La Participación Popular cumple 30 años
este mes; no hay duda que ella, junto a la Revolución de Abril de 1952, son las
dos grandes reformas políticas del Siglo XX. Gracias a ellas, Bolivia abrió los
cauces de la inclusión social y política, por ella nuestro país vio las luces
de la democratización social. Con toda certeza, el proceso político actual y el
propio Evo Morales son hijos de la Revolución Nacional y de la Participación
Popular. No es posible entender al MAS sin comprender la Participación Popular,
es ese partido el que utilizó para sí los beneficios de la reforma.
Buena parte de los bolivianos no sabemos agradecer a la gente que ha hecho esfuerzos por el desarrollo del país; muchos de los que dieron sus vidas, pasaron exilio, prisión y dieron la cara por la democracia no han recibido los agradecimientos que les deberíamos dar. La mezquindad de no saber conceder los méritos de los otros se rompe sólo cuando la gente que merece reconocimiento está en el lecho de muerte, o después. ¿Cuántas medallas se han dado a la hora póstuma y no en vida, a quienes son contemporáneos o que más jóvenes que nosotros? En este país es más fácil destruir que construir, normalmente se critica al que hace algo, en cambio, el que no hace nada vive feliz en la sombra del anonimato. Es pecado, es peligroso hacer algo, porque siempre genera enemistad o envidia.
Hay muchos que impulsaron la Participación Popular; muchos de sus hacedores son nuestros contemporáneos, gente comprometida, llena de ideales, esfuerzos, vitalidad y transparencia. Se trata de profesionales que viven en Bolivia, que trabaja, que enfrenta dificultades y que labora cotidianamente por el país.
Muchos de ellos, antes de 1994, el año de su aprobación, ya se habían jugado el pellejo por defender la democracia y después se entregaron sin miramientos a alentar la Participación popular. Tienen nombres, se llaman Carlos Hugo Molina, el camba-colla que ama el bolero y que tiene una vida marcada por el dolor, que toca taquiraris y sones andinos con su armónica y que vive desarrollando la democracia con el sello de Manuela; Roberto Barbery, su joven lugarteniente, amante de la filosofía y escéptico por naturaleza; Y con ellos, Rubén Ardaya, Iván Arias, Alfonso García, Fernando Medina, Javier Medina, Isabella Prado, Diego Ayo, Mauricio Callau, Marcelo Renjel, Laurent Thevoz, Mario Galindo y muchos más, junto a un grupo juvenil de comunicadores inquietos; los supervisores generales fueron Gonzalo Sánchez de Lozada y Víctor Hugo Cárdenas.
La paradoja de la vida es que, en lugar de reconocerles sus méritos y su trabajo, a muchos de ellos más bien se los ataca y, a veces, se los persigue. Pero, el tiempo es el gran juzgador, ya llegarán días en los cuales sus nombres queden más firmemente grabados en la historia.
La Participación Popular hizo que la ciudadanía tenga conciencia de la necesidad de avanzar en la descentralización; esa reforma vive simplemente porque la gente se la apropió. En cada municipio, sus pobladores saben que ésta es la institución más cercana a ellos.