Estos días el cielo boliviano no es el usual. No se ve ese azul profundo y único, característico sobre todo de La Paz. Se oculta detrás de una densa capa de humo.
Una vez más, el país arde sin control. Arde literal y figurativamente. No hay día sin conflicto, no hay día sin noticias desalentadoras; sobre la economía, la contaminación y querellas políticas. Los incendios son la manifestación evidente del descontrol general y de lo indefensos que están los bolivianos.
Siempre he sido de la idea de que, así como tratan a la naturaleza en un lugar, así tratan a su gente y en especial a las mujeres. Pensar que somos dueños de un ecosistema, y no parte de él, es una enorme falacia. La naturaleza no existe para los seres humanos, sino con ellos. No es un objeto, no es una cosa que se usa y se tira. Es un ser vivo. La tratamos mal, nos hacemos daño a nosotros mismos. Así de simple.
Las inundaciones a principio de año fueron el recordatorio de que la naturaleza, al igual que mujer maltratada, tarde o temprano siempre reacciona. Se defiende con furia. Nos recuerda que sin ella no existimos, no somos nada. Culpar al cambio climático, como si no fuera responsabilidad del ser humano y del antropoceno que hemos detonado, es irresponsable. Decir que sólo los países industrializados son los culpables de estos cambios, cuando la deforestación masiva en Bolivia está comprobada, es burlarse de nuestra inteligencia. Qué lindo es festejar a la Pachamama con gran jolgorio en el mes de agosto y andar por el mundo diciendo que se es defensor de ella cuando en casa se la pisotea, se la maltrata y se la quema.
Pensar que fue nada menos que la delegación boliviana ante Naciones Unidas la que en 2010 sugirió convertir el acceso al agua y saneamiento en un derecho humano, es hoy inverosímil. La constitución política del Estado Plurinacional de Bolivia dedica un capítulo entero a los recursos hídricos, en el que dice, entre otras cosas, que “El Estado protegerá y garantizará el uso prioritario del agua para la vida”. ¿Dónde estuvo esa protección para las familias del ya extinto lago Poopó o para los vecinos de Viacha? En caminatas a cerros cerca a La Paz he visto y fotografiado más de un río contaminado que desemboca directamente en un pueblito aledaño. No hay como negar la polución.
Pero también a nivel local y personal nos toca ser más responsables. Veo como gente usa árboles de basureros, produce desperdicios sin ninguna conciencia, usa el auto para la más mínima distancia, y maltrata a animalitos. En una reciente visita a Uyuni, ciudad turística número uno de Bolivia, vi un mar de bolsas plásticas. Es un ejemplo de miles en el país de la falta de conciencia en la población sobre las consecuencias de nuestros actos individuales. En las ciudades principales cada vez se construyen más avenidas, tapando incluso ríos, en vez de invertir en verdaderos parques, transporte público moderno y accesible, y en educación ambiental. Y los edificios tienen “áreas verdes” artificiales, no las de verdad, las que ayudarían a bajar las temperaturas y a que haya lluvias en los ciclos que corresponden. Es para no creer.
Celebro a todos aquellos que protestan a favor del medio ambiente, que son voluntarios, ya sea de bomberos o de guardaparques, que organizan colectas para lo que en verdad debería organizar el Estado, a todos los medios que informan sin tregua sobre el asunto, y a los pocos políticos que levantan la voz. Ojalá este movimiento y la conciencia al respecto crezca cada vez más. Al fin y al cabo, cuidar a la naturaleza es cuidarnos a nosotros.