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Mirada pública | 18/01/2025

Bolivia excluida de Capricornio: el precio de la ideologización diplomática

Javier Viscarra
Javier Viscarra
Estos días, en Iquique, al norte de Chile, se ha llevado a cabo una exhaustiva revisión del avance del Corredor Bioceánico Atlántico-Pacífico, conocido como “Capricornio”. Se trata de una vía estratégica que conecta las costas de Brasil con los puertos del Pacífico en Chile, atravesando Paraguay y Argentina. Bolivia, que en su momento formaba parte del proyecto, ahora está al margen.
La importancia de este corredor, respaldado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Federación de Emiratos Árabes Unidos, quedó reflejada en la presencia del canciller chileno, Alberto van Klaveren, quien encabezó la reunión técnica en Iquique. Mientras tanto, en Bolivia, el gobierno sigue sin reconocer la raíz del problema: no ha sido una conspiración geopolítica la que ha dejado al país fuera de esta ruta comercial clave, como dejó entrever el presidente Luis Arce en abril del año pasado, sino la inestabilidad interna, la sucesión de bloqueos viales promovidos por el MAS de Evo Morales y la ausencia de una diplomacia efectiva.
El corredor Capricornio, diseñado para potenciar el comercio regional, no surgió de la noche a la mañana. Es el resultado de varios años de negociaciones entre gobiernos que comprenden la importancia de la conectividad y el desarrollo. Bolivia, en cambio, ha carecido de una estrategia realista para insertarse en un proyecto de esta magnitud.
La vía tendrá unos 2.200 kilómetros de extensión y abarcará las regiones de Mato Grosso do Sul en Brasil, el Gran Chaco en Paraguay, las provincias de Salta y Jujuy en Argentina, y de Antofagasta y Tarapacá en Chile. El proyecto abarca tres dimensiones: la facilitación del comercio y procesos transfronterizos, la infraestructura física y digital y el desarrollo productivo y comercial de los países involucrados.
El punto de inflexión se dio en diciembre de 2023, cuando en el marco de la COP28 en Dubái se firmó la declaración conjunta que consolidó el corredor. 
No es la primera vez que el país queda al margen de una iniciativa estratégica. Mientras otras naciones fortalecen su acceso a los mercados del Pacífico, Bolivia sigue sin una política clara de integración y mantiene una política exterior guiada por una absurda ideologización. La precariedad de su representación diplomática en Medio Oriente es un reflejo de este descuido: sin embajada en Israel desde octubre de 2023 y con una presencia casi simbólica en Egipto, la capacidad de negociación se ha reducido al mínimo.
En el pasado, hubo intentos de consolidar rutas bioceánicas que incluyeran a Bolivia, pero los actores clave han perdido la paciencia. Hoy, la conexión directa entre el Atlántico y el Pacífico se construye sin necesidad de atravesar territorio boliviano. Queda, como esperanza, el Corredor Ferroviario Bioceánico Central, promovido por China y que aún contempla al país como un punto de tránsito. Pero incluso ese proyecto, de altísimo costo y complejidad, requeriría una Cancillería con visión estratégica y capacidad de gestión.
Bolivia no ha sido expulsada del juego, simplemente ha dejado de jugar.
Javier Viscarra es periodista y diplomático.

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