Qué mejor que referirse a
la mentira en estos días de mayo en que los periodistas celebramos nuestro día
puesto que el periodismo debe ser el mejor antídoto en contra de las mentiras
que cotidianamente se difunden desde las diversas esferas de la sociedad para
evitar que la verdad se difunda.
Pero, como dice la moraleja, la mentira tiene patas cortas y generalmente tarde o temprano se descubre la verdad, y ahí sí sus encubridores son desenmascarados, aunque cuentan con una ventaja: el predominio en nuestra sociedad de una memoria frágil.
Pese a esos antecedentes o precisamente por ellos, la mentira se ha convertido en un instrumento de gobernanza. Leer los escasos periódicos que quedan en el país o escuchar radio o ver televisión (actividades que hoy es posible hacer casi en forma simultánea gracias a internet), da cuenta de esa realidad: se miente a diestra y siniestra. Ahí entramos los y las periodistas que, con limitaciones de diverso orden, tenemos los instrumentos para detectar esas mentiras y contrastarlas mediante la investigación y la difusión de información debidamente respaldada, los argumentos que demuestran la verdad.
Sin embargo, en los últimos tiempos esta concepción de nuestro oficio se ha debilitado y han surgido dos corrientes peligrosas a mi manera. Una, que cree que sus propuestas políticas o ideológicas o sus intereses económicos, sociales gremiales, justifican la difusión inescrupulosa de la mentira o las medias verdades; la otra, que asume atribuciones que exceden las que tiene el periodismo para convertirse en fiscales, jueces, conciliadores, pues “tienen la verdad”.
Pese a ello, hay quienes dirigen sus esfuerzos a recuperar el papel de ser buenos mensajeros para informar a la ciudadanía de la mejor manera posible y que no se deje desorientar por las mentiras que se difundan. Obviamente, esto no significa, para nada, un pasivo “dejar mentir, dejar pasar”, sino cumplir la obligación de que cuando el mentiroso quiera hacer de las suyas, hay que detectar las mentiras que quiere difundir.
Esto será posible recuperando principios fundamentales para el ejercicio de un buen periodismo: compromiso de buscar la verdad vía la capacitación permanente, la investigación, el buen uso de los canales por los que se difunde la información, la humildad de rectificar si se cae en error.
No es fácil cumplir esta tarea. Los mentirosos no quieren a los periodistas, particularmente cuando son memoriosos, tienen espíritu independiente e investigan sin dejarse presionar, y se los acosa permanentemente. Incluso prefieren a aquellos que hacen mucho ruido, pero terminan mostrando pocas nueces.
Los periodistas, hombres y mujeres, podremos coincidir en que cuando realizamos a cabalidad la tarea de detectar mentiras y mentirosos, la satisfacción del deber cumplido es grande.
Bien vale recordar esto en un 10 de mayo…