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Cartuchos de Harina | 14/08/2021

Aprender de China

Gonzalo Mendieta Romero
Gonzalo Mendieta Romero

En los años 80, el periódico de Sendero Luminoso, El Diario, reflejaba la opinión del presidente Gonzalo (nombre de guerra del líder senderista, Abimael Guzmán, que lo convirtió en mi tocayo) respecto de Deng Xiaoping, entonces premier chino. Lo hacía con el desamor por los canes que aquí mostraban los amigos de un exministro ya finado. El Diario peruano llamaba a Xiaoping “el perro Deng”. Para la “cuarta espada del marxismo”, que decía ser el presidente Gonzalo, eran perrunamente infames las reformas de DengXiaoping, orientadas al desarrollo gracias a una economía calculadamente liberalizada.

Deng no era un perro, sino un sonriente y sutil político. Él trabó, por ejemplo, amistad con el asesor de origen polaco del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinsky, al grado de cenar en su casa, al visitar Estados Unidos en 1979. Allí la manga de Xiaoping fue bañada por un gaffe de la hija de Brzezinsky.

Pero no trataré aquí las incidencias de esa cena ni las masacres de perros, reales o metafóricas, que poblaron el Perú de los años 80 y, marginalmente, la Bolivia posterior. Es que es un lugar común afirmar que a ciertos marxistas hay que enviarlos a China a tomar clases. Y pasa que tal vez esas clases los afianzarían en su ruta. El éxito económico chino es macanudo, pero cuán imitable es sin su modelo político.

Deng ciertamente renegó en los hechos de las políticas económicas previas y de la Revolución Cultural, de la cual fue víctima (mientras Mao fue primero su propulsor y luego su detractor, como buen político maquiavelista). Pero Deng también apagó a la fuerza la revuelta de la plaza Tiananmen en 1989.

Kissinger apunta que China estaba azorada por la incomprensión occidental de Tiananmen. Para la élite china era claro que el “Reino del Centro”, como se ve China a sí misma, sufrió las mayores humillaciones de su historia cuando cedió a las disputas internas. China no puede arriesgarse a esos conflictos, alegaba Deng, por las secuelas que traen a un país de la población y complejidades chinas. No sé si eso sirve para olvidar al solitario manifestante frente al tanque en Tiananmen, pero da para pensarlo como dilema de emperadores y gobernantes. En todo caso, en su libro On China, Kissinger se muestra comprensivo con aquel alegato de Deng.

Otro anacronismo de mandar a cierta izquierda a la China es que Xi Jinping viene aplicando un endurecimiento que ya toca a la economía. Recientemente, en un enojo gatillado por la oferta pública en mercados internacionales de enormes empresas tecnológicas chinas (busquen en Google noticias de Alibaba, Tencent, Baidu, etc.), el Estado chino las acusó de infracciones legales variadas. Así, se golpearon sus precios en bolsa, además de meterles pánico a sus muy capitalistas accionistas. El capital en China, parece decir Xi Jinping, está subordinado al partido único, que quede claro. Si a eso se suman las medidas chinas en Hong Kong, los que blanden el “aprendan de China” tienen materia para meditar un tantito.

Porque China no desmiente a esa izquierda amiga de hacerse del control del Estado. China es un modelo de despegue económico con libertades restringidas. Y la ampliación de los estratos medios chinos no ha causado la liberalización política, contra lo que se predecía hace lustros, como anotan algunos. Más bien, la tendencia ha sido la inversa estos años.

Recuerdo a un intelectual latinoamericano en un foro de la UCB sobre política exterior. Él contaba que en otro evento un empresario chino le dijo con indulgencia que en China no creían que la gente debía definir los asuntos públicos. Esa era una responsabilidad que los gobiernos no podían “injustamente” delegar.

Aprender de China es pues un chiste si se escoge solo la versión sanitizada para cada quien de Deng o de Xi Jinping. Porque China quizá no sea sino secundariamente una lección de economía. Tal vez sea el ejemplo de uno de nuestros futuros posibles, con un partido reinando largamente a nombre del pueblo, incluso si este debe ser moldeado a conveniencia. Y los que desean ese futuro no necesitan azotar perritos ni insultar a Deng.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado y analista



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