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24/04/2020
Vuelta

COVID-19, la vida sigue

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

No es necesario ir muy lejos para darse cuenta cómo han cambiado las cosas desde que el coronavirus se hizo pandemia y, por lo tanto, un personaje intimidante para todos los habitantes del planeta.

Al principio lo veíamos como algo un poco lejano. Una cuestión que solo afligía a los chinos, que estaban pagando las consecuencias de extraños hábitos alimenticios.

Es más, nos esforzábamos en creer que había mucha alarma para datos tan insignificantes. La letalidad solo es del 2% decíamos, es solo una gripe que provoca menos muertes que el H1N1… todo eso para sentirnos a salvo.

Pero las cosas eran mucho más complicadas y alarmantes. El virus se había convertido rápidamente en un viajero que no respetaba fronteras y desembarcaba en todos los puertos…

Era como esos barcos que transportaban la peste en siglos pasados y que atracaban en los muelles con sus tripulaciones moribundas y en pie de contagio.

Y en pocos meses, el mundo fue cerrando sus puertas. Hay una imagen muy simbólica de todo esto en la tapa de una de las ediciones del The Economist, donde aparece el mundo atravesado por un letrero donde dice “CERRADO”.

Uno tras otro los países fueron cerrándose por dentro y por fuera. En pocas semanas la globalización quedó temporalmente en suspenso y cada quien se puso a cuidar sus fronteras.

Fue una suerte de regreso a la intimidad, nacional y personal, volvimos a ser habitantes de nuestros pequeños espacios domésticos, sin otra preocupación que la de mantenernos a salvo del contagio.

Y ahí comenzó eso que para muchos es un cambio de época, es decir una súbita transformación de los paradigmas en las más diversas actividades.

Los que no estábamos del todo familiarizados con la tecnología tuvimos que adaptarnos rápidamente para poder permanecer activos y seguir trabajando a pesar de todas las restricciones.

Los que no éramos millennials, porque no habíamos nacido en los 80, sino décadas antes, adoptamos ciertos hábitos de ellos, como el de sumergirnos en el mundo de los dispositivos, los canales digitales de la banca y demás elementos de la ritualidad tecnológica para, desde la innovación, intentar generar vínculos con un mundo repentinamente distante.

Y también cambiaron los hábitos de consumo o, más bien, las prioridades de consumo en prácticamente todos los segmentos de la población. Primero fue la apuesta casi obsesiva por el abastecimiento y luego la búsqueda de opciones que nos permitieran salir sin salir y acceder a las más diversas opciones –digitales– de entretenimiento.

Obviamente la cuarentena se vive de diferente manera según el sector social al que se pertenezca. Las ansiedades y temores son distintos, las urgencias también, lo mismo que la mitología que rodea o emerge de las más diversas versiones que existen sobre la enfermedad, sus consecuencias y el futuro.

Hay una necesidad de creer en el fin de esta situación, pero al mismo tiempo mucha suspicacia frente a la información.

La cuarentena real seguramente se flexibilizará paulatinamente, en función de las tendencias epidemiológicas y de las apremiantes necesidades de reactivación económica, pero hay una cuarentena mental, alimentada por realidad y mito, que posiblemente se prolongue por mucho más tiempo.

¿Alguien, por ejemplo, estará dispuesto a enviar a sus hijos al colegio en una o dos semanas más? ¿Alguien compartirá el transporte público en condiciones que no hacen posible la distancia social mínima?

La recuperación de la normalidad, como la conocimos y vivimos, está supeditada al descubrimiento de una vacuna eficaz, a la aparición de un tratamiento que minimice los riesgos de la enfermedad o, por qué no, a una adaptación masiva al riesgo, es decir a la asimilación de que debemos convivir con la enfermedad.

La mayoría de los países se prepara para una transición a formas menos rígidas de prevención y a la progresiva activación de sus economías, desde lo básico –que de una u otra forma se mantuvo funcionando– a lo más complejo, como industrias grandes o sectores de exportación, que permiten recaudación e ingresos.


El proceso no será tan rápido. Dependerá de la capacidad que tengan las industrias y servicios de innovar con relativa eficiencia, incorporar nueva tecnología, mejorar los niveles de bioseguridad, adaptar los modelos de trabajo a protocolos más estrictos.

Pero, sobre todo en países como el nuestro, la reactivación depende mucho también del fortalecimiento del sistema de salud, no solo para aumentar el número de tests que permitan detectar los contagios y rastrear sus secuelas rápidamente, sino también para ofrecer una atención optima en casos críticos o ante la eventualidad de un agravamiento del problema.

Convivir con la enfermedad solo será posible siempre y cuando al menos la gente sepa que hay una infraestructura capaz de responder a una emergencia.

Y entonces el consumidor volverá a asomar la cabeza, inseguro, cauteloso, prudente y austero, con barbijo preventivo para el virus y más filtros para elegir lo que necesita, en función de criterios que todavía, por lo menos aquí, nadie ha estudiado.

La tarea de los que ofrecen servicios, productos e incluso experiencias es descifrar nuevamente los detonantes internos que animan la fe de un nuevo tipo de consumidor e indagar en los laberintos que conducen hacia los factores que determinan su confianza.

La nueva conquista de los mercados no será sencilla. Para un consumidor hipersensibilizado por la crisis sanitaria y la incertidumbre económica, tal vez lo que se necesite sea un abordaje más solidario, un nuevo lenguaje, guiños diferentes, una comunicación, en fin, que empatice con una nueva realidad en la que ya no hay públicos cautivos, ni mucho menos.

Pienso en las aerolíneas, por ejemplo, que en los últimos años no solo habían subido el costo de los pasajes, sino que le ponían precio a los alimentos a bordo, a los cambios de asiento y a las franquicias de equipaje.

Hoy que los aviones permanecen en los hangares y los aeropuertos, es lógico suponer que las líneas aéreas deberán reconsiderar esa lógica caprichosa, para seducir a sus nuevos pasajeros con un estilo en el que prevalezca un trato más empático.

Las telefónicas deberán seguir nuevos caminos. Después de la experiencia de la cuarentena los usuarios serán mucho más exigentes con la calidad de los servicios y quisquillosos con las tarifas.

En otros rubros, lo indispensable se impondrá por algún tiempo a lo complementario, la austeridad sobre el exceso y eso posiblemente impacte sobre algunos negocios.

Aislados físicamente, pero conectados desde la virtualidad, se construyen nuevas aproximaciones. Hace días vimos a decenas de artistas, cantantes y músicos de distintos géneros, famosos todos, ofreciendo su arte solidario desde sus hogares.

Es una nueva forma de concierto y concentración pública masiva, pero saludable, que seguramente tendrá esas características durante mucho tiempo y hasta es posible que se desarrollen aplicaciones de acceso a recitales y demás, donde se añadan sensaciones que disminuyan nuestra nostalgia de multitud.

Y nosotros ahora mismo estamos en eso, compartiendo presentaciones y puntos de vista, con amigos, clientes y otros grupos, a través de esa diversidad de recursos que nos permiten realizar reuniones con mucha gente al mismo tiempo y sin barbijos, ni otras precauciones. Y todo, porque a fin de cuentas la vida sigue. 

Hernán Terrazas es periodista.



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