Hace algún tiempo nació un niño con un problema congénito, uno muy grave, que requeriría de por lo menos tres intervenciones, con un pronóstico muy malo; la bibliografía disponible en aquel momento decía que la mortalidad en centros altamente especializados, con tecnología de punta y experiencia de los profesionales en casos complejos, llegaba al 50%. Imaginarán el gran riesgo en países menos desarrollados con tecnología de regular a antigua, con poca experiencia en este tipo de casos y sumar a eso que, aunque se tenga mucho dinero o la mejor intención, no se podía esperar demasiado de esta adversa situación.
La familia del niño, desesperada y entristecida preguntaba: “¿qué posibilidad tiene mi hijo de vivir?”, “¿cambia esto con las intervenciones o da lo mismo?”. Y la respuesta fue que tenía un 10% de éxito y sobrevida; pero sin hacer nada, la muerte se daría en máximo una semana desde el nacimiento. Entonces, así sea muy bajo porcentaje de sobrevida y con todos los riesgos que implicaba, se procedió a realizar el primero de los tres procedimientos. Como dicen, en la guerra hay que morir de pie, peleando. El niño, increíblemente, hasta ahora ha sobrevivido, aunque todavía tiene muchos desafíos por delante.
Esta situación trae reflexiones, situaciones que se extrapolan a lo que nos sucede en varios aspectos, uno de ellos que resuena en este momento es: ¿hacemos lo posible por cambiar aunque sea en un 1% a los jueces que serán elegidos este domingo? O nos resignamos a que siga el 100% de individuos enlodados en el sistema de justicia boliviano.
Las elecciones judiciales en Bolivia son, entre las muchas cosas erradas, producto del cambio de Constitución de 2009. En las elecciones judiciales de 2011 y 2017 ganó el voto blanco y nulo por dos tercios. ¿Se anularon los resultados?, ¿el órgano electoral alguien del gobierno entendió el revés que emitió el pueblo con su voto? La respuesta es no, con solo un tercio de “votos válidos”, la justicia siguió operando de la manera en la que conocemos los bolivianos.
¿Qué pasa si ganan otra vez los votos nulos y blancos?, ¿esta vez el gobierno, el órgano electoral y quienes manejan esto reflexionarán y llamarán a una nueva votación? Pues la elección será validada nuevamente, es lo que dice la ley.
¿Qué pasa si votamos por alguien no vinculado al MAS o al menos con credenciales aceptables y ante todo otra persona distinta a los autoprorrogados? En ese caso, el cambio en la justicia no será sustancial, las decisiones por mayoría la seguirán teniendo los cinco autoprorrogados de los lugares donde se ha determinado anular las votaciones judiciales, pero lograr un mínimo cambio le quitará alguito de injerencia al poder ejecutivo sobre el poder judicial. ¿Ese alguito vale la pena?, yo creo que sí.
El cambio real de las deficiencias existentes se establecerá cuando quienes gobiernen tengan capacidad y voluntad de trabajar por el país y no por intereses particulares, lo que ha llevado al país a una situación de bancarrota. Quisiéramos que no se tenga que hacer largas filas por combustible, aceite o arroz, donde podamos mover libremente el dinero de cuentas privadas sin que importe el tipo de moneda, viajar tranquilos sin el monopolio de una línea aérea, etc. Costará años seguramente.
Aguardemos un voto consciente en las elecciones nacionales 2025, que esperemos no sean saboteadas; mientras tanto, si hay una mínima opción de detener el camino hacia un régimen totalitario del partido de gobierno, hagámoslo, votemos el domingo por algún candidato.
Cecilia Vargas es médica y docente universitaria