Evo Morales bloquea. ¿En beneficio de los
pobres, los indígenas, las mujeres? No, en beneficio de Evo Morales, exigiendo
ser candidato presidencial en 2025. Algunos analistas afirman que es mejor
apoyar el derecho del cocalero para que Luis Arce no vaya solo a la elección
presidencial y, por lo tanto, se divida el voto masista. Otros defienden el
derecho legal de Morales a concurrir a este evento en las urnas: “la
Constitución prohíbe la reelección continua, pero no la discontinua”. ¿Si? ¡No!
Evo Morales es un cáncer para el país y darle oxígeno con la cuestionable
hipótesis de que Evo y Lucho se bloquearán mutuamente en 2025 es alargar la
vida política de un hombre que se devoró a la democracia a su real antojo.
Uno, el MAS quebró la democracia étnica incorporada en la Constitución de 2009 negando la validez de la presencia de los diputados indígenas de tierras bajas. Una reforma de grueso calibre democratizador –¡los indígenas más marginados tenían representación!– se diluyó, engordando el botín clientelar y silenciando a esse ejjas, lecos, guarayos, guaraníes, entre otros. Primera muerte democrática.
Dos, la democracia directa, respaldada por la inserción constitucional de los referendos en la Constitución de 2004 murió irremediablemente ante el veredicto del Tribunal Constitucional y del Tribunal Electoral en 2017 y 2018, que se burlaron del voto del pueblo del referéndum de febrero de 2016 y decidieron, entre no más de 10 personas, legalizar la participación de Morales. Segunda muerte democrática.
Tres, la democracia territorial-descentralizada murió ante el embate de dólares: los presupuestos municipales se incrementaron entre cuatro y cinco veces y el Gobierno hizo poco o nada por supervisar el uso de esa inmensa inversión. El trato fue simple: “ustedes reciben más plata, la gastan en lo que les dé la gana, pero, a cambio, apoyan el hermano Evo”. La mágica democratización local iniciada en 1994 quedó brutalmente mutilada. Tercera muerte democrática.
Cuatro, la democracia representativa se vio amenazada con el encarcelamiento de opositores; el amedrentamiento a la libertad de expresión (el cierre de Página Siete y la compra de Los Tiempos son sólo los últimos eslabones de una lenta, pero segura tendencia de acallamiento); la denigración total del Poder Judicial; la usurpación de los entes institucionales democráticos como el Defensor del Pueblo, la Procuradoría y la Contraloría. Cuarta muerte democrática.
Quinto, el nulo poder social. Aquellos gobiernos del “poder dual” permitieron una convivencia entre el Ejecutivo y la COB, que buscó ser imitada por el Pacto de Unidad como el brazo social del MAS en conjunción con sus afluentes indígenas. Ya vimos el oscuro proceder del Gobierno con CONAMAQ y CIDOB de 2010 en adelante, el lento proceso de agonía de los pueblos indígenas de tierras bajas en peligro de extinción, la corrupción de decenas de líderes del Fondo Indígena como pruebas de la evidente oligarquización en curso. Quinta muerte democrática.
Y sexto, Evo Morales bloqueando al país. En el Chapare hay 400.000 ciudadanos, de los que no más de 20.000 producen coca. Es un 5%. Pero ese porcentaje significa el 0,1% de la población de Bolivia. Gracioso: siguen ebrios con el recuerdo de los datos electorales sobrepasando la mitad de los votantes, pero se olvidan que eso es recuerdo. Lo que existe es una minoría bloqueando abusivamente para que Evo sea candidato. ¿Qué significa eso? El retorno a la democracia censitaria de 1952 para atrás. Sexta muerte democrática. Los revolucionarios involucionaron. Ya no son las aristocracias criollas impidiendo el voto de las mayorías, es Evo y sus cocaleros impidiendo el retorno democrático. Se comió las democracias construidas durante décadas y terminó su periplo haciendo fraude en 2019.
Ahora, el caballero bloqueador quiere que lo aplaudamos y apoyemos. Mucha mamada.
Diego Ayo es cientista político.