En el transcurso del mandato del expresidente Evo Morales no solo se percibieron señales sino hechos concretos que evidenciaban un estrecho vínculo entre los gobernantes bolivianos y el régimen iraní. Tanto es así que, a título personal, el entonces Presidente recibió como regalo equipos para un moderno canal de televisión, con un valor aproximado de tres millones de dólares. Este obsequio llegó a Bolivia después de una breve visita del entonces presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad y terminó llamándose Abya Yala.
El líder iraní estuvo en Bolivia en 2007, 2009 y 2012 y durante esas visitas los intereses de Teherán para respaldar a Bolivia en el ámbito nuclear y militar fueron en aumento. En contraparte y más allá de los regalos existe un marcado interés iraní en las reservas de litio de Bolivia, aunque las negociaciones y la implementación de dichas operaciones podrían ser llevadas a cabo por otros aliados del régimen.
Otro hito destacado en esta relación con Irán tuvo lugar el pasado 20 de julio, cuando los ministros Edmundo Novillo de Bolivia, y Mohamad Reza Qarai, de Irán, firmaron en Teherán un memorando de cooperación en defensa y seguridad. Por supuesto, tras la firma no hubo brindis, ya que en Irán no se acostumbra, al menos no en público.
No obstante, parece que el interés va más allá, quizás debido a la ubicación geográfica de Bolivia, que siempre ha atraído a estrategas de la geopolítica y a aventureros de la política. Tal vez por ello, la influencia de Irán en la política exterior boliviana es notoria, posiblemente direccionando las posturas del Estado Plurinacional a nivel internacional. Para tal cometido, han encontrado el escenario ideal en una cancillería carente de diplomáticos profesionales y “sumisa al régimen iraní”, como hace unos días afirmó Lior Haiat, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel; lo hizo sin ningún adorno diplomático.
La reacción de Israel al conocer la decisión boliviana de romper relaciones diplomáticas entre ambos países fue instantánea. En su comunicado internacional afirmó que “la decisión del Gobierno de Bolivia de cortar los lazos diplomáticos con Israel es una rendición al terrorismo y al régimen de los ayatolas de Irán”.
Es una acusación grave que plantea numerosas interrogantes a la luz del comportamiento errático de la diplomacia boliviana, en la que su máxima autoridad parece tener la cabeza más puesta en su nuevo cargo en Quito que en la ejecución de la política exterior, si es que alguna vez se tomó en serio su papel.
En el primer comunicado de la cancillería de Bolivia respecto al conflicto actual se sostenía que los sucesos eran “eventos violentos ocurridos en la franja de Gaza entre Israel y Palestina”. ¡Falso! ¡Fue una versión sesgada!
Lo ocurrido ese 7 de octubre de 2023 no fue en la Franja de Gaza sino en territorio de Israel, que sufrió una violenta como inesperada invasión del grupo Hamás, causando unos 1.400 muertos. Esa jornada, en lugar de un comunicado tan anodino como el que se publicó, Bolivia debió condenar ese hecho, al igual que prácticamente todo el mundo. Está claro que ese momento el gobierno del MAS olvidó su “posición principista de respeto a la vida” que ahora esgrime para justificar la absurda ruptura de relaciones diplomáticas con Israel.
También se ha utilizado como argumento el mandato de la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos para referirse a la desproporcionada ofensiva militar de Israel. El argumento es categórico, pero debió emplearse en ambas situaciones.
Romper relaciones es el último capítulo de un trayecto que debería haber seguido un protocolo diplomático serio y no hacer el ridículo internacional, pues ni los países musulmanes han roto relaciones con Israel; el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, que ha llegado a acusar a los israelíes de “salvajes” y “criminales de guerra” no ha mencionado la posibilidad de una ruptura de relaciones; tampoco el presidente egipcio Abdel Fatah al Sisi; ni el rey Abdalá de Jordania, que son líderes de países que mantienen desde hace décadas relaciones diplomáticas con Israel. Tampoco se ha escuchado nada de Emiratos Árabes Unidos, Marruecos, Sudán y Bahréin. Pero sí de Bolivia.
Una cancillería profesional debió seguir un protocolo; Bolivia pudo llamar a consultas a nuestro embajador, aunque este fuera el que tenemos en Países Bajos, con funciones concurrentes en Israel. Es un recurso fuerte en diplomacia, pero válido para manifestar desaprobación.
El extremo de ir directamente a la ruptura de relaciones es propio de una diplomacia que no protege los intereses del país y que actúa de una forma absurdamente ideologizada, chapucera y sin rumbo.