Una de las fábulas más conocidas de Esopo es la del Pastor y el lobo, que cuenta la historia de un pastor que por pura diversión gritaba “¡viene el lobo!”, asustando a quien le oía. Por supuesto, el lobo no venía y así hasta la vez siguiente. De tanto mentir mermó su credibilidad, hasta que un día, al volver a gritar que venía el lobo, nadie le creyó, nadie se puso a seguro y muchos sufrieron las consecuencias de tan violenta irrupción. La moreleja es que no hay que mentir, que la mentira no renta y por más pequeña que ésta sea, daña la reputación del implicado.
La alusión a Esopo viene a cuento de las elecciones regionales y parlamentarias venezolanas del 25 de mayo. De alguna manera, éstas son continuación de las celebradas el 28 de julio, saldadas con la victoria indemostrada de Nicolás Maduro. A día de hoy siguen sin publicarse las actas de unos comicios de resultado inventando y manipulado, que niegan la victoria del legítimamente ganador, el candidato opositor Edmundo González.
Un Maduro exultante afirmó el domingo “Hemos demostrado el poder del chavismo. Este pueblo ha logrado resistir”, y Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional, recordaba que habían derrotado al fascismo, que reinaba la paz y se marchaba hacia una “nueva realidad política”. Incluso Elvis Amoroso, presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE), en prueba de la normalidad reinante y tras constatar que muchos electores no habían podido ejercer su derecho al voto, alargó una hora el tiempo habilitado para hacerlo.
Estas expresiones triunfales contrastan con las imágenes de las calles desiertas en las principales ciudades. Lo mismo pasó en la mayoría de los centros de votación, donde la presencia ciudadana brillaba por su ausencia. Aún así, y según la autoridad encargada de velar por los comicios, estos se saldaron con una participación del 42,6%. Mientras, la oposición habla de solo un 15%, cantidad más que exigua para legitimar a los candidatos elegidos.
En las elecciones parlamentarias, siempre según las cifras oficiales, el Gran Polo Patriótico, expresión del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y del oficialismo bolivariano, se impuso con el 82,6% de los votos frente a solo el 17,3% de los partidos opositores participantes (la mayoría de la oposición, especialmente la Plataforma Unitaria, liderada por María Corina Machado, se abstuvo), conquistando 256 escaños, de 285 (la oposición solo se hizo con 29), y obtuvo 23 de las 24 gobernaciones en juego.
Pese al entusiasmo desbordante de la jerarquía oficialista, la reforma constitucional del gobierno se ha trasladado al año próximo, prueba de que las cosas no van tan bien o que los problemas son más profundos. Es raro que un régimen acostumbrado al ordeno y mando, tan poco receptivo a otras opiniones, se de tanto tiempo para reflexionar en un tema crucial para su futuro, como el diseño de la “nueva realidad política”, que nadie sabe exactamente qué significa ni hacia dónde va. ¿Siguiendo la estela nicaragüense, reservará la nueva constitución algún papel a Nicolás Maduro Guerra, Nicolasito, hijo del presidente y de la “primera combatiente”?
El incluir al Esequibo en el mapa electoral, para elegir gobernador y representantes de un territorio incontrolado, muestra que, más allá de la necesidad de agitar al nacionalismo patrio, hay cuestiones de difícil solución que siguen planeando sobre la política nacional. A esto se agrega la intensificación de la represión, que en las jornadas previas a los comicios y en menos de 48 horas encarceló a más de 70 personas, de toda índole y condición. Mientras se busca seguir amedrentando a la oposición, se intenta proyectar la imagen de un país acosado por las conspiraciones, internas e internacionales, que en palabras de Maduro, aún resiste y, según Rodríguez, derrota al fascismo.
María Corina Machado sigue su particular vía crucis y trata, desde la clandestinidad, de mantener la moral de su tropa. No se sabe cuánto tiempo más. La captura de Juan Pablo Guanipa, su mano derecha, clandestino como ella, podría evidenciar un estrechamiento del cerco a su alrededor. ¿Hasta cuándo seguirá libre? Probablemente hasta que el régimen se sienta más seguro y piense que puede dar el zarpazo definitivo. Sin embargo, el precedente de la fuga de los refugiados en la Embajada argentina suscita más de una duda sobre la eficacia del aparato de seguridad e inteligencia controlado por Diosdado Cabello.
Llegados a este punto la pregunta relevante no es la de cuándo se fastidió Venezuela sino la de hacia adónde va. Incluso asumiendo que la participación del domingo fue la oficial, que votó el 42,6% del censo, es una cantidad muy baja, prueba del descontento popular con la política y los políticos, lo que debería preocupar al gobierno.
El relato de las 32 elecciones victoriosas y de la plena vigencia de la democracia se está agotando. Si en el pasado las elecciones eran capaces de proyectar sobre los gobiernos de Hugo Chávez una gran dosis de legitimidad de origen, aunque no de ejercicio, las últimas muestran la falta de igualdad de oportunidades para todos los actores participantes. En realidad, la política y la actividad electoral transcurren en una cancha desnivelada, lo que solo favorece al régimen y a la camarilla gobernante. Al igual que en la fábula, la insistencia en el carácter democrático de las elecciones venezolanas y su fuerte apego a las reglas y a la legalidad es la mejor prueba de la gran mentira.
Carlos Malamud es catedrático emérito de la UNED e investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano.