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Con la boca abierta | 14/07/2024

Mujeres que escriben, somos mucho más que dos

Sonia Montaño Virreira
Sonia Montaño Virreira

Tengo en mis manos el libro Ensayistas Bolivianas: Voz y pensamiento de mujeres contemporáneas del siglo XXI, editado por Rossemarie Caballero. Setenta mujeres se incluyen en la publicación, entre las que la autora tuvo la gentileza de incluirme, dándome la oportunidad de compartir algunas ideas acerca de la escritura de mujeres.

Primero, una breve reseña. El libro, de muy buena factura, está dedicado a las próceres Juana Azurduy y María Josefa Mujía; a Adela Zamudio y Yolanda Bedregal; a Blanca Wiethuchter y Gaby Vallejo; y a Susana Seleme, quien nos dejó sin poder ver el libro. De manera general, el libro está dedicado a las actuales poetas, ensayistas, cuentistas, novelistas y dramaturgas bolivianas. Un trabajo que, además de incluir un interesante texto de Caballero sobre Lindaura Anzoátegui, muestra un esfuerzo que combina prolijidad, dedicación y equilibrio, cuyo resultado es un abanico amplio y diverso de miradas y voces.

Las 70 mujeres forman un universo que incluye textos seleccionados con cariño por Caballero, acompañados de reseñas biográficas que contextualizan la producción de las autoras. Un índice general, uno de autoras y uno muy interesante de contenidos facilitan la lectura de esta interesante colección que se pretende como una contribución al Bicentenario y como un aporte a la visibilidad de lo que escriben muchas mujeres frente a la todavía escasa presencia en la producción editorial.

Salvo excepciones, quienes escriben en Bolivia no pueden vivir de esta actividad. Por tanto, inclusive quienes cuentan con alguna forma de mecenazgo, auspicio, subvención u otra forma, deben destinar parte de su tiempo a otras actividades remuneradas para vivir. Esto también vale para las mujeres que figuran en este libro. Sin embargo, la calidad de los escritos da cuenta por un lado del talento y por otro del esfuerzo de quienes dedican parte de su tiempo a escribir, pensar, reflexionar y no pocas veces a investigar.

Los resultados están en el libro para ser leídos, disfrutados, criticados y también para estimular la palabra de quienes quieren compartir sueños y frustraciones. Personalmente, siento una especie de pudor al figurar junto a mujeres fascinantes como Virginia Estenssoro, Silvia Rivera, Soledad Quiroga, o jóvenes escritoras como Fernanda Verdesoto. Es un desafío que pone la vara alta y, a la vez, abre puertas para insistir en sentarse frente al computador o tomar un cuaderno y un lápiz para hacer la radiografía del país, para dar cuenta de aquello que duele y emociona, sabiendo que mientras estamos ocupando esos espacios, hay muchas otras haciendo lo mismo o quizás botando papeles al basurero para recuperar fuerzas e imaginación.

Me satisface que muchas mujeres de mi generación y con quienes he transitado caminos semejantes desde los tiempos de la dictadura hasta la construcción y decadencia de la democracia hayan decidido sacar sus voces desde el ámbito privado o académico hacia los medios de comunicación. Parafraseando una canción, podemos decir que “somos mucho más que dos”. Ojalá este encuentro virtual con muchas de ellas durante la confección del libro, y que contó con Rossemarie Caballero como la líder de un intercambio amplio, pueda continuar. En los tiempos que vivimos, merece subrayarse la inclusión de autoras de signos políticos opuestos y hasta confrontados, lo que no ha impedido que nos identifiquemos como un conjunto que puede dialogar, intercambiar ideas y respetarse recíprocamente. Este es quizás el logro más importante del libro.



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