modelo democrático (un conjunto de gobiernos de un determinado periodo modélico)? Hay dos requisitos básicos: que haya una crisis económica acompañada por una crisis política. O, para ser más precisos, lo que debe haber es la percepción social de que la crisis económica, en matrimonio con la crisis política, están cerca. ¡Ya llegan! ¿Está ocurriendo algo así en Bolivia? Comienzo afirmando que el malestar social que produjo el fraude de Evo Morales en 2019 llegó soltero: fue una crisis política, pero la economía siguió funcionando relativamente bien. Por ende, no hubo una relación amorosa ni se fabricó un nuevo bebé. Quiero decir que la política produjo un desgaste enorme ante el fraude, pero el modelo económico mantuvo el pecho erguido, impidiendo el nacimiento de una nueva criatura política. Vivimos, pues, en aquella coyuntura, los resabios decaídos del modelo masista.
Comencemos con lo político: el señor Luis Arce no tiene siquiera posibilidad de aprobar una ley. Está atrapado por una Asamblea Legislativa que no le obedece. ¿Les suena conocida esta situación? La vivimos ya con Hernán Siles Zuazo y con Carlos Mesa, quienes jamás lograron superar su entrampamiento minoritario legislativo. Conformaron gobiernos sometidos: “¿Quién manda aquí, carajito? ¡Nosotros! ¡El congreso, no vos, aunque seas presidente”. Ese es el estado de situación actual. Arce se resignas a someterte al congreso. El problema de Arce es que no le da la gana de coordinar nada con ese Congreso y menos de someterse a él. El resultado es la crisis política en ciernes. Es pues un gobierno débil, aunque haga alardes institucionales de grandeza.
También vemos que hay plata. Ya lo sabemos: los narcos inyectan sus mendrugos, los “burgueses mineros” del oro meten dólares, los burócratas consumen millones del presupuesto, los agroindustriales han bajado sus cosechas, pero siguen vendiendo sus productos, los gasíferos siguen alimentando nuestra frágil economía, aunque con severos recortes. O sea, parece no haber error alguno presagiando que el modelo económico arcista seguirá por un tiempo. Sin embargo, no nos mintamos: el asunto es de percepción, un asunto subjetivo que percibe con redomado pavor la escasez de dólares. No es un asunto objetivo que vislumbre una debacle económica. La razón es simple: los dólares ya no son moneda corriente y su precio se va yendo al cielo. Asimismo, las dudas sobre el aprovisionamiento de gasolina empiezan a masificarse y los precios de los productos básicos comienzan a subir de modo inclemente.
En suma, la cosa ya no queda ch’ulla como en 2019: ya no es sólo político el asunto, es económico. En la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada pasó algo así. El hombre heredó un país afectado notoriamente por la crisis económica proveniente de 1999. La famosa crisis asiática que afectó nuestra economía y nos condujo, como solía decirse, de la “crisis económica al ciclo rebelde”. ¿Y la política? La sublevación en Cochabamba por el rechazo popular a la empresa transnacional Bechtel en 2000 junto a las movilizaciones en el Chapare y el Altiplano de 2002 a 2003 fueron fundamentales. El cierre final tuvo lugar en los sucesos luctuosos de octubre en El Alto. Murieron bolivianos y ese es siempre el detonante final. Fueron la crisis económica y la crisis política coqueteando.
Vayamos a la crisis de finales de los 70: fue una combinación de debacle económica coaligada con una deslegitimación política militar la que llevó al prolongamiento de la crisis ante el ascenso de la UDP. Recuperamos la democracia, es cierto, pero a costa de un hostigamiento político permanente contra el gobierno: la COB protestando en las calles, el parlamento quebrado y el gabinete acorralado. ¿A qué condujo esta situación? A la peor crisis económica vivida por el país con la trillada mención a la hiperinflación del 25.000%. El resultado fue l crisis económica y crisis política con un padrecito dispuesto a ofrecer la ceremonia.
¿Y en otros momentos de la historia? Sucedió lo propio en 1952, 1899 y 1809. No puedo explicarlo acá por falta de espacio, pero sí quiero señalar algo crucial: estas coyunturas de maridaje no vienen con ilusiones, sino con violencia, anomia, desorden y autoritarismo. A decir de Anne Applebaum en “El ocaso de la democracia”, las crisis combinadas, estas económica y política, generan siempre estados de pesadumbre: el estallido de una inquietud política altisonante. Fue así el periodo comprendido entre 1978 y 1985. También fue anómico el periodo de 2000 a 2005. Sí, lo fue. ¿No es similar el periodo que vivimos? A finales de los 70 y principios de los 80, un modelo llegaba a su fin; en los años de inicio de milenio hasta 2005, otro modelo era debidamente velado. No fueron momentos de calma. Tampoco fueron momentos que zanjaron el asunto en un dos por tres. Aquellos derrumbes tomaron años. Creo que estamos hoy en un momento similar. Viene arrastrándose desde 2016, crece en 2019, decrece ante el nuevo respiro electoral. Sin embargo, ese oxígeno va llegando a su fin. Es difícil negarlo. Pero, ¿y el “golpe” del general Zúñiga? Son las maneras, siempre sorpresivas, de intentar recuperar la legitimidad. Pero esas maneras prolongan la agonía, no la detienen. Dan un respiro, pero no hay mucho por hacer. La crisis económica y la política, o su percepción acrecentada, ya están acá.
Diego Ayo es PhD en ciencia política.