El pueblo palestino merece un futuro digno, pero ese futuro jamás llegará de la mano de Hamas, ni sobre la base de la negación del derecho de Israel a existir.
Brújula Digital|09|07|25|
Marcos Iberkleid
Con preocupación y profundo rechazo, me veo en la obligación de responder al artículo publicado bajo el título “Tenemos vergüenza y rabia”, firmado por el señor Rolando Morales. El texto tergiversa gravemente la historia del conflicto árabe-israelí, niega el derecho histórico del pueblo judío a su autodeterminación, y lanza acusaciones falsas y peligrosamente incendiarias contra el Estado de Israel, incluyendo la calumnia de que estaría cometiendo un genocidio.
La afirmación de que “a Inglaterra se le ocurrió crear un Estado para un pequeño grupo de judíos” no solo es históricamente falsa, sino intelectualmente deshonesta. El pueblo judío tiene una presencia continua y documentada en la tierra de Israel desde hace más de 3.000 años. El movimiento sionista no fue una creación británica ni colonial, sino un esfuerzo legítimo por parte de un pueblo perseguido por siglos para recuperar su soberanía en su tierra ancestral.
La Resolución 181 de la Organización de las Naciones Unidas de 1947 proponía la creación de dos estados: uno judío y uno árabe. El liderazgo judío aceptó ese compromiso; el liderazgo árabe lo rechazó e inició una guerra con el objetivo declarado de destruir al naciente Estado de Israel. Desde entonces, los países vecinos y grupos armados han intentado por la fuerza lo que no lograron por la vía diplomática: negar a los judíos el derecho a vivir en paz y seguridad.
Decir que Israel se convirtió “en el terror de la región” y que ahora “ejecuta un plan de exterminio” es una acusación infame, sin fundamento, y que trivializa el concepto mismo de genocidio. El conflicto actual en Gaza fue iniciado por el ataque terrorista más brutal que ha vivido Israel en generaciones, cometido por Hamas, el 7 de octubre de 2023. Una masacre de civiles que incluyó asesinatos, violaciones y el secuestro de cientos de personas. El silencio del autor ante esa atrocidad es tan elocuente como condenable.
Israel tiene el derecho –y la obligación– de defender a sus ciudadanos frente a organizaciones terroristas que usan hospitales y escuelas como bases militares y a civiles como escudos humanos. Ningún país del mundo enfrentado a esa amenaza actuaría de forma diferente. La respuesta israelí ha sido dolorosa, sí, pero dirigida a objetivos militares, no civiles, a pesar de los intentos de Hamas de maximizar el sufrimiento para alimentar justamente esta narrativa distorsionada.
El artículo también omite, deliberadamente, que Israel es una democracia pluralista, donde conviven judíos, musulmanes, cristianos y drusos, con representación política y derechos civiles. No es un “Estado teocrático”, como falsamente se afirma, sino el único Estado de Medio Oriente donde existe plena libertad de culto y prensa.
Finalmente, apelar a una supuesta complicidad internacional de occidente, y sugerir que todo responde a una conspiración para “controlar el Medio Oriente” es caer en un maniqueísmo simplista que desconoce la complejidad geopolítica de la región y reproduce prejuicios muy antiguos con ropaje moderno.
El pueblo palestino merece un futuro digno, pero ese futuro jamás llegará de la mano de Hamas, ni sobre la base de la negación del derecho de Israel a existir. La verdadera paz solo será posible cuando ambas partes –y quienes los rodean– acepten mutuamente sus derechos y renuncien a la violencia como herramienta política.
Acusar falsamente a Israel de genocidio no es un acto de solidaridad; es una injusticia histórica, moral y política. Lo que da vergüenza y rabia no es la defensa de Israel, sino la ligereza con la que se falsifica la historia para alimentar odio.