¿Qué puede ser más justo que poder disfrutar de los frutos de nuestro propio esfuerzo? ¿Qué puede ser más justo que el derecho a ganarnos la vida en libertad y de acuerdo a nuestras propias capacidades y talentos? ¿Qué puede ser más justo que tener la seguridad de que nuestra propiedad privada está protegida y que nadie tiene derecho a ella a menos que nosotros lo permitamos? ¿Qué puede ser más digno que trabajar y saber que ni un solo centavo en nuestra billetera le fue arrebatado a alguien más en nombre de la “redistribución del ingreso”?
Eso es, en esencia, lo que ofrece el capitalismo: justicia y dignidad. El máximo valor del capitalismo radica en su proposición moral antes que en los tremendos beneficios económicos que ha producido a través de la historia. Es esa moralidad la que hace que los hombres de bien, los humildes y los trabajadores, sean siempre capitalistas, aunque no lo sepan o no hayan leído nunca a Smith, Friedman o Mises. Son capitalistas porque sienten el orgullo que el trabajo bien hecho produce y valoran la plata que ganan porque esta representa su esfuerzo. Los otros, los que plantean el paradigma distinto, el socialismo, son siempre pedantes, como los intelectuales que piensan que pueden planificar la sociedad y no confían en las decisiones de la gente libre; envidiosos, como los que piden políticas redistributivas porque no aceptan el éxito de los demás; o políticos ignorantes que no entienden que la generación de riqueza no es un juego de suma cero, es decir, que la única posibilidad de crear riqueza de forma legítima es mejorándole la vida a los demás ofreciendo algo mejor a un menor precio.
Los bolivianos somos pacientes y aguantamos muchas cosas. Hemos aguantado gobiernos desastrosos, severas crisis económicas, corrupción generalizada, funcionarios ineptos y políticos ladrones. Pero en el fondo somos capitalistas y cuando vemos que nuestras libertades están siendo severamente cercenadas y nuestra propiedad privada está siendo confiscada y avasallada, no lo aguantamos más. Cuando sentimos la injusticia a flor de piel decimos basta. Ahí nos levantamos unidos y nuestra furia e indignación es imposible de contener. Lo vimos el 21F cuando le dijimos NO a Evo Morales y el 2019 cuando lo sacamos huyendo del poder. Lo vimos también cuando los gremiales hicieron retroceder al actual gobierno con la Ley 1386 y más recientemente con la Ley 1543.
En todos esos casos, la furia y la indignación provienen del mismo lugar, del sentimiento de injustica. Ahí es donde dejamos de tolerar la estupidez y todo estalla. El boliviano es paciente, pero no tiene vocación de esclavo. El boliviano es capitalista, valora su esfuerzo y no tolera que le metan la mano al bolsillo de forma sistemática.
Hoy estamos llegando a ese punto. Ya hemos perdido la paciencia. Nuestras libertades han sido bastante cercenadas y nuestra propiedad privada violada repetidamente como para que sigamos agachando la cabeza. Maleantes avasalladores se toman nuestros terrenos, el gobierno mete preso al que osa pensar distinto, la justicia es solo un instrumento de coerción política, los escándalos de corrupción no paran y cada día nos enteramos de uno nuevo y peor, el narcotráfico se ha tomado el país, nuestra platita se desvanece porque la inflación galopa y no conseguimos dólares para protegernos, no podemos sacar nuestra propia plata del banco, nuestro trabajo está amenazado porque no podemos comprar combustibles para realizarlo, nuestra seguridad jurídica y personal es solo un enunciado, cada mes descubrimos que el gobierno quiere pasar una nueva ley para seguir confiscándonos lo nuestro, la Gestora le regala nuestros ahorros al gobierno, vivimos atrapados en una maraña de impuestos y regulaciones, el gobierno nos impide exportar libremente y nos impone controles de precios, la salud y la educación públicas son cada vez peores, el gobierno mantiene 600 mil empleados públicos y más de 70 empresas que no sirven para nada más que gastar plata, nuestra plata… y encima de soportar toda esa humillación tenemos que ver la foto del “cajero” sonriente diciéndonos que “vamos bien”…
La indignación se ha tomado, entonces, nuestros corazones. Podemos aguantar crisis económicas, pero no podemos aguantar el escarnio de ver nuestras libertades cercenadas y nuestra propiedad privada avasallada. El MAS es un muerto viviente porque ha tratado de instalar la dictadura castro-chavista en un país profundamente capitalista. El MAS no aprendió la lección que aprendieron muy pronto el Ché y sus compinches: en Bolivia el socialismo no tiene cabida porque no tenemos vocación de esclavos.
Esa es la realidad y esa es nuestra identidad. Somos un pueblo de gente valerosa que se respeta a si misma y a su trabajo. El MAS se irá, los echaremos a patadas en las elecciones, pero, ojo, no se irán sin rendirle cuentas a país.
¿Y después? ¿Qué viene después? ¿Qué nuevo paradigma podrá enamorar a la ciudadanía? ¿Qué nuevo paradigma podrá entusiasmar nuestros corazones y nuestras esperanzas? Uno solo, el capitalismo. No hay florecimiento humano sin él. No hay justicia sin libertad y sin propiedad privada. Nuestros jóvenes, en particular, no quieren dádivas ni bonos, quieren emprender en paz, quieren que no se les ponga trabas, quieren que su propiedad privada sea protegida y quieren construir su vida y disfrutar de los frutos de su propio esfuerzo. Quieren capitalismo, no socialismo. Quieren justicia, no “justicia social.” Quieren la responsabilidad y el riesgo que implica vivir en libertad, no la seguridad sosa y mediocre de vivir a expensas de otros a través del Estado.
Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia)