Junto a los preceptos morales, aunque en una categoría ética inferior, están las astucias elementales. Ancladas en el sentido común, y a veces en la zona gris de lo moralmente dudoso, son más pragmáticas que edificantes. Un ejemplo que me gusta porque suma lo verbal a lo práctico es la máxima que aconseja “es mejor pedir perdón que pedir permiso”. Lo sabe todo escolino.
En esta misma línea está la de “nunca digas una mentira que será fácilmente descubierta”. Esta máxima ha perdido fuerza con la degradación de los códigos que hacían que la gente se avergonzara de ser pescada mintiendo. Hoy en día, a pesar de todos los esfuerzos de verificación expost, casi no hay candidato que no acuda a medias verdades y hasta a completas mentiras si le rinden puntos en un debate. Cuando las verificaciones son publicadas, los puntos ya están en el bolsillo. En parte por eso, los debates políticos son duelos de destreza verbal más que conceptual. Igual, hay gente que sigue creyendo en ellos.
Otra máxima en la misma línea es “nunca prometas más de lo que puedes cumplir”. Administrar expectativas es una de las claves del éxito en muchos aspectos de la vida, desde las relaciones humanas hasta la administración pública. Proponerse un objetivo imposible y anunciarlo es, como se dice vulgarmente, hacerse el harakiri.
Sin embargo, es justamente lo que están haciendo quienes proponen que la oposición se una en torno a un solo candidato. Sobre si la idea es buena o mala en sí, ya he dicho bastante. Al punto de que Wálter Guevara en un reciente artículo me reprocha haberlo hecho ya tres veces. La verdad es que ya van cinco, pues expuse similares argumentos cuando se propuso que la oposición se uniera en torno a Carlos Mesa en las elecciones pasadas.
No hubo entonces y parece que tampoco habrá esta vez ese candidato único, pero sería mucha presunción creer que es gracias a mis argumentos. Lo cierto es que lo tengo fácil porque la dinámica de los eventos está de mi lado. Es como predecir que la corriente se llevará los troncos río abajo.
En ningún momento he descalificado las buenas intenciones de quienes proponen esa vía para salir de las respectivas encrucijadas. Lo que sostengo es que ellos prometen lo que está lógicamente -no solo prácticamente- río arriba, ya que basta un candidato que se dispare por cuenta propia, para que el objetivo haga aguas. ¿Por qué no promover la consolidación de la oposición en el Parlamento pasadas las elecciones o espacios para nuevos liderazgos? Cuantos más, mejor. Antes invertir en el futuro que resucitar el pasado.
Lo sorprendente es que el campo de la unicandidatura de oposición, apenas lanzada la idea, se veían más fisuras que unidad y poco o ningún interés de los potenciales candidatos en subirse a ese tren. Hace un par de semanas, Ronald MacLean denunció que algunos de ellos estaban en “negociaciones secretas” con el objetivo, se entiende, de armar una candidatura al margen del proceso de primarias propuesto por su grupo. Luego, en una entrevista en Cabildeo Digital, MacLean hizo una mención despectiva de una hipotética candidatura de Guevara.
Más grave que lo anterior, en un innegable golpe al proyecto, Manfred Reyes Villa, un potencial candidato con mucho potencial, manifestó abiertamente su desacuerdo con la propuesta. El cuadro era para desanimar a cualquiera y ambos promotores de la unicandidatura, MacLean y Guevara, lo expresaron en sendos artículos: De unirse, la oposición ni hablar (Brújula Digital |21|5|24|) y Abrumador silencio de los precandidatos opositores (BD |16|5|24|).
Sin embargo, quizá para alivio de ambos, un grupo de precandidatos acaba de firmar un acuerdo bajo el nombre de “Documento de la unidad”. La única noticia que conozco no da detalles de su contenido y solo menciona a Vicente Cuéllar, Amparo Ballivián, Carlos Böhrt, y Agustín Zambrana entre los suscriptores Son todos ciudadanos respetables, pero muchos grumetes no hacen un capitán.
No puedo terminar sin referirme a que el mencionado artículo de Guevara, cuyo título sugiere que no hay precandidatos, está curiosamente dedicado a comentar uno mío, donde comparé la dificultad de encontrar un candidato único con la de meter cuatro elefantes en una peta; metafóricamente, claro.
Los escritores apreciamos que nos lean, y como no hay encuestas que lo prueben, me basta como evidencia que me critiquen. Esto hace profusamente mi comentarista: ¡me menciona 17 veces! Que haya sido para criticarme, no importa. Soy de la línea Oscar Wilde: coméntenme mal, pero coméntenme.
Los articulistas no debemos exprimir cada argumento hasta la última gota si se puede dejar un tercio para el lector, pero quiero rescatar una perla digna de memoria: Guevara habla de la “sátira secreta” que practica, dice él, “(desde) hace años”. Yo cultivaba la sátira críptica, hasta que mi editora me dijo que por eso casi nadie me entendía, y dejé de usarla.
Ojalá que ahora me entiendan.