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Pluri Multi | 18/08/2025

Autocracias y democracias

Carlos Toranzo Roca
Carlos Toranzo Roca

Hace años se decía que las izquierdas defendían el medioambiente y la madre tierra ¿lo hacen ahora que les encanta el extractivismo y viven de él? ¿Lo hacen en Bolivia, Venezuela? Se afirmaba que ellas cuidaban los derechos humanos e impedían la violación de ellos. ¿Continúan en esa ruta en Cuba, Nicaragua, Venezuela, Bolivia? Se repetía hasta el cansancio que eran defensoras de las libertades políticas, de pensamiento y de prensa. ¿Todavía se puede afirmar eso en Rusia, China, Cuba o Nicaragua y hasta en Bolivia?

Como las respuestas a esas interrogantes son negativas, se puede decir que en el presente las izquierdas hacen todo lo que criticaban a las derechas y siguen en el mismo camino que siempre recorrieron. ¿Se habrán derechizado las izquierdas? y las derechas, ¿en qué andan en estos tiempos? ¿Entonces cuál es la diferencia entre derecha e izquierda? ¿o ambas son lo mismo porque hacen cosas idénticas? Sería poco preciso decir que sean iguales, algo las debe diferenciar. Quizás la solución del tema implique entender que esas categorías analíticas ya no tienen la fuerza explicativa que poseían en el pasado.

No poseen las cargas valorativas de antaño, por tanto, es preciso escudriñar otras sendas analíticas. No obstante, el tema está tan ideologizado que muchos que se consideran a sí mismos izquierdistas querrán hablar siempre de izquierda y de la necesidad de que ésta aplaste a la derecha, como estaba previsto en sus catálogos teleológicos de la revolución socialista.

Si esos problemas les sucedieron a las derechas e izquierdas, parece que también la utilidad del concepto populismo ha tenido sus problemas, máxime cuando en el presente se habla de populismos de izquierda y de derecha.  ¿Es que acaso no sembró problemas hablar de los populismos de Trump, Bolsonaro o Bukele y referirse también como populismos a los regímenes de Maduro, Ortega, Evo Morales, López Obrador o Arce Catacora? Pareciera que en ese concepto –populismo– entra de todo, es muy flexible y justamente por eso pierde fuerza analítica. Pero, ni uno ni otro, contiene a la democracia como su centro definicional.

Los conceptos muy gelatinosos como populismo no ayudan a definir con precisión muchos de los fenómenos políticos y sociales que están esparcidos en el mundo; por el contrario, conducen a generar muchas imprecisiones y eludir los problemas de fondo.

Por de pronto, aunque sea de manera descriptiva, tiene mucha más utilidad referirse a autocracias que se oponen a democracias. Las primeras, tienen que ver con Maduro, Evo Morales, Ortega, Bolsonaro, López Obrador, Sheinbaum y otros más. En dichos casos hay severos problemas con el Estado de derecho, con el imperio de la ley, con la inexistencia de check and balances entre los poderes del Estado. Se remiten a casos en los que el Ejecutivo absorbe al Legislativo y el Poder Judicial o llegan a extremos de subordinar al Poder Electoral.

Ese es el caso del caudillo o el autócrata, éste se convierte en la institución, él se impone sobre todos los demás poderes, no solo eso, sino que los maneja a su arbitrio. Suele llamar a referéndums para lograr un apoyo masivo a sus decisiones autoritarias; más aún, puede modificar la Constitución para prorrogarse en el poder. Así ha sucedido en Venezuela, Bolivia o el Salvador.

Se trata de casos donde no hay imperio de la ley sino solo de la voluntad del autócrata. Este último suele llegar al poder bañado con la legitimidad electoral del voto popular, pero, estando en el poder lo maneja de tal manera que hunde y destruye la democracia y sus instituciones. Si bien tiene la legitimidad de origen, la electoral, no posee la legitimidad del ejercicio del poder, el cual que está marcado por las violaciones a las leyes, a los derechos humanos y por un ejercicio venal del poder.

En la otra orilla, muy distante, y cada vez más golpeada por los aires de las autocracias, están las democracias, aquellas donde existe el Estado de derecho, en las cuales hay apego a la ley, respeto de la Constitución, donde hay algo de check and balances entre los poderes del Estado, donde todavía el poder no se maneja de la manera escandalosamente corrupta como en las autocracias. 

El gran pretexto de las autocracias, ya sea la rusa, la cubana, la venezolana, mexicana o boliviana, es que afirman que trabajan en pro de la inclusión social, pero, andando el tiempo, la pobreza de Cuba, Nicaragua Venezuela o Bolivia nos muestra que tampoco la inclusión fue bien lograda. Ella existe para quienes están ligados al poder, para aquellos que militan en las filas de los partidos de gobierno, para los militares que dan soporte a esos autócratas. En general, esos regímenes han generado nuevas elites económicas, millonarios que basan su peculio económico en la corrupción y el manejo prebendal del Estado. La “inclusión social” ha devenido en más pobreza

Un sueño progresista es tener democracias, Estado de derecho, imperio de la ley, pesos y contrapesos entre los poderes del Estado, libertad de pensamiento, libertad de prensa y derecho a disentir del poder. Con base en esas ideas fui ayer a emitir mi voto en pro de la democracia.

Carlos Toranzo es economista.



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