Recuerdo que luego de no hallar oportunidad para la investigación en Bolivia, me interesó mucho el abismo que a veces existe entre las áreas de ciencia, tecnología y la sociedad. De allí surgió la curiosidad por un programa multidisciplinario que me permitiera explorar otros ámbitos y aprender nuevas herramientas para integrar lo social en el área que me apasiona.
Es así como terminé eligiendo el programa de maestría en Biología y Sociedad de ASU. Este programa se centra en la intersección entre la biología y las cuestiones sociales, ofreciendo a los estudiantes una formación sólida en ciencias de la vida y un enfoque interdisciplinario. Este posgrado me permitió personalizar el plan de estudios según mis intereses, abarcando áreas como la bioética, la política y la ley, la investigación educativa en biología y la ecología junto con la economía y ética ambiental.
Es más, recuerdo que pude tomar alguna clase en la facultad de derecho, que me hizo comprender la relevancia de las patentes y el desarrollo de la ciencia. Tampoco podré olvidar la clase de ecología política, en la facultad de geografía con el maestro de corte socialista, que dicho sea de paso, tenía un trato muy amigable con su homólogo de preferencia política contraria. Al fin y al cabo, eso debería ser una universidad, un espacio donde distintas ideas pueden ser debatidas y compartidas.
La integración de áreas sociales en el desarrollo de la ciencia y la tecnología es fundamental para enfrentar problemas complejos como las variaciones en temperaturas y precipitaciones, la salud pública y la desigualdad social. En el programa de ASU, los estudiantes desarrollan habilidades críticas como el pensamiento analítico, la comunicación efectiva y la conciencia cultural, preparándonos para ser investigadores, educadores y responsables de políticas más efectivas. Esta formación multidisciplinaria no solo enriquece el proceso de investigación, sino que también asegura que las soluciones propuestas sean viables y relevantes para las comunidades afectadas.
Un ejemplo destacado de multidisciplinariedad en la biología sintética es la competencia iGEM (International Genetically Engineered Machine). Esta competencia internacional, que comenzó en 2003 en el MIT, reúne a equipos de estudiantes de diversas disciplinas, incluyendo biología, ingeniería, diseño y ciencias sociales, para desarrollar proyectos innovadores utilizando herramientas de biología sintética. Los participantes reciben un kit de partes biológicas estándar, conocidas como “BioBricks”, que pueden combinar y modificar para crear sistemas biológicos funcionales.
La esencia del iGEM radica en su enfoque colaborativo y educativo. Los equipos no solo trabajan en el laboratorio, sino que también se involucran con sus comunidades para comunicar los conceptos de la biología sintética y sus aplicaciones. Por ejemplo, el equipo de la Universidad de Yale desarrolló un biosensor no invasivo para detectar fentanyl en el sudor, un proyecto que combina conocimientos en biología, química y diseño de software. Este tipo de iniciativas demuestra cómo la integración de diversas áreas del conocimiento puede generar soluciones prácticas a problemas sociales urgentes.
Estos ejemplos demuestran que al integrar perspectivas sociales en proyectos científicos, se pueden generar resultados más efectivos y beneficiosos para toda la sociedad. La ciencia no debe ser un proceso aislado; su verdadero potencial se realiza cuando se conecta con las realidades y necesidades de las personas.
Por ello, es crucial fomentar programas académicos que integren biología y ciencias sociales, formando profesionales capaces de contribuir al desarrollo sostenible del país. La colaboración interdisciplinaria no solo potencia la innovación científica, sino que también promueve un enfoque más holístico y humano en la búsqueda de soluciones a los desafíos globales.