Mi mirada sobre Amalia es una mezcla de afecto entrañable, profundo respeto y una admiración que ha crecido a lo largo de más de tres décadas. Compartir las aulas universitarias y abrirnos paso en el periodismo y la comunicación posdictadura junto a otras entrañables compañeras nos selló en un pacto que va más allá de la profesión. Por eso es muy merecida la entrega para ella del Premio Nacional de Periodismo 2025.
Desde siempre, Amalia Pando fue la “alumna libre”, devorada por la intensidad del oficio, primero en radio Cristal y luego en la Agencia de Noticias Fides. Brillante, rigurosa, se presentaba solamente a los exámenes de la carrera de Comunicación Social de la UCB con una sabiduría forjada en la lectura constante y una disciplina política adquirida en su paso formativo por Chile. Siempre fue la voz interpeladora, pero respetuosa, que cuestionaba a nuestros sorprendidos docentes.
Su compromiso ético en la historia del periodismo del país es innegable; mientras nosotras todavía batallábamos con las tareas de la U. y los libros, Amalia ya compartía salas de prensa y jefaturas de información con gigantes como José Gramunt de Moragas y Eduardo Pérez, y, después, con Carlos Mesa. Su salto a la televisión privada, con programas de investigación como Frente a Frente (1990-1992), mostró su instinto y sagacidad periodísticas en su máxima expresión. Verla trabajar en la isla de edición era una lección para tod@s los que abrazamos este oficio.
La creación de Periodistas Asociados Televisión (PAT), junto a Mesa, Mario Espinoza y Ximena Valdivia, marcó un capítulo de oro en la historia del periodismo boliviano. Allí convergieron profesionalismo, talento y un compromiso ético del más alto nivel, un estándar que lamentablemente no se ha repetido en la televisión nacional.
No obstante, la persecución también fue parte de su historia, un precio que solo los grandes pagan. Acorralada, jamás vencida, Amalia enfrentó el momento más doloroso en 2015 cuando el asedio gubernamental, con presión impositiva, multas y citaciones recurrentes, buscó quebrarla. La asfixia económica que afectó a la red Erbol mediante el bloqueo de publicidad estatal y privada culminó en su obligada renuncia, tras 10 años en ese medio, a su programa En Directo.
El extremo del ataque llegó con la expulsión del país de la ONG danesa IBIS, que apoyaba a Erbol, como represalia por la labor informativa de esa radio. Esta persecución generó una oleada de marchas en defensa de la libertad de prensa, consolidando a Amalia como un referente nacional.
Un año después, batiéndose contra el acoso, Amalia se reinventó con enorme esfuerzo, creando Cabildeo Digital como una respuesta a la censura. Desde su fundación en 2016, Cabildeo se consolidó como pionero del periodismo digital boliviano, siendo un actor clave en los acontecimientos políticos de 2019, la Revolución de las Pititas y la resistencia a la violencia política. Este esfuerzo, sostenido con el apoyo financiero de su audiencia y el respaldo de su hijo José Manuel, es hoy un multimedio con más de 100.000 visitas mensuales y millones de visualizaciones en sus plataformas digitales.
Su trayectoria ha sido justamente reconocida con una decena de importantes galardones, incluyendo el Premio Nacional de Periodismo (Televisión, 1997), el prestigioso Premio Rey de España de la Agencia EFE (1992), los premios BISA (Radio, 2013-2014), el Premio LASA (2018) y la Medalla al Mérito de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia (1998), entre otros, demostrando que su compromiso por la defensa de los intereses nacionales y los derechos humanos trasciende cualquier frontera. Finalmente, Amalia es una militante incansable de la investigación, de develar los pliegues oscuros del poder.
Sorprendentemente, el Tribunal Nacional de Ética Periodística (TNÉP), en 2022, la condenó por no haber dado la contraparte en la nota que develó los negociados de Marcelo Arce, hijo del expresidente, en la investigación titulada: “La negociación secreta del hijo de Arce con Venezuela”.
Pero los hechos posteriores demostraron que la investigación de Amalia era correcta. Hoy la justicia ha iniciado un proceso por los mismos temas denunciados por ella. Y –como ella misma dijo– era imposible obtener una versión del hijo de Arce. De hecho, Marcelo Arce jamás hizo una declaración pública.
Así las cosas, ese fallo constituye un precedente negativo. Considerando las constataciones actuales, quienes integraron ese Tribunal tienen el deber de retirar el fallo.
El Tribunal privilegió de manera desproporcionada la supuesta afectación a la honra individual por encima del derecho colectivo de la sociedad a estar adecuadamente informada. La jurisprudencia interamericana ha reiterado que el umbral de protección de la honra de funcionarios y figuras públicas no debe impedir un debate robusto, firme y hasta incómodo sobre asuntos de interés público y sin que ello genere sanciones contra periodistas y medios.
El periodismo está obligado a revelar indicios de corrupción o de malos manejos. Cuando una publicación se basa en indicios razonables, una sanción como la del Tribunal vulnera el trabajo periodístico y el derecho ciudadano a la fiscalización. En este contexto, la respuesta adecuada no era una sanción al medio o a la periodista, sino exigir al aludido que responda y acepte el derecho a réplica.
Amalia, contigo volvió a ganar el periodismo. Tu compromiso ético inquebrantable y tu pasión por el oficio son un pilar esencial en la defensa de los derechos de todo un país. El tiempo siempre da la razón a quienes, como tú, arriesgaron y siguen arriesgando todo –incluso la vida y la estabilidad económica– en busca de la verdad.
Tu propia reflexión condensa esa dualidad: “Siempre fui un éxito periodístico y un desastre comercial”. En esa frase se resume la nobleza de tu elección: optar por la verdad y la relevancia pública, aún frente a las presiones del poder económico. Aunque tu mayor logro –como tú me dijiste– fue ser la mamá de José Manuel.
Patricia Flores Palacios es magister en ciencias sociales y feminista queer.