En el universo latinoamericano las filias y las fobias de Donald Trump son muy claras. Entre las últimas están Cuba y Díaz-Canel, Nicaragua y el matrimonio presidencial Ortega Murillo, y Venezuela y el hijo de Hugo Chávez, Nicolás Maduro. En las primeras, además de Javier Milei y Nayib Bukele, uno de sus amigos predilectos es Jair Bolsonaro, a tal punto que acusó al gobierno de Lula da Silva de impulsar una verdadera caza de brujas en su contra.
Desde su punto de vista, “la manera en que Brasil ha tratado al expresidente Bolsonaro, un líder altamente respetado en todo el mundo durante su mandato, también por Estados Unidos, es una vergüenza internacional”. Como consecuencia de ello, y si no se exonera a Bolsonaro de las graves acusaciones en su contra, de impulsar un golpe de estado, similar al que en su día intentó Trump con el asalto al Capitolio, impondrá a las exportaciones brasileñas un arancel del 50%, dese el 1º de agosto, a pesar del superávit comercial que tiene Estados Unidos con el país sudamericano.
En este nuevo culebrón trumpiano, Eduardo Bolsonaro, el tercer hijo del expresidente y diputado federal, ha jugado un papel central. Residiendo en Texas desde marzo pasado, Eduardo ha intentado, hasta ahora sin éxito, reivindicar la figura de su padre mientras descalifica al presidente Lula y sobre todo al magistrado Alexandre de Moraes, juez del Tribunal Supremo, encargado de instruir el caso en su contra. De Moraes también es responsable de una cruzada contra la desinformación, especialmente en las redes sociales. Se da la paradoja de que el magistrado ha sido designado en el cargo por el gobierno conservador de Michel Temer.
La amenaza de Trump poco tiene que ver con la política comercial de Estados Unidos, ni siquiera con la política económica. Es pura y simplemente una medida extorsiva en apoyo de un compañero de ruta de la extrema derecha y adherente a la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC). Sin embargo, en contra de lo esperado por el inquilino de la Casa Blanca, el tiro le salió por la culata. En efecto, la sociedad brasileña junto con sus políticos y medios de comunicación cerraron filas en defensa de la soberanía nacional y del honor patrio mancillado.
Si Trump escuchara más a sus funcionarios, como Marco Rubio, secretario de Estado, y a su número dos, Christopher Landau, que tan bien conocen a América Latina, se hubiera dado cuenta del gran peso que tiene el nacionalismo en la opinión pública regional. La gran paradoja es que la iniciativa de Trump, en lugar de favorecer a Bolsonaro le ha dado un renovado impulso a Lula, que en los últimos días estaba siendo acosado tanto en el Parlamento como por todos aquellos que seguían con profundo descontento su manera de gestionar la cosa pública. El ataque trumpista reforzó la imagen de un Lula en horas bajas, que a partir de ahora podría aspirar a un cuarto mandato, y afectó de forma muy negativa la de Bolsonaro, que está intentando luchar por un segundo período.
Tanto Folha de São Paulo como O Estado de São Paulo, o Estadão, los dos principales diarios paulistas, y del país, con un claro perfil de derecha, salieron en defensa del interés nacional. Estadão publicó una editorial con el sugestivo título de “Cosa de mafiosos”, donde definía a Trump como un “troglodita que puede causar inmensos daños a la economía brasileña”, constataba que “la reacción inicial de Lula fue correcta” y pedía “que Brasil no se doblegue ante las burlas de Trump, Bolsonaro y sus aliados liberticidas”. Folha se expresaba en términos similares.
A comienzos de diciembre próximo se celebrará en Punta Cana, República Dominicana, la X Cumbre de las Américas, que servirá para pulsar no solo el estado de la relación de Estados Unidos con América Latina, sino también su interés en la región. A juzgar por la política migratoria y arancelaria impulsada por Trump los augurios sobre su éxito no pueden ser demasiado propicios, y más si se tiene en cuenta que los vetos a Cuba, Nicaragua y Venezuela no serán bien vistos por otros países.
Salvo unos pocos aliados incondicionales, como el argentino Milei, el salvadoreño Bukele, el ecuatoriano Daniel Noboa o el paraguayo Santiago Peña, los apoyos regionales de Trump son limitados. Entre otras cosas, su relación con las dos potencias regionales, Brasil y México, es bastante complicada. A esto se añade una duda no menor y es la de si el atareado Trump acudirá o no a la cita dominicana.
Trump, que vulnera a diario la separación de poderes en su país, ha intentado hacer lo mismo en Brasil. Su vocación por actuar sin límites ha encontrado un freno en el nacionalismo brasileño y en lugar de beneficiar a su principal aliado brasileño lo ha perjudicado. Mantener ese camino puede terminar siendo sumamente perjudicial para los intereses de su país en un continente tradicionalmente amigo.
Catedrático de Historia de América de la UNED. Investigador de América Latina del Real Instituto Elcano.