De niña, era imposible que
pudiera comer una salteña con picante. Y en aquellos años, era muy raro
encontrar salteñas sin picante. Quizás por ello, soy una paceña atípica que no
se antoja fácilmente una salteña.
No fue hasta años más tarde, que aprendí a comer picante y tuvo que ser en México. Al inicio, divertía a mis compañeros de clase, pues me enchilaba con la botana. Para cuando terminé mis estudios, ya tenía un nivel respetable de tolerancia a la capsaicina o capsicina, el compuesto típico del género Capsicum, y que produce esa irritación y sensación de ardor que llamamos picante.
Aún más extraño, es que hay ciertas comidas que no están completas si no tienen su picantito. ¿Qué sería de un fricasé o unas tortas ahogadas sin su clásico picante? En México, no se concibe la comida sin acompañarla de picante. La otra comida que también siempre hace mucho uso de estos frutos, es la de la India, Tailandesa e incluso la de Corea.
Y hablando de ajíes, chiles, locotos o rocotos, resulta que Bolivia es centro de origen de los mismos. Los países vecinos, son centro de diversidad. En la introducción de una publicación científica del 2016, se reconocen entre 25 a 30 especies, de las que cinco son domesticadas: Capsicum annuum, C. baccatum, C. chinense, C. frutescens y C. pubescens. C. annuum es la más común y se popularizó con los viajes de América a Europa hace más de 5 siglos.
Existe otra publicación del 2014, realizada por Bioversity, que junto a Proinpa y el Centro de Investigaciones Fitoecogenéticas de Pairumani (de la Fundación Patiño), además del apoyo del Cgiar y la cooperación alemana, nos presentaron un Catálogo de ajíes nativos bolivianos promisorios. Ajíes para todos los gustos, desde ligeramente picantes hasta los que nos harían zapatear por horas. Exceptuando los departamentos de Oruro y Potosí, el catálogo nos muestra ajíes que crecen en todos los demás departamentos. Además, nos muestra las sustancias que pudieran ser de interés para el desarrollo de productos: nutracéuticos, cosmetológicos, farmacéuticos y muchas aplicaciones más.
Llegué incluso a sorprenderme con la descripción de uno que colectaron en La Paz, cuyo contenido de capsaicina es superior al del chile habanero. Otra publicación científica del 2019, realizada por investigadores de Corea del Sur, reconoce 27 especies de Capsicum y que 17 son “originales” de Bolivia. Este grupo de investigadores, realizó un estudio genómico, información que es necesaria para desarrollar nuevas variedades agronómicas, que puedan resistir el ataque de plagas, y así reducir el uso de plaguicidas o que incluso puedan proporcionar el inicio de una cadena productiva específica, con productos de valor agregado.
En Gales (Reino Unido), por ejemplo, un horticultor obtuvo una variedad llamada Aliento de Dragón, y es calificado como el ají más picante del mundo. Su efecto adormecedor, está pensado para un anestésico tópico, para personas que sean alérgicas a la anestesia común.
Resulta, que en Bolivia, hay una variedad con propiedades similares. Pero al parecer, fuera del reducido grupo de investigadores que han trabajado con esta especie, al resto de “conservacionistas”, les importa más las razas de una especie, que la variedad de especies nativas con alto valor, cuyo centro de origen es nuestro país.
Más allá de la apariencia física de nuestra diversidad biológica, la diversidad genética es mucho más abundante y lamentablemente, en la medida que el enfoque caiga en bulos, ideologías, muchas de ellas promovidas desde el extranjero, el país seguirá perdiendo oportunidades.
Bolivia necesita de la nueva generación de científicos, que nos ayuden a descubrir y potenciar la riqueza genética. Necesitamos inversión en desarrollar biotecnología, oportunidades y un mundo de posibilidades. Solo queda esperar, que los que generan políticas públicas, dejen de crear obstáculos y generen la promoción de un área en la que vamos como 20 años retrasados. ¡Bolivia! menos “acción popular” y más ciencia.
Cecilia González Paredes M.Sc.
Especialista en Agrobiotecnología