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Posición Adelantada | 10/10/2022

El “apoyo” al deporte y la cultura

Antonio Saravia
Antonio Saravia

Tengo una profunda afición y agradecimiento al deporte y a la cultura. Recuerdo que cuando en el colegio nos pedían hacer una lista de lo que queríamos ser en el futuro, yo siempre la encabezaba con tenista, músico o actor. Las cosas empezaron a torcerse durante el último año y, por mucho que traté de resistirlo, la economía se fue apoderando cada vez más de mi interés y mi imaginación. No pude con su elegancia, su refinada metodología y su búsqueda constante por entender lo que no es evidente. Me decidí por la economía y tengo la suerte de comprobar lo acertado de esa decisión a diario.

Pero, aunque no fueron mi profesión, el deporte y la cultura siguen siendo imprescindibles en mi vida. Sigo jugando tenis y me entusiasman los éxitos de Hugo Dellien y los de mi primo, el gran Ramiro Benavides Saravia, que sigue compitiendo. Soy hincha de Carlos Lampe y su Atlético Tucumán, sufro viendo a la selección y no me pierdo un solo partido del Betis. Me sigue emocionando el teatro, escuchar a Paco de Lucía o ver una de esas películas que te dejan el alma blandita el resto del día. Les debo mucho al deporte y a la cultura, y me encantaría que mis hijos, y todos los jóvenes del país, tengan el mayor acceso posible a estas actividades.

Puede, por lo tanto, sonar paradójico, pero mientras más me convenzo de lo importante que son el deporte y la cultura en mi vida, más me opongo a que el gobierno las “apoye” o subsidie.

El reclamo es clamoroso. Cada vez que se logra un éxito en algún deporte o actividad cultural, los protagonistas no dejan pasar la oportunidad de pedir apoyo estatal. Se quejan de que hacen deporte, teatro o cine a puro pulmón, y que en otras partes del mundo estas actividades reciben importantes subsidios de sus gobiernos. Enumeran las virtudes de sus actividades para los jóvenes y muestran su indignación por tener que suplicar un apoyo que consideran complemente justo. Incluso afirman, con cara de circunstancia, que, si el gobierno no los apoya, el país perderá futuros campeones o artistas galardonados.

Pero este argumento es una falacia, no solo en términos de la asignación de nuestros recursos, sino también en términos morales. Empecemos estableciendo que el apoyo que reclaman el deporte y la cultura no caen del cielo. Si el gobierno lo otorga, lo hace con recursos que toma del resto de la población a través de impuestos. Es plata, por lo tanto, que pudiera haber sido utilizada por la gente en otros fines. Esto es importantísimo.

Cuando se pide que el Estado apoye una determinada actividad, tendemos a pensar que el Estado es un ente con recursos propios e independientes. Olvidamos que los recursos del Estado son, en realidad, y en su totalidad, lo que él nos obliga a contribuir. Cuando nuestros campeones o cineastas piden, entonces, que el Estado los apoye, en realidad están pidiendo que cada uno de nosotros financie su actividad. Y, ojo, no es un pedido de financiamiento voluntario, los impuestos se pagan so pena de cárcel.

Deportistas y artistas dirán que forzar, a través de impuestos, a que la gente financie a su sector, es justificado, pues sus actividades son especiales y diferentes a las demás. Son actividades que benefician a los jóvenes, desarrollan una identidad nacional, promueven la actividad física, la salud, etc. Y probablemente todo eso sea cierto. Como he dicho al principio, el deporte y la cultura han sido importantísimos para mí y desearía que todos los jóvenes tengan acceso a ellos. ¡Pero eso no nos da derecho a obligar a la gente a financiarlos! Si yo, los deportistas y los artistas pensamos que el deporte y la cultura son esenciales, no tenemos por qué asumir que los demás piensan lo mismo. Creer que nosotros sabemos mejor que cada individuo como este debe usar su plata, es simplemente inmoral.

Si aceptamos que los deportistas y los artistas pueden imponer su financiamiento a la gente por los beneficios que estas actividades traen al país, ¿por qué no se podría argumentar lo mismo para otras profesiones? ¿Acaso no traen beneficios al país los zapateros, los electricistas, los contadores o los dentistas? ¿Por qué ellos no pueden pedir que el Estado subsidie parte de sus costos? ¿Cómo medimos si una película trae más beneficios que la contabilidad bien hecha de una empresa, o si un campeón latinoamericano trae más beneficio que un mecánico de autos? Es imposible que un político lo decida sin incurrir en arbitrariedades. Por eso la asignación de recursos a través de mercados es tan importante.

Cuando dejamos que las personas decidan qué hacer con su plata libremente, estas determinarán, en el mercado, qué productos son más cotizados o valiosos. Si una buena cantidad de gente aprecia un deporte y llena los estadios, o aprecia una película y llena las salas de cine, pues ese deporte o esa película estarán recibiendo el apoyo que reclaman de forma voluntaria y sin obligar a nadie. El apoyo que reciban será el fruto de haber producido un servicio o espectáculo que le mejora la vida a los demás (uno paga por ir al estadio, o al cine, solo cuando esa actividad le reporta mayor utilidad o satisfacción que el uso de esa plata en la mejor alternativa). Esa transacción es, por lo tanto, moral: es voluntaria y mejora necesariamente a las dos partes.

Los subsidios, al revés, son inmorales, porque se financian con impuestos obligatorios. Se preguntarán qué pasa con los deportes o las actividades culturales que no llenan estadios ni salas. Pues nada, esa será una poderosa señal de que la gente no los considera lo suficientemente importantes en su vida y esos recursos deberán migrar a otras actividades. Lo que no podemos hacer, los que sí los consideramos importantes, es obligar a los demás a pagar por ellos.

Un argumento final de deportistas y artistas es que es justificable cobrar impuestos para subsidiarlos porque sus actividades desarrollan capital humano que hará crecer al país y mejorará nuestra economía en el largo plazo (el famoso argumento de las externalidades positivas). Otra vez, probablemente eso sea cierto. Pero piensen que pasaría si no cobramos esos impuestos y dejamos que la gente use su plata como vea conveniente. Muchos probablemente usarían esa plata para costearse algún curso, comprar algo que los haga más eficientes en su trabajo o en su casa, comprar útiles escolares, pagar pensiones de sus hijos, etc. Todas esas actividades también generarán capital humano, capital físico y externalidades, pero además con mayor eficiencia pues responderán a la voluntad de quien generó los recursos.

Les tengo mucho cariño y aprecio al deporte y a la cultura, pero valoro y aprecio mucho más la libertad de elegir de cada persona.

Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia)



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