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Ágora republicana | 28/05/2024

Volvamos amables nuestras ciudades

Carlos Hugo Molina
Carlos Hugo Molina

El maestro del desarrollo urbano Fernando Prado Salmón nos ha regalado un análisis sobre “Lo que soñamos hace 50 años”, lo que se logró, lo que no se pudo, por qué no se pudo y los nuevos sueños en materia de construcción de la ciudad.

Convengamos que su generación logró el trabajo difícil al permitir que la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, que en el año 1960 tenía 70.000 habitantes y hoy está arriba de los dos millones, lo haya hecho con decoro a pesar de los despropósitos que se han cometido en los últimos tiempos: la construcción de megamercados públicos cuando en el mundo se ha descubierto que la cercanía y el acceso caminando es el secreto, lo chistosas que se ven las rotondas con semáforos, las veredas construidas por los privados, con desniveles de alto riesgo o el hasta ahora inexplicable BRT de un costo que, por inservible, termina siendo exorbitante y canalla.

Planificación con radiales, unidades vecinales, distritos, un nivel urbano para dimensionar el equipamiento y aún los anillos concéntricos nos obligaron a un orden mental y territorial.

Y aunque nuestras investigaciones nos llevan a afirmar que en Bolivia ni la sociedad ni el Estado tienen consciencia urbana y hace falta mayor educación ciudadana, el mundo, y nosotros mismos, ya conocemos paradigmas de desarrollo de ciudades que sirven de modelo para no pretender inventar innecesariamente lo que ya existe y que permite dejar en evidencia más rápidamente cuándo estamos frente a una improvisación o una chambonada.

Tomando el poema “Desde mi umbral” de Rómulo Gómez, de década de los años 20 del siglo pasado: “Nosotros gustamos de hablar al viajero porque ha visto cosas que aquí no tenemos”. Es que resulta pedagógico aprender lo que vemos en otros lugares, innovar a nuestra medida en aquello que Fernando Prado deja para que sigamos construyendo nuestras ciudades.

Comparto tres acciones que podemos copiar, sin ninguna vergüenza y debemos obligar a nuestras autoridades y a quienes pretendan serlas, nos las expliquen.

“La ciudad de los 15 minutos”, que la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, planteó para que nuestras urbes sean ciudades más humanas, sostenibles, seguras, saludables y felices, como lo recuerda Gina Muñoz del colectivo de ciclistas. Ver personas con carritos, yendo o volviendo de hacer sus compras cotidianas y gozando de parques y espacios públicos, es la comprobación de un modelo de desarrollo urbano que respeta al peatón, jerarquiza la accesibilidad y respeta el tiempo y el medio ambiente.

Las terrazas con mesas y sillas sobre el espacio público, como ampliación regulada del comercio, o la habilitación de un área de servicio contiguo para que las personas practiquen un modo cultural de encuentro y los turistas tengan una experiencia de convivencia, café, cervezas y tapas, es una necesidad que reclama su institucionalización. Otra vez, la recuperación de la calle, el barrio como ampliación de la vivienda, es aprender a vivir la ciudad y recuperar la seguridad humana que da la contigüidad y el vecindario.

El Mercado de Pulgas es otro espacio público concertado, normalmente los días sábado o domingo, en el que las personas se reúnen para vender, cambiar o comprar objetos con valor histórico, semiutilitarios o inverosímiles, expresados en libros, folletería, cuadros, adornos, filatelia, numismática, cachivaches, la mayoría de las veces sin precio en el mercado comercial, pero qué, por el asombro, la sorpresa o su valor sentimental, llaman la atención y provocan el interés en su compra. No es una feria de artesanía como las que conocemos, aunque también se ofrecen productos manuales con sello distintivo local.

Algún día tendremos, como calidad de vida, mercado de pulgas en nuestras ciudades, dejaremos el transporte de cuatro ruedas para hacer nuestras compras caminando o en bicicleta y nos reuniremos en el patio externo de la casa para tomar un café de grano boliviano en la terraza de la esquina.



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