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Posición Adelantada | 17/11/2020

El Consenso de Washington funciona

Antonio Saravia
Antonio Saravia

El economista inglés John Williamson acuñó el término “Consenso de Washington” en 1989 para referirse a una lista de diez recomendaciones de política económica creada para los países latinoamericanos sumergidos en profundas recesiones en la década de los 80.

Aunque el término sugiere que la lista recogía el consenso de lo que las instituciones con sede en Washington DC, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro, diferentes historiadores y economistas han mostrado que la lista surgió en realidad de los mismos países latinoamericanos urgidos por un cambio de modelo. La lista se juntó y empaquetó en Washington DC, pero venía desde el sur. El propio Williamson se ha mostrado arrepentido del término al considerar que no asignaba el crédito merecido a sus creadores originales.

El Consenso de Washington resume los fundamentos de la economía liberal clásica: mantener la disciplina fiscal evitando déficits elevados, gastar menos en subsidios, promover la inversión productiva, reducir la tasa marginal de impuestos, abrir la economía al comercio internacional eliminando barreras proteccionistas, liberalizar la inversión extranjera, privatizar las empresas estales, desregular los mercados y proteger los derechos de propiedad individual.

Aunque varios de los países latinoamericanos que implementaron el Consenso de Washington consiguieron frenar procesos inflacionarios, reducir déficits fiscales y restaurar la estabilidad macroeconómica, los resultados de corto plazo en términos de crecimiento y desarrollo no colmaron todas las expectativas. Esto generó un fuerte descontento popular que fue aprovechado por sus críticos para condenarlo como un esfuerzo “imperialista” por imponer el “neoliberalismo” en naciones subdesarrolladas. La ironía, por supuesto, es que, como digo arriba, la lista fue creada en Latinoamérica.

Entrados los 90 y ya en el nuevo siglo, el Consenso de Washington perdió casi toda su influencia (incluso en países que se beneficiaron mucho de su aplicación como Chile) y se ha convertido casi en una mala palabra. Ahora están de moda las políticas keynesianas en las que el Estado vuelve a ser el motor del desarrollo estimulando la demanda interna sin importar que esto suba el déficit público. Ahora, nos preocupamos más por la redistribución del ingreso que en afianzar las estructuras que permitan la creación de ese ingreso.

A pesar de su actual impopularidad, economistas como Antoni Estevadeordal, Alan Taylor, Bill Easterly, o Kevin y Robin Grier, han argumentado que el Consenso de Washington fue muy prontamente descartado como modelo, no solo de estabilidad macroeconómica, sino también de crecimiento y desarrollo. Estevadeordal y Taylor muestran, por ejemplo, que la apertura al comercio internacional planteada por el Consenso de Washington generó, efectivamente, mayor crecimiento económico en los países que la adoptaron.

En la misma línea, y en un nuevo artículo que acaba de publicarse en el Journal of Comparative Economics, Kevin y Robin Grier de Texas Tech University usan un cuidadoso y detallado estudio econométrico para mostrar que el conjunto de políticas sugeridas en el Consenso de Washington generó un crecimiento económico significativamente mayor en los países que lo adoptaron. Definiendo la adopción del Consenso de Washington como un salto sostenido en el índice de libertad económica, estos autores muestran que unos 49 países en el mundo adoptaron el Consenso de Washington entre 1970 y 2015. El efecto promedio en estos países, cinco años después de la adopción, fue un crecimiento económico de entre 2,07 a 2,87 puntos porcentuales por encima del crecimiento económico de los países que no lo hicieron. En un plazo de 10 años, el Consenso de Washington todavía les permitía a estos países crecer 1,03 a 1,93 puntos porcentuales por encima de los demás.

Estudios rigurosos y desapasionados de los efectos del Consenso de Washington como los que menciono en esta columna son tremendamente importantes. Sin crecimiento económico, es decir, sin poder crear riqueza y expandir el tamaño de la torta, es imposible reducir la pobreza y movernos hacia el desarrollo. El Consenso de Washington es una lista de medidas perfectamente razonables que promueven la libertad económica y, como acabamos de ver, funcionó muy bien en términos de crecimiento. Lamentablemente, y con este gobierno, parecería que estamos muy lejos de siquiera darle una oportunidad.  

Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia)



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