La región ya proporciona una serie de estudios de caso sobre lo que sucede cuando la pobreza, la corrupción y la planificación insuficiente permiten que la contaminación no se controle, dañando severamente muchos ríos.
El río Mapocho, que antes era un foco de contaminación y un símbolo de vergüenza para la ciudad de Santiago, se ha convertido en un ejemplo de cómo las ciudades pueden recuperar sus ríos. Gracias a una inversión de mil millones de dólares en plantas de tratamiento de aguas residuales, el Mapocho ya no es un río contaminado y maloliente sino un recurso natural limpio y saludable.
La inversión se inició en el año 2000 y finalizó en 2012, con la construcción de tres plantas privadas de tratamiento de aguas residuales. La finalización de la última planta en 2012 marcó un hito importante en la historia de Santiago ya que convirtió a la capital chilena en la primera ciudad latinoamericana en tratar el 100% de sus aguas residuales.
Los ríos son partes cruciales en el ciclo del agua, además de albergar importantes componentes de la biodiversidad y son esenciales para la salud humana. Como antesala al Mundial de los Ríos que se celebra el 24 de septiembre, una nueva investigación realizada por la Universidad de Oxford en cuatro ríos del Reino Unido, revela que la descarga de aguas residuales en los ríos tiene un mayor impacto en la calidad del agua que el agua proveniente de la agricultura.
El estudio ha encontrado que la descarga de aguas residuales tiene un impacto desproporcionado en la calidad de los ríos. Este impacto se debe a la presencia de contaminantes como bacterias, virus, metales pesados y nutrientes que pueden dañar los ecosistemas acuáticos y afectar la salud humana.
El estudio enfatiza la necesidad urgente de un plan de acción integral para abordar este problema. Este plan debe incluir mejoras a las plantas de tratamiento de aguas residuales, así como la implementación de nuevas regulaciones. Las mejoras a las plantas de tratamiento de aguas residuales pueden ayudar a reducir la cantidad de contaminantes que se descargan en los ríos. Las nuevas regulaciones pueden ayudar a garantizar que las aguas residuales se traten adecuadamente antes de ser descargadas en los ríos.
Pero en Bolivia, estamos lejos de pensar este tipo de políticas para nuestros ríos. Hoy con una sorpresa disimulada, vemos que añadido al fenómeno de El Niño y las sequías que ya se registran, el lago Titicaca nuevamente ha disminuido su nivel en varios metros. Pero parece que en las declaraciones oficiales, es mejor pasar por alto la alta contaminación de los afluentes a este lago. Análisis de entidades como la Autoridad Nacional del Agua han encontrado arsénico, plomo, boro, hierro, manganeso, sodio, y otras sustancias potencialmente nocivas.
Del lado peruano, un informe de 2019 de la Autoridad Nacional del Agua (ANA) indicó que dichas aguas contienen arsénico, plomo, manganeso, sodio, bicarbonatos, cloruros, aceites, grasas y otras sustancias por encima de los límites permitidos. Del lado boliviano, seguimos ignorando la magnitud de contaminación que llega a este lago.
Tampoco sabemos la cantidad de contaminantes en los ríos urbanos y como estos están afectando a la población. Tenemos una idea de la contaminación de ríos como el Pilcomayo y como el mercurio está afectando a comunidades indígenas al norte de La Paz. Pero nada concreto.
Lo que sí carecemos, son de compromisos serios para abordar esta problemática. Estos esfuerzos son cruciales para salvaguardar la integridad y la seguridad de los ríos. El vivir bien, que se nos predica en la visión política actual, ¿ha considerado estas problemáticas?