Tengo la convicción de que el periodo masista de 2006 a 2020 fue un tiempo de hipnotismo. Lograron hacernos creer que un tópico vital de cualquier democracia era innecesario: el pacto. Sin embargo, la noción misma de pacto está vigente. Sólo por mencionar a un presidente de talla mundial como lo es Lula da Silva, cabe recordar que, en su congreso, tiene sólo al 17% de los representantes de su partido. ¿Pasará algo similar en Bolivia? Vivimos desde 2005 un tiempo inédito. Hoy la situación es distinta y los atisbos de fragmentación congresal ya relucen consistentes. ¿Será así en 2025? Es lo más probable. Por tanto, es tiempo de retomar el rol de la Asamblea Legislativa. Vamos hacia una democracia parlamentaria y es necesario evaluar lo que se viene haciendo.
Advierto que mi conocimiento se remite a información de la prensa.
¿Cómo comienzo? Dejando en claro lo básico: no hubo democracia parlamentaria desde 2009. Antes, de 2006 a 2009, tuvimos un “empate catastrófico” con una oposición que tenía mayoría en el Senado e impedía el “absolutismo” masista. Ya en la elección en 2009 venció Morales obteniendo dos tercios de representantes. Se consolidaba una impronta histórica paradójica: no desaparecía sólo la oposición, ¡desaparecía el propio oficialismo! El MAS gobernó insuflado de un discurso popular, pero pringado de un tenor oligárquico que mantuvo su hegemonía hasta 2023 (con un breve periodo de oposición durante el gobierno de Jeanine Áñez). Hoy se ha quebrado, dando pie a un suceso casi fundacional: la aparición de diputados y senadores de la oposición, aunque el 95% de estas autoridades no haga nada más que ratificar al gobierno. Y ese 5% restante, ¿hace algo? No mucho, escudándose en la siempre reconfortante tesis que los secunda: “el MAS no nos deja”. Veamos.
He visto representantes jóvenes. Así, he evaluado con optimismo las denuncias de la diputada Luisa Nayar sobre los autos robados en Chile que terminan “calladitos” en Bolivia y, lo que es lo más patético, terminan como autos oficiales del gobierno. Similar entusiasmo me ha generado la diputada Luciana Campero impidiendo que don Lino Condori sea designado como cónsul en Argentina. El hombre con 11 sentencias ejecutoriadas por su nefasto paso por la gobernación de Tarija, premiado con una estadía en Argentina. También valoro la persistencia del diputado Beto Astorga, quien promovió la censura del ministro de gobierno Eduardo del Castillo por su “participación” en la aparición de estos autos robados.
Como representantes menos jóvenes, no voy a negar mi admiración por la senadora Cecilia Requena, quien tampoco enmudeció: su fundamentada acción contra los mineros auríferos fue clave: consiguió que estos “nuevos ricos” sean desalojados del territorio de explotación de oro en el río Tuichi en el Madidi. ¿Alguien más? El primer diputado de Comunidad Ciudadana, Carlos Alarcón, nos engolosinó más de una vez con sus clases de derecho convertidas en alocuciones congresales en favor de la Ley del Censo y la Ley de Elecciones Judiciales. En la primera, nos plantó su capricho de 2024 y en la segunda la mentada ley duerme el sueño de los justos. ¿O sea? O sea, sus intentos merecen un tibio aplauso y nada más. ¿Alguien más? Sí, Rodrigo Paz. Admito mi sincera admiración por este senador. Lo veo en TikTok, Face y en cuanta red se le ocurra, lanzándose contra las chambonerías del Gobierno, pero, sobre todo, ofreciendo propuestas: los 62.000 millones de dólares para las empresas públicas deberían ir a las regiones (acá lanza su 50/50 para la distribución de recursos, con la mitad para el Gobierno central y la otra mitad para las regiones); los 24.000 millones de la Gestora deben ser precautelados o estas fieras del derroche se las van a dilapidar dejando a nuestros abuelos sin plata; el país debe integrarse por el norte con Brasil construyendo un puente entre Guayaramerín y Guajará-Mirim. En fin. Meritorio. Concluyo recordando al diputado Miguel Roca quien me parece un parlamentario lúcido en el manejo fiscal, habiendo denunciado el caos de las empresas públicas, el descuento de recursos a las entidades autonómicas, etcétera. No poca cosa.
Finalmente, destaco a un suplente: José Manuel Ormachea, quien sorprende por su empeño y claridad. Denunció el hurto descarado de lingotes de oro del Banco Central siendo trasladados a Estados Unidos. También ocasionó la renuncia de dos gerentes de ENTEL más preocupados de chupar unos traguitos al calor de un stripper que de su responsabilidad. No es poco para alguien que no detenta la titularidad (no sé de ningún suplente con ese aplomo).
¿Cuál es nuestra síntesis? No hay duda que el esfuerzo merece remarcarse. Sin embargo, tres aspectos detienen mi elogio: uno, estos representantes, aunque son la excepción en el Congreso, han avanzado mínimamente: una, dos o hasta tres acciones en más de tres años generan desazón; dos, no hay propuestas de futuro (con excepción de Rodrigo Paz), y, tres, se nota claramente que no hay un trabajo en conjunto. Cada quien empuja a su lado dejando en clara la ausencia de liderazgo.
A puertas de una democracia sin mayoría es imperativo ir pensando en el Legislativo como un actor central.
Diego Ayo es cientista político.