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La curva recta | 10/03/2024

Aborto, derecho constitucional para todas y todos

Agustín Echalar
Agustín Echalar

La semana pasada, Francia, la cuna de los conceptos de la libertad, la igualdad y la fraternidad, constitucionalizó el derecho de las mujeres al aborto.

La vida no va a cambiar mucho para las mujeres en ese país debido a que el aborto ya era legal desde hace casi 50 años, más allá de que la ley que lo permitía se fue ampliando y perfeccionando en décadas posteriores.

El motivo por el que su clase política se haya dado el trabajo de constitucionalizar ese derecho es un temor, bastante bien fundado, de que en algún momento se dé un triunfo político de algún partido que se empeñe en derogar la ley que permite esa opción a las mujeres.

La legalización del aborto es básicamente una medida que rompe con la tradición cristiana, vale decir católica, de países como Francia y el resto de naciones europeas. Eso es una realidad incontestable. De hecho, cuando la Iglesia reclama por esta situación, la respuesta de quienes abogan por este derecho señalan que estamos viviendo en una sociedad que en realidad ya no es católica, o cristiana, sino laica, agnóstica, si se quiere ser amable, o atea si se quiere ser un poco más altisonante.

Mientras que el cristianismo, que responde a las raíces abrahámicas y mosaicas que renegaban de la sexualidad, llegó en algunos casos al extremo de prohibir practicar el sexo si no era con el único fin de procrear (y sintiendo asco), la nueva forma de entender la vida reivindica el modo de actuar de los que fueron castigados por impíos en tiempos de Lot.

El aborto es a veces presentado como casi una necesidad social y un acto de respeto y compasión hacia las mujeres que no están en condiciones óptimas, o aun aceptables, de hacerse cargo de un bebé. Por el otro lado es visto también como un derecho de las mujeres de expulsar de su cuerpo a una especie de larva que se anidó en sus entrañas sin que ello estuviera en sus planes.

Es una visión un poco cínica, pero no por eso, irreal; es que lo que se juega aquí es el derecho de las mujeres a tener sexo sin que eso eventualmente les implique un compromiso no deseado para toda la vida. Es algo que no debe ser necesariamente visto como un acto de egoísmo y tampoco, como diría Javier Milei, como un “asesinato”. Una sociedad no cristiana puede decidir que para que un embrión sobreviva, aparte de un buen ambiente intrauterino, necesita también ser deseado y eventualmente amado, y si no lo es, no puede desarrollarse. Por lo tanto, debe ser retirado porque le falta esa condición elemental.

Ahora bien, considerando que la constitucionalización del aborto otorga a las mujeres el derecho constitucional, valga la redundancia, a decidir sobre sus cuerpos, y aplicar un aborto si así lo desean, una importante pregunta atañe, al menos en teoría, a la mitad de los seres humanos, vale decir, a los hombres, en relación a si deberían tener algún criterio al respecto. La pregunta es si ellos, respetando el sentido de equidad, no tendrían el derecho, no de abortar, obviamente, sino de renunciar legal y constitucionalmente a tomar responsabilidad por un ser engendrado involuntariamente (aclaramos que esto no tiene nada que ver con los padres que abandonan a sus hijos).

Las estructuraciones sociales arcaicas tenían su lógica, pero eran muy brutales; los nuevos tiempos de mayor libertad implican una importante dosis de hedonismo y la gente es seguramente más feliz ahora que antes. Nuevas formas y nuevas normas pueden ser muy positivas, (casi) nadie quiere ver a una mujer en la cárcel por haberse practicado un aborto y el placer es (casi) tan importante como el deber. La sociedad actual reniega de sus orígenes y eso no está mal, pero debería ser consecuente con la igualdad de derechos para ambos sexos, valor tan pregonado y buscado en la actualidad.



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